jueves, 25 de febrero de 2016

Importancia de la actividad física para la salud pública

La inactividad física constituye el cuarto factor de riesgo más importante de mortalidad en todo el mundo (6% de defunciones a nivel mundial). Sólo la superan la hipertensión (13%), el consumo de tabaco (9%) y el exceso de glucosa en la sangre (6%). El sobrepeso y la obesidad representan un 5% de la mortalidad mundial.
La inactividad física está cada vez más extendida en muchos países, y ello repercute considerablemente en la salud general de la población mundial, en la prevalencia de Enfermedades crónicas No Transmisibles (ENT) (por ejemplo, enfermedades cardiovasculares, diabetes o cáncer) y en sus factores de riesgo, como la hipertensión, el exceso de glucosa en la sangre o el sobrepeso. Se estima que la inactividad física es la causa principal de aproximadamente 21–25% de los cánceres de mama y de colon, 27% de la diabetes, y aproximadamente un 30% de las cardiopatías isquémicas.
Además, las ENT representan actualmente casi la mitad de la carga mundial total de morbilidad. Se ha estimado que, de cada 10 defunciones, seis son atribuibles a enfermedades no transmisibles. La salud mundial acusa los efectos de tres tendencias: envejecimiento de la población, urbanización rápida y no planificada, y globalización, cada una de las cuales se traduce en entornos y comportamientos insalubres. En consecuencia, la creciente prevalencia de las ENT y de sus factores de riesgo es ya un problema mundial que afecta por igual a los países de ingresos bajos y medios.
Cerca de un 5% de la carga de enfermedad en adultos de esos países es hoy imputable a las ENT. Numerosos países de ingresos bajos y medios están empezando a padecer por partida doble las enfermedades transmisibles y las no transmisibles, y los sistemas de salud de esos países han de afrontar ahora el costo adicional que conlleva su tratamiento.
Está demostrado que la actividad física practicada con regularidad reduce el riesgo de cardiopatías coronarias y accidentes cerebrovasculares, diabetes de tipo II, hipertensión, cáncer de colon, cáncer de mama y depresión. Además, la actividad física es un factor determinante en el consumo de energía, por lo que es fundamental para conseguir el equilibrio energético y el control del peso.
En mayo de 2004 la Asamblea Mundial de la Salud respaldó la resolución WHA57.17: Estrategia Mundial sobre Régimen Alimentario, Actividad Física y Salud (RAFS), y recomendó que los Estados Miembros desarrollaran planes de acción y políticas nacionales para incrementar los niveles de actividad física de sus poblaciones. Además, en mayo de 2008 la sexagésima primera Asamblea Mundial de la Salud respaldó una resolución y plan de acción sobre prevención y control de las ENT.
El plan de acción insta a los Estados Miembros (Venezuela entre ellos) a aplicar directrices nacionales sobre actividad física para la salud, y los alienta a desarrollar y poner en práctica políticas e intervenciones que:
• desarrollen y pongan en práctica directrices nacionales sobre actividad física para la salud;
• introduzcan políticas de transporte que promuevan métodos activos y seguros de transporte escolar y laboral (por ejemplo, a pie o en bicicleta);
• obliguen a adaptar las estructuras urbanas para facilitar la actividad física en los desplazamientos en condiciones de seguridad, y para crear espacios destinados a las actividades recreativas.
Las recomendaciones mundiales fundamentadas científicamente acerca de los beneficios, modalidades, asiduidad, frecuencia, intensidad, duración y cantidad total de actividad física necesaria para mejorar la salud constituyen una información esencial para los responsables de políticas que se interesan por la actividad física a nivel de la población y que participan en la elaboración de directrices y políticas de alcance regional y nacional sobre la prevención y control de las ENT.
El desarrollo y publicación de directrices nacionales o regionales fundamentadas científicamente en materia de actividad física permite:
• fundamentar las políticas nacionales sobre actividad física y otras intervenciones de salud pública;
• determinar un punto de partida para la definición de metas y objetivos de promoción de la actividad física a nivel nacional;
• fomentar la colaboración intersectorial, y contribuir al establecimiento de metas y objetivos nacionales de promoción de la actividad física;
• sentar las bases para la adopción de iniciativas de promoción de la actividad física;
• justificar la asignación de recursos a las intervenciones de promoción de la actividad física;
• crear un marco de acción común que reúna a todas las partes interesadas en torno a un mismo objetivo;
• disponer de un documento basado en evidencia que permita a todas las partes interesadas llevar a efecto sus políticas con una asignación apropiada de los recursos; y
• facilitar la creación de mecanismos nacionales de vigilancia y monitorización, para seguir de cerca la evolución de la actividad física en la población.
Las Recomendaciones mundiales sobre actividad física para la salud se proponen ofrecer directrices sobre la relación dosis-respuesta entre la actividad física y los beneficios para la salud (es decir, frecuencia, duración, intensidad, tipo y cantidad total de actividad física necesaria para mejorar la salud y prevenir las ENT).
La evidencia científica disponible con respecto al grupo de edades de 5 a 17 años respalda la conclusión de que la actividad física reporta en general beneficios fundamentales para la salud de niños y jóvenes. Esta conclusión está basada en los resultados de varios estudios, que han observado que el aumento de actividad física estaba asociado a unos parámetros de salud más favorables, y de trabajos experimentales que han evidenciado una asociación entre las intervenciones de actividad física y la mejora de los indicadores de salud.
Algunos de los beneficios documentados son: mejora de la forma física (tanto de las funciones cardiorrespiratorias como de la fuerza muscular), reducción de la grasa corporal, perfil favorable de riesgo de enfermedades cardiovasculares y metabólicas, mayor salud ósea, y menor presencia de síntomas de depresión.
La actividad física está relacionada positivamente con la buena salud cardiorrespiratoria en niños y jóvenes, y tanto los preadolescentes como los adolescentes pueden mejorar sus funciones cardiorrespiratorias con la práctica del ejercicio. Además, la actividad física está relacionada positivamente con la fuerza muscular. Tanto en niños como en jóvenes, la participación en actividades de fortalecimiento muscular dos o tres veces por semana mejora considerablemente la fuerza de los músculos. Para este grupo de edades, las actividades de fortalecimiento muscular pueden realizarse espontáneamente en el transcurso de los juegos en instalaciones apropiadas, trepando a los árboles, o mediante movimientos de empuje y tracción.
Los jóvenes de peso normal que realizan una actividad física relativamente intensa suelen presentar una menor adiposidad que los jóvenes menos activos. En los jóvenes con sobrepeso u obesos, las intervenciones que intensifican la actividad física suelen reportar efectos beneficiosos para la salud. Las actividades físicas que conllevan un esfuerzo óseo mejoran tanto el contenido en minerales como la densidad de los huesos.
Determinadas actividades de levantamiento de peso que influyen simultáneamente en la fuerza muscular son eficaces si se practican tres o más días por semana. Para este grupo de edades, las actividades de esfuerzo óseo pueden formar parte de los juegos, carreras, volteretas o saltos.
En conjunto, la evidencia disponible parece indicar que la mayoría de los niños y jóvenes que realizan actividad física moderada o vigorosa durante 60 o más minutos diarios podrían obtener beneficios importantes para su salud.
El período de 60 minutos diarios consistiría en varias sesiones a lo largo del día (por ejemplo, dos tandas de 30 minutos), que se sumarían para obtener la duración diaria acumulada. Además, para que los niños y jóvenes obtengan beneficios generalizados habrá que incluir ciertos tipos de actividad física en esas pautas de actividad total. En concreto, convendría participar regularmente en cada uno de los tipos de actividad física siguientes, tres o más días a la semana:
• ejercicios de resistencia para mejorar la fuerza muscular en los grandes grupos de músculos del tronco y las extremidades;
• ejercicios aeróbicos vigorosos que mejoren las funciones cardiorrespiratorias, los factores de riesgo cardiovascular y otros factores de riesgo de enfermedades metabólicas; actividades que conlleven esfuerzo óseo, para fomentar la salud de los huesos.
En conjunto, las investigaciones parecen indicar que la práctica de actividad física moderada o Recomendaciones Mundiales sobre actividad física para la salud vigorosa durante un mínimo de 60 minutos diarios ayuda a los niños y jóvenes a mantener un perfil de riesgo cardiorrespiratorio y metabólico saludable. En general, parece probable que un mayor volumen o intensidad de actividad física reportará beneficios, aunque las investigaciones a este respecto son todavía limitadas.
Fuente:

OMS (2010). Recomendaciones Mundiales sobre Actividad Física para la Salud. http://www.who.int/dietphysicalactivity/factsheet_recommendations/es/

jueves, 18 de febrero de 2016

La formación de los hábitos alimentarios y el comedor escolar

Aprendemos a alimentarnos por imitación y por exposición al alimento y sus formas de presentación, y esta es una afirmación especialmente cierta en la infancia y la adolescencia.
Teniendo en cuenta que gran parte de los niños y niñas realizan al menos cinco de sus comidas principales semanales en la escuela, queda patente que esos modelos a imitar y esa exposición a los alimentos tiene lugar, prácticamente en su totalidad, en la familia y en el comedor escolar.
Es indiscutible que la formación alimentaria y nutricional de la infancia debe ser una labor conjunta de padres, madres y escuela, pero también es cierto que actualmente las formas de vida y la presencia de las “Comidas rápidas-chatarra” ha permitido que no siempre el acto de comer en familia sea ejemplar. Por otra parte, los progenitores tienen una presión emocional hacia las negativas o las demandas y caprichos alimentarios de sus hijos que la escuela no tiene ni debe permitirse.
Como consecuencia de lo anterior, es indispensable el papel del comedor escolar como ejemplo educativo pero también, en ocasiones, como elemento corrector de alimentaciones desequilibradas y de ejemplos inadecuados. Por lo tanto, en el comedor escolar, no solo los menús han de ser adecuados, sino también deben serlo en conjunto de las actividades realizadas en el mismo, tanto por parte de los alumnos que se alimentan, como por parte del personal de servicio, los maestros y las auxiliares docentes. Entre sus objetivos para la formación de hábitos se destacan:
  • Diversidad en la oferta de alimentos: presencia cotidiana o habitual de todos los grupos de alimentos
  • Diversidad en las formas de preparación y presentación de los alimentos
  • Estructuración nutricionalmente correcta de los menús diarios y semanales
  • Introducción ocasional de alimentos menos comunes para fomentar gustos más abiertos
  • Definición clara de las raciones adecuadas, como indicador de cantidad saludable
  • Presencia de unas normas nítidas sobre el acto de comer (higiénicas y sociales)
  • Presencia de normas claras sobre el comportamiento en el comedor (higiénicas y sociales) 
Por lo cual, el acto de alimentarse requiere de un orden, una regularidad, una estructura, un comportamiento y una higiene en la que la escuela y, en particular, el comedor escolar, tiene un papel crucial. Por lo tanto, la actividad del comedor escolar debiera diseñarse y planificarse, no como un mero acto de servir comidas, sino como una sucesión de actos educativos.
En el momento de realizar su comida en la escuela, el niño está inmerso en un ambiente colectivo, dinámico y organizado, que debe transmitir tanto el conocimiento de una estructuración adecuada de la combinación de alimentos, como un concepto de la alimentación basado en el mantenimiento y autocuidado del organismo, y no solo en el placer de comer.
Estamos hablando de escolares en una gama de edades en las que se inician y refuerzan los hábitos alimentarios como resultado de las influencias y ejemplos de la cultura alimentaria de la comunidad, de la familia y de las tendencias personales. Ya que en muchos casos, la exposición al alimento y la experiencia pueden hacernos llegar a gustar de alimentos inicialmente no preferidos o rechazados. En efecto, los estudios realizados hasta el presente no solo aportan datos sobre la relación existente entre la alimentación de los niños y la de su entorno o su familia, sino también sobre las diferentes influencias que pueden tener distintos modelos educativos a la hora de abordar la alimentación.
Un interesante trabajo publicado en Health Education Research en 2003, se estudió a 112 grupos de padres más sus respectivos hijos, buscando asociaciones entre la dieta de los padres y la de los niños, y la influencia de los modelos parentales de educación alimentaria. Los resultados mostraron una significativa asociación entre la ingestión de snack en padres e hijos, pero también en las motivaciones dominantes respecto a la alimentación. El estudio concluía que era más aconsejable un modelo parental de “modelado positivo” del comportamiento alimentario de los hijos.
Otro estudio en el 2006 se centró especialmente en factores económicos, socioculturales y dietéticos del ámbito familiar. Se concluyó una fuerte relación entre la educación y los hábitos alimentarios de los padres y la dieta de los hijos. Por ejemplo, se hallaba fuerte asociación entre la dieta de los padres y la ingestión de grasa, fruta y verduras de los niños y, además, una clara correlación en adolescentes entre la dieta de los padres y los hermanos y la ingestión de energía y grasa, siendo también notable la asociación entre el nivel educativo de los padres y la ingestión de frutas y verduras de los adolescentes.
Igualmente, algunos estudios muestran con claridad cómo, en ocasiones, con la intervención adecuada, los alumnos llegan a consumir en la escuela más verduras, frutas, pescado y lácteos que en casa, por lo que el ejemplo del adecuado menú en el comedor cumple una doble función, conduce hacia los hábitos adecuados que son deficitarios en el hogar y suple las posibles deficiencias nutricionales del mismo, equilibrando la dieta del niño.
Desde esta visión, el comedor escolar se convierte, en primer lugar, en un expositor de alimentos y hábitos alimentarios,  en un escaparate en el que el alumno se familiariza con los alimentos y sus formas de preparación y presentación, haciéndolas progresivamente parte de sus hábitos y de su bagaje alimentario.
Fuente:

Carlos de Arpe Muñoz y Antonio Villarino Marín (2012). La nutrición y el comedor escolar: su influencia sobre la salud actual y futura de los escolares. En Nutrición en el ámbito escolar. Jesús Román Martínez Álvarez (Editor). Cap 4, p. 45-58. España.

jueves, 11 de febrero de 2016

La Nutrición Fetal. Tema de Interés en la Educación Inicial

Actualmente, existe evidencia considerable del impacto de la nutrición fetal en la condición nutricional y de salud del periodo perinatal y la infancia. En esta etapa de la vida, como en otras, la nutrición está condicionada por diferentes procesos de difícil control y modificación, afectados por la disponibilidad y el aprovechamiento de los nutrientes, con la particularidad de que durante la gestación esta dinámica responde a un modelo de tres compartimientos (madre, placenta, feto), cada uno con sus propios procesos metabólicos, y en interacción simultánea para garantizar el crecimiento y el desarrollo fetal.
En un contexto más amplio, la nutrición fetal también ha adquirido gran relevancia al quedar demostrada la estrecha interrelación entre la nutrición en estas etapas iniciales de la vida y la salud en la vida adulta con base en los mecanismos de programación fetal, lo cual confirma, una vez más, la importancia de esta temática.
La nutrición del feto depende de la ingesta de nutrientes por parte de la embarazada y de los depósitos endógenos maternos de sustratos como precursores para la síntesis de tejido fetal, y como fuentes energéticas para el metabolismo oxidativo fetal; por ende, la dieta se identifica como uno de los principales factores ambientales que influye sobre el desarrollo del embrión y el feto, así como sobre la salud materna. Aún más, en los últimos años se ha evidenciado la importancia que tiene la alimentación de la madre, no solo durante la gestación sino también desde el periodo preconcepcional.
La nutrición inadecuada durante la gestación, independientemente del momento en que esta ocurra, puede causar defectos persistentes en el producto de la gestación, dado por diversos mecanismos como son la reducción del número de células de los tejidos, la modificación en la estructura de los órganos y el cambio en el ajuste de ejes hormonales clave. Sin embargo, las deficiencias nutricionales maternas tendrán diversas consecuencias sobre el desarrollo fetal dependiendo del momento en que ocurran, ya que cada órgano y cada tejido tienen un momento diferente de período crítico de mayor replicación celular, en el cual las inadecuaciones nutricionales provocan mayor impacto negativo en este proceso.
Cuando las deficiencias se producen en la etapa inicial de la gestación los efectos deletéreos sobre el crecimiento fetal son mayores y el producto de la concepción se encuentra más afectado. Si la deficiencia de nutrientes ocurre en la mitad de la gestación, solo se afecta al feto,  mientras que la placenta se hipertrofia como mecanismo compensatorio para mantener el aporte de nutrientes. Cuando las deficiencias de nutricionales ocurren al final de la gestación, su efecto será el retraso del crecimiento que altera la relación feto-placenta. Por último, el impacto a largo plazo de los factores dietéticos dependerá del momento, la duración e intensidad en que se produjo dicha nutrición inadecuada.
El peso, la talla y la composición corporal de la madre pueden relacionarse con su capacidad metabólica y su habilidad para ofertar los nutrientes al feto. El peso preconcepcional materno y la ganancia de peso durante el embarazo se han asociado con el peso al nacer, de allí que una condición nutricional deficitaria o por exceso durante el embarazo, afectaría el peso al nacer.
La desnutrición materna trae consigo diversos efectos en la nutrición del feto, particularmente por las alteraciones tanto del desarrollo como de la función placentaria, de la modulación del sistema endocrino fetal y de la expresión génica.
·   Efectos sobre la placenta: los cambios placentarios pueden ir desde modificaciones en el peso, histomorfología, vasculogénesis y angiogénesis, todo lo cual altera la capacidad de transferencia de macronutrientes indispensables durante la vida fetal para la formación de tejido, así como para la producción de energía para los procesos oxidativos; y también se afecta la plasticidad por lo que el crecimiento y el desarrollo fetal quedan comprometidos.
·     Efectos sobre el sistema endocrino fetal: el embarazo normal implica la producción de hormonas en los compartimientos materno, fetal y placentario. En casos de desnutrición materna, esta secreción puede verse afectada, principalmente por sus efectos sobre la producción de glucocorticoides, factores de crecimiento similares a la insulina y leptina.
·  Efectos sobre la expresión génica: la nutrición de la madre puede programar la susceptibilidad de un individuo a desarrollar enfermedades en la edad adulta a través de cambios epigenéticos del genoma fetal sin alterar la secuencia del ADN.
Las mujeres obesas tienen un riesgo incrementado de padecer hipertensión, preclampsia y diabetes mellitus gestacional (DMG). Esta última, a su vez, si no es controlada, puede llevar a una excesiva transferencia de glucosa al feto, induciendo una hiperglicemia fetal, lo que altera su estructura y función pancreática llevando a un incremento en la secreción de insulina y macrosomía. Así mismo, la obesidad materna está asociada con un aumento del volumen plasmático, incremento de la transferencia placentaria así como de la resistencia a la insulina, lo cual favorece una mayor cantidad de glucosa disponible para el feto de manera permanente.
Del mismo modo, otras sustancias como los triglicéridos, aminoácidos y cetonas son transportados en mayor proporción al feto, de allí que los hijos de madres con DMG muestran un incremento significativo de masa grasa y de porcentaje de grasa corporal cuando se comparan con aquellos nacidos de madres con una tolerancia normal a la glucosa; ello incrementa el riesgo a padecer obesidad en la infancia.
Es importante destacar que ambas formas de malnutrición, por déficit y por exceso, durante el embarazo parecen resultar en una alteración permanente de los mismos circuitos hipotalámicos, por lo que se piensa que se trata de un mismo mecanismo para las dos enfermedades.
Metabolismo y situación endocrina
El metabolismo materno se modifica durante el embarazo para abastecer a la unidad feto-placentaria en todas sus necesidades.
Durante el primer trimestre, las necesidades son principalmente cualitativas para el desarrollo de órganos, dado que el crecimiento embrionario está todavía limitado. En este periodo la hiperfagia y el aumento de la sensibilidad a la insulina permiten que la madre, incluso en condiciones de desnutrición , almacene grasa en el tejido adiposo e incremente su peso corporal neto.
En el segundo trimestre, a partir de las 20 semanas de gestación, el crecimiento fetal es controlado por factores maternos y placentarios. Es difícil estimar la influencia que estos dos compartimientos tienen sobre el crecimiento fetal intrauterino; sin embargo, el retardo del crecimiento intrauterino está caracterizado por una capacidad reducida de la unidad útero-placentaria para suministrar oxígeno y nutrientes al feto.
En el tercer trimestre, el crecimiento fetal llega a ser exponencial y, al mismo tiempo, aumentan las demandas nutricionales fetales para completar el desarrollo de estructuras importantes como el sistema nervioso central. Con objeto de adaptarse a esta nueva condición, el metabolismo materno se desplaza de la situación anabólica del primer trimestre, a una situación catabólica donde la progesterona, el cortisol, la prolactina y la leptina dan lugar a una disminución de la reactividad a la insulina con un incremento consecuente de los niveles plasmáticos de ácidos grasos libres y glicerol.
Hoy día, se piensa que la dieta materna, el estado nutricional y la situación metabólica a que este conduce, son probablemente los factores maternos que más pudieran influenciar en la nutrición fetal.

Fuente:

Ingrid Rached Sosa y Luisana Caraballo (2014). Nutrición Fetal. En Nutrición en el Embarazo. Cap II, p.45-79. CANIA. Empresas Polar. Caracas.

jueves, 4 de febrero de 2016

Escuela saludable versus protectora de la salud

La educación para la salud (EpS) está íntimamente relacionada con la noción de salud. Este concepto ha sido objeto de múltiples acepciones desde tiempos remotos hasta la actualidad, con atribuciones muy diferentes y hasta enfrentadas. Algunos autores encuentran tres razones de esta dispersión de significados:

1) El contexto, que da prioridad a lo curativo, a la dolencia o a la eficacia en función de los diferentes contextos en los que se aborda.
2) Los presupuestos básicos que lo informan y que difieren significativamente de un contexto científico a uno normativo.
3) El ideal sobre la salud, que puede quedar restringido por la identificación con lo corporal o estar abierto a otros aspectos como la felicidad, la calidad integral de la vida o la salud psíquica.

Sin embargo, a pesar de las diferentes conceptualizaciones de la salud, puede decirse que en todas se la presenta como un proceso variable y relativo que reúne tres aspectos: objetivo (facultad para efectuar una acción), subjetivo (relacionado con el concepto de bienestar) y ecológico (adaptación biológica, mental y social de la persona al medio). Además, se considera que la salud está determinada por la atención sanitaria, los factores biológicos, el medio ambien­te y los estilos de vida. La EpS abarca aspectos no sólo del campo de las ciencias de la salud, sino también de otros campos relacionados, por ejemplo, con las ciencias sociales.
La EpS se caracteriza, además, por ser un proceso paralelo a otras interven­ciones, por constituir un conjunto de aprendizajes estructurado en tres aspec­tos (información, impulso de actitudes positivas y desarrollo de hábitos y comportamientos saludables), por acometer la responsabilidad individual y colectiva en la toma de decisiones a través del pensamiento alternativo y consecuencial, así como por desarrollar la capacidad de interrelación. Tiene una clara finalidad cualitativa y no únicamente cuantitativa.

La EpS en el ámbito educativo
El arbitraje educativo está fundamentado por la necesidad de avivar y estimular un conocimiento y un pensamiento óptimos de la salud y de la enfermedad, optimización que se traduce en la adquisición de sentimientos, hábitos y actitudes positivas que conducen a una vida saludable. En este arbitraje, la escuela se presenta como uno de los esce­narios de la educación para la salud y se convierte en agente de la misma, al incidir de manera directa en el conocimiento y la comprensión.
Si la educación quiere abarcar a toda la persona y ser integral, la salud no puede quedar fuera de la escuela. Más bien hay que apostar por su tratamien­to como una cuestión prioritaria en el currículo que contribuya a formar alumnos sanos, que, con el correr de los años, serán adultos sanos y harán posible una sociedad sana.
Aunque el papel de la escuela en materia de salud ha sido evidente, se ha puesto de manifiesto que sus objetivos y métodos no han sido siempre los mismos. Al principio, la acción se centró en la prevención de enfermedades; la modificación de conductas individuales se dirigía hacia el abuso de drogas, alcohol, tabaco; también se trataban la ali­mentación, la actividad física y la salud mental, entre otros, y, en su concep­ción metodológica, el alumnado se percibía como receptor pasivo ante las recomendaciones de los expertos.
En la década de los ochenta, con la influencia de la Carta de Otawa (2001), la acción académica da paso a la mejora de todos los aspectos que pueden determinar la salud en el contexto escolar. Con esta nueva visión, las iniciati­vas dejan de centrarse sólo en el alumnado e incorporan otros agentes, como la comunidad educativa y la misma institución escolar. El alumnado deja de ser agente pasivo y pasa a ser agente activo, colabora en la identificación y la adopción de conductas saludables y contribuye al reconocimiento de la influencia que ejerce en la salud su contexto físico y social inmediato, con el objetivo de que pueda convertirse en protagonista.
Esta nueva visión de la EpS constituye un avance significativo desde una perspectiva meramente preventiva hasta otra en la que se toman en conside­ración las dimensiones física, psicológica y social de la salud, así como su promoción. Sin embargo, se ha podido constatar que el desarrollo de este último aspecto es aún lento, como demuestra el escaso número de centros docentes vinculados a la Red Europea de Escuelas Promotoras de la Salud. En la actualidad, sin embargo, nos encontramos en un escenario en el que conviven de forma simultánea la EpS y la promoción de la misma.

Enfoque actuales en la EpS
Gracias a estos antecedentes y a las conclusiones de la Conferencia de Otawa, en 1986, nació el concepto de promoción de la salud, que incluye el trabajo por la paz, la dotación de recursos (económicos, alimenticios, de hábi­tat) y su uso sostenible. Para hacer posible las conclusiones, la OMS promovió el lema «Salud para todos en el año 2000», que, con un matiz continuista («Salud para todos en el siglo XXI»), quiere conseguir que todos los seres humanos puedan tener una vida social y económica productiva.
El enfoque actual de promoción de la salud se aleja del planteamiento patogénico, al buscar el equilibrio entre acciones preventivas para la solución o la reducción de déficits y aquellas que potencian las aptitudes, los recursos, el talento y las oportunidades o los activos para la salud de la persona o la comunidad (enfoque salugénico).
Este enfoque salugénico, aplicado al ámbito de la salud mental, se traduce en un objetivo concreto: la promoción de la salud mental y la prevención de alteraciones o problemas del desarrollo psicosocial, estimulando aquellos fac­tores que conducen a un desarrollo positivo. A la vez, busca disminuir aspec­tos que pueden poner en riesgo o que pueden obstaculizar un desarrollo psi­cosocial positivo. Estos factores pueden ser aplicados a nivel individual, familiar, grupal, comunitario y territorial. El modelo salugénico comienza caracterizándose por el énfasis en los orígenes de la salud y el bienestar, así como por la preocupación por el bien­estar.
En el área del desarrollo humano, el énfasis de estas reflexiones se sitúa en la importancia de promover el potencial humano, en vez de destacar sólo el daño que ya se ha hecho o se puede hacer. Se trata de un nuevo modelo: par­tir de lo «salugénico», de la salud, de lo que provoca salud, en lugar de partir de lo negativo, del déficit, de lo que falta. La cultura salugénica es aún más importante, porque su trabajo repercute directamente en la salud, al favorecer el desarrollo de condiciones y comportamientos que reducen los riesgos para la misma. La esencia de este modelo consiste en promover el desarrollo de esas condiciones favorables y de los comportamientos saludables y salugénicos. No trata de evitar los aspectos negativos que inciden en la salud, sino más bien de aprender cómo vivir mejor con ellos, si no resulta posible evitarlos.
Por tanto, la escuela salugénica, partiendo de los postulados de este mode­lo, es aquella que centra su atención en conductas vitales saludables (las con­ductas salugénicas, por oposición a las conductas consideradas patogénicas), que, practicadas mientras las personas están sanas, alejan la aparición de enfer­medades, y practicadas una vez instalada la enfermedad, evitan su agravamien­to y sus posibles complicaciones, y, en muchos casos, permiten la recuperación definitiva. El concepto global de salud, entendido como la conservación o el restablecimiento de la salud corporal, física y mental, constituye el fin de la escuela salugénica, que promueve la salud o la salud positiva en el contexto académico. La escuela es un medio que facilita el entrenamiento de la salud y nutre al alum­nado, a través de la acción del profesorado, de aquellos factores protectores del desarrollo infantil.
Características de la Investigación
Para sustentar estas ideas se desarrolló un estudio descriptivo de análisis de documentos (bibliométrico), la muestra quedó determinada por 245 artículos. En la revisión, fueron incluidos los trabajos de educación para la salud realizados en diferentes instituciones educativas españolas y publicados entre 1993 y 2013.
De acuerdo con las evidencias encontradas, se puede decir que los conteni­dos y los métodos pedagógicos aplicados a lo largo de los siglos, en general, difícilmente se han podido incorporar a la práctica. Esta dificultad se puede explicar básicamente por el hecho de que la educación se ha visto siempre mediatizada por el contexto social, económico e ideológico preponderante en cada momento histórico. Los estudios se centran en intervenciones puntuales, sin continuidad en el tiempo y con una muy escasa descripción del marco teórico sobre el que se sustentan.
Además, se desconoce si los trabajos se insertan en el plan de centro de las instituciones educativas. Las metodologías de enseñanza utilizadas combinan lo expositivo y lo par­ticipativo. Los objetivos se relacionan, en su mayoría, con el incremento de información y con la adquisición de habilidades, no cumplen los criterios de promoción de la salud establecidos por la OMS y desconocen que son más efectivos aquellos que se insertan en programas multicomponentes, que impli­can de manera global a la comunidad educativa, que actúan sobre el ambien­te escolar, de forma constante en el tiempo y que comprometen a las familias y al resto de la comunidad.
Los resultados de este estudio sugieren que las intervenciones de educa­ción para la salud en la escuela se fundamentan más en la prevención que en la promoción de aquélla.
El profesorado no ha hecho suya la idea de la efectividad de las interven­ciones escolares en materia de promoción o quizá no ha percibido que la EpS, como conjunto de oportunidades de aprendizaje, supone una forma de comu­nicación destinada a mejorar el conocimiento sobre la salud y a promover el desarrollo de habilidades para la vida, que pueden conducir tanto a la salud
Fuente:
Daniel Guerrero-Ramos Manuel G. Jiménez-Torres Manuel López-Sánchez (2014). Escuela saludable versus protectora de la salud.  Educar. vol. 50 (2), p. 323-338.