jueves, 21 de julio de 2016

Hábitos de alimentación saludable: aprendizajes tempranos para toda la vida

La alimentación es una habilidad que se construye y madura en los primeros dos años de vida, y en su aprendizaje influyen no solo la información sino el ejemplo de las cuidadoras/es, maestras y la familia que se convierten en modelo a seguir por las niñas y niños. Así, es frecuente observar que cuando aquellos consumen regularmente frutas y verduras, con seguridad los pequeños imitarán esos modelos. La relación entre comportamiento de las cuidadoras/es y la conducta alimentaria en la edad infantil está influenciada por los patrones culturales.
Construcción de hábitos en la primera infancia
Los hábitos son comportamientos o conductas que resultan de prácticas repetidas inducidas por ideas, creencias, valores y normas de la cultura que el cerebro aprende, y que se manifiestan en maneras de actuar y de comportarse. Cuando se integran a la vida diaria de modo sistemático constituyen un estilo de vida. No obstante, al ser una conducta aprendida e influenciada por el ambiente y la cultura, pueden ser modificados lo que sustenta la conveniencia de insistir en su formación durante toda la vida.
La importancia de iniciar el aprendizaje temprano de hábitos saludables reside en aprovechar la característica única e irrepetible de plasticidad o maleabilidad cerebral que caracteriza el periodo de formación y desarrollo del cerebro en los primeros mil días de vida, para modelar las vías nerviosas del comportamiento que ayudarán a proteger la salud. El modelaje se logra a través de la práctica de rutinas repetidas acompañadas de la explicación sobre las consecuencias de la conducta, con lo cual las niñas y niños dan sentido a sus hábitos, y al llegar a la juventud y la edad fértil podrán ser madres y padres dueños de comportamientos que contribuirán a mantener su salud y la de sus hijas e hijos, creando un círculo virtuoso de estilos de vida saludable a lo largo de todas las etapas del ciclo vital.
En el plano de la conducta alimentaria antes que nada hay que saber que la alimentación es una habilidad del desarrollo infantil de alta complejidad en la que influyen al menos tres aspectos: el primero, relacionado con la niña o el niño en sí mismo, como la percepción del hambre y la saciedad y los logros en el desarrollo neurológico y motor, el segundo tiene que ver con las cuidadoras/es primarios esto es con las interacciones, y en tercer lugar con los ambientes de alimentación y de cuidados, si son o no agradables, todo lo cual indica su carácter dinámico y progresivo, que como cualquier habilidad va madurando con el tiempo y requiere ser modelada hasta convertirse en comportamientos o hábitos alimentarios estables.
Así mismo, de no aprenderse estos en forma adecuada, pueden llevar a hábitos no saludables que resultan en comportamientos de alimentación problemáticos, en interacciones tensas y conflictos familiares alrededor de las comidas, fallas en el crecimiento, enfermedad y mortalidad infantil. Algunos problemas de la conducta alimentaria pueden deberse a alteraciones fisiológicas o aún patológicas de los niños, pero en su mayoría están condicionados por los factores mencionados.
Un primer efecto benéfico no bien conocido de adoptar tempranamente buenos hábitos alimentarios es el de evitar los problemas de alimentación (falta de apetito, rechazo, náuseas, lentitud o pobre habilidad para masticar, atoramientos al tragar, no abrir la boca, gritar o arquearse) cuya ocurrencia se calcula entre 25 a 35% de los niños pequeños. Otros efectos positivos son la prevención de la mortalidad infantil y del adulto gracias a que disminuyen el riesgo de contraer enfermedades infecciosas agudas y enfermedades crónicas no transmisibles- ECNT, como la obesidad, la diabetes, la hipertensión arterial, el colesterol elevado y las enfermedades coronarias.
Hábitos de alimentación, salud, higiene y actividad física

Los buenos hábitos alimentarios comienzan con el inicio precoz de la lactancia materna en la primera hora que sigue al nacimiento, debido a que el estímulo del reflejo de succión, la experiencia del olor y el sabor de la leche de la madre, y el estrechamiento del vínculo afectivo y el apego, son condiciones que favorecen el primer conocimiento de los niños con la comida en un ambiente de placer y tranquilidad que inaugura comportamientos tranquilos y confiados.
Con el amamantamiento en los primeros seis meses, la niña y el niño sienten satisfecha oportunamente su sensación de hambre y poco a poco aprenden a entender ritmos y a autorregular sus ciclos de hambre y saciedad, un factor muy importante para modelar patrones regulares de alimentación. Entre los 6 meses y los dos años un buen hábito es emplear un estilo de alimentación perceptiva, mediado por el afecto y la comunicación activa que estimule la alimentación complementaria apropiada acompañada de la leche materna, y a partir del año de edad, la ingestión de frutas y verduras (El Trompo de los grupos de alimentos)-(Programa: Cinco al día) y demás alimentos ricos en nutrientes, y el hábito de la alimentación en familia estimulando la participación infantil y la autonomía para el ejercicio de la alimentación independiente.
Hasta los dos años las habilidades alimentarias están bien establecidas y como se ha dicho obedecen especialmente a factores biológicos y a la respuesta de los cuidadores a sus señales de hambre y saciedad. Sin embargo, desde los dos y hasta los cinco años la regulación de estas señales se ve muy influenciada por condicionantes externos como el ejemplo de la familia, las prácticas en los centros educativos o los mensajes comerciales de la televisión que pueden alterar los comportamientos alimentarios.
Los efectos de los hábitos alimentarios se incrementan y mejoran con la práctica de otros hábitos como el lavado de las manos antes de preparar y comer los alimentos, el uso de agua segura, la actividad física regular que ayuda a distribuir el peso corporal, la relación adecuada, positiva y sustentable con las personas y el ambiente para fomentar el respeto por la diversidad y no presionar o agotarlos recursos naturales.
Así se gana en muchos aspectos: inocuidad de los alimentos, buen estado de salud y nutrición, reconocimiento y respeto del propio cuerpo, mantenimiento del peso corporal, disfrute de los variados y nutritivos alimentos regionales, formación temprana de la conciencia ecológica y vida saludable en equilibrio con la salud del planeta.
Es deber de los adultos guiar a las niñas y niños para que aprendan a reconocer y valorar la riqueza que ofrece la diversidad de personas, seres, productos y objetos que los rodean. Se pueden planificar actividades y juegos donde aprendan a apreciar y disfrutar de la multiplicidad de opiniones, conocimientos, apariencia, colores, formas, olores y sabores, y a entender que eso hace parte de su cultura y enriquece sus vidas. En el caso de los alimentos, inducirlos en el conocimiento y apreciación del color, forma, sabor, olor, textura y temperatura de los mismos, puede además ayudar a evitar los comportamientos “neofóbicos” de algunas niñas y niños hacia los alimentos nuevos, y por qué no, hacia aquello que es diferente.
Un buen indicio para saber que las niñas y niños están adquiriendo comportamientos alimentarios saludables es que soliciten alimentos con intervalos regulares, que succionen, coman y beban con buen ritmo, que ensayen nuevos sabores y texturas, y manifiesten su satisfacción después de comer. Esto sin duda contribuirá a ampliar sus preferencias alimentarias, a incrementar su gusto por lo diverso y a lograr conductas alimentarias independientes.
Educación alimentaria y nutricional: una forma de fomentar hábitos saludables
El fomento de los hábitos saludables se facilita con la Educación Alimentaria y Nutricional, una actividad que tiene como objetivo orientar a madres, padres, cuidadoras/es, profesionales y educadores en el uso razonable de alimentos saludables, nutritivos y en cantidad suficiente para cubrir las necesidades diarias, promover comportamientos alimentarios saludables y diseñar estrategias para lograrlos, en especial interacciones afectivas, oportunas y de calidad, establecer rutinas y tiempos de comidas consistentes y predecibles, y ofrecer alimentos balanceados y nutritivos en ambientes agradables. Además, la educación alimentaria y nutricional permite fomentar patrones de consumo y comportamientos alimentarios que no presionen o amenacen los recursos del planeta, diversificar la dieta aprovechando la enorme variedad de alimentos locales y de cosecha, educar en la seguridad alimentaria y nutricional que preserve la biodiversidad presente y futura y promover el respeto por los derechos de las personas y los derechos ambientales de todas y todos.
Alimentación y cultura alimentaria: aporte de la alimentación a la construcción de identidad.
La alimentación es el primer evento en la vida de los niños que atrae la atención de las madres, padres, cuidadoras/es y quienes están alrededor de los pequeños, constituyendo un evento social, como también un factor que interviene en la construcción de la identidad y en el sentido de pertenencia a una familia y a una comunidad.
La experiencia de comer está ligada no solo a la nutrición y el crecimiento sino también al aprendizaje de saberes y prácticas alimentarias, a través de las cuales las niñas y niños pequeños aprenden sobre las costumbres del grupo al que pertenecen, sus gustos y preferencias alimentarias y culinarias, y aún los modos de producción alimentaria, todo lo cual va generando en ellos sentido de pertenencia e identidad con su grupo, su cultura y su territorio.
Las relaciones que se crean a través de la experiencia de la comida están influenciadas por múltiples factores dados por los imaginarios sociales sobre la lactancia materna, el apego, la salud, la obesidad, la delgadez, las presiones de la publicidad, la moda, las creencias de los parientes, cuidadoras/es y amigos todo lo cual incide en la elección de amamantar o dar biberón, en la edad del destete, en las expectativas de los padres frente al peso de los hijos y en la selección de los alimentos.
El acto de alimentarse es de este modo una fuente de interacción social en la que intervienen factores biológicos, simbólicos y culturales que modelan los comportamientos alimentarios, los que a su vez influirán en el desarrollo de la autonomía y la afirmación de la identidad. La comprensión de esta cadena de influencias permitirá a los padres y cuidadoras/es promover prácticas alimentarias y hábitos saludables, que respetando el contexto cultural y territorial específico, se adecuen a los requerimientos del desarrollo físico, emocional y social de los niños a la vez que faciliten su inserción en la cultura.
Un aspecto no bien valorado que resulta interesante en la construcción de la cultura alimentaria, es la diversidad de los grupos sociales, ya que la diferencia en sí misma, conlleva saberes, tradiciones e imaginarios alrededor de la alimentación y la nutrición, que al ser intercambiados con otros, generan dinámicas que permiten afianzar las prácticas, innovar y favorecer fusiones con otras culturas culinarias, todo lo cual incrementa la variedad culinaria, confiere estatus social a las cocinas tradicionales y locales, afianza el arraigo y pertenencia a la cultura y enriquece el patrimonio inmaterial de la cultura de nuestros países.
Resignificar el papel de la cultura alimentaria exige el acercamiento a los pueblos étnicos y comunidades campesinas, desde una perspectiva multicultural que nos permita conocer y reconocer su legado a la alimentación y la nutrición en contextos que favorezcan el diálogo de saberes, el intercambio de creencias, imaginarios sociales y opiniones alrededor de los alimentos y las comidas.
Fuente
República de Colombia (2012). Lineamiento Técnico de Alimentación y Nutrición para la Primera Infancia. Comisión Intersectorial para la Atención Integral de Primera Infancia. Estrategia Nacional DE CERO A SIEMPRE
OMS, (2002). Estrategia Mundial de Alimentación y Nutrición del Lactante y el Niño Pequeño, Organización Mundial de la Salud.

jueves, 14 de julio de 2016

Complicaciones metabólicas de la obesidad infantil

La obesidad en la edad pediátrica constituye uno de los problemas de salud pública más importantes de nuestra sociedad. No sólo porque su incidencia está aumentando de forma considerable, sino porque la obesidad del niño tiende a mantenerse en la adolescencia y la del adolescente en la vida adulta.
La obesidad infanto-juvenil constituye un factor de riesgo para el desarrollo a corto término (infancia y adolescencia) y a largo término (vida adulta), de complicaciones ortopédicas, respiratorias, cardiovasculares, digestivas, dermatológicas, neurológicas, endocrinas, ciertas formas de cáncer y en general una menor esperanza de vida.
La obesidad infantil tiende a perpetuarse en la edad adulta produciendo alteraciones en el metabolismo de los hidratos de carbono y en el perfil de los lípidos plasmáticos, favoreciendo el desarrollo de hipertensión arterial y el desarrollo precoz de la aterogénesis. La obesidad durante la adolescencia aumenta el riesgo de Síndrome Metabólico (SM) y la mortalidad cardiovascular en la vida adulta. La mayor parte de las complicaciones metabólicas y cardiovasculares de la obesidad están estrechamente relacionadas con la presencia de hiperinsulinemia y de resistencia a la insulina.
Asimismo, recientemente se ha podido comprobar que las alteraciones en el patrón de la distribución corporal de la grasa (subcutánea y visceral) o su depósito en localizaciones no habituales, como en el hígado y en el músculo, son factores determinantes en el desarrollo de la resistencia a la insulina en niños y adolescentes.
Estudios recientes, mediante resonancia magnética, han demostrado que los ácidos grasos libres inhiben la cascada de acción de la insulina y bloquean el efecto de la insulina sobre la translocación de los transportadores de glucosa GLUT-4 desde sus lugares de almacenamiento intracelular hacia la membrana plasmática, con lo cual disminuye el transporte efectivo de glucosa mediado por la insulina hacia el interior de la célula.
La sobreoferta de ácidos grasos libres que traspasan el filtro hepático favorecen su distribución y depósito en otros tejidos, pero muy especialmente a nivel del espacio miocelular del músculo esquelético, donde se ha comprobado que su acumulación está estrechamente relacionada con la disminución de la sensibilidad periférica a la insulina.
El depósito de material lipídico en este espacio está ya presente en las fases iniciales del desarrollo de la obesidad infantil. En poblaciones pediátricas obesas la existencia de estados de resistencia a la insulina pueden ser el punto de partida para el desarrollo posterior de diabetes tipo 2 y/o SM, habiéndose definido recientemente la prediabetes tipo 2 en el adolescente obeso.
Obesidad y síndrome metabólico (SM) en niños y adolescentes
El SM ha sido definido como la asociación de varios factores de riesgo precursores de enfermedad cardiovascular arteriosclerótica y de diabetes tipo 2 en el adulto. Ya en 1988, Reaven observó que algunos factores de riesgo, como la hiperinsulinemia/insulinorresistencia, la alteración de la tolerancia a la glucosa/diabetes tipo 2, la hipertensión arterial (HTA) y la dislipemia, solían aparecer frecuentemente agrupados. Denominó a esta asociación síndrome X y la reconoció como un factor de riesgo para presentar enfermedades cardiovasculares. Posteriormente, postuló que la insulinorresistencia desempeñaba un papel primordial en su fisiopatología y de ahí que también comenzara a denominársele como síndrome de insulinoresistencia.
La obesidad no fue incluida originalmente en la descripción original de Reaven, pero hoy en día está ampliamente documentado que la obesidad desempeña un papel central en la génesis del SM.
En la actualidad está bien establecido que la asociación de la obesidad con el SM y el riesgo cardiovascular no depende exclusivamente del grado de obesidad, sino que se encuentra muy estrechamente relacionado con el patrón corporal de distribución grasa y con el contenido de grasa abdominal (adiposidad central). Por este motivo, recientemente la Asociación Americana de Cardiología y la Federación Internacional de Diabetes recomiendan estimar indirectamente su contenido mediante la medición del perímetro de la cintura en aquellos pacientes pediátricos y adolescentes con riesgo de insulinorresistencia e incluirla como criterio imprescindible para diagnosticar el SM en la edad pediátrica, ya que el IMC es un indicador poco sensible para evaluar la distribución grasa y que la sensibilidad a la insulina en los niños y adolescentes obesos y con un IMC similar se encuentra significativamente más reducida en aquellos que tienen un mayor contenido de grasa visceral.
De todos modos está por determinar si estos criterios diagnósticos son o no adecuados para identificar los niños y adolescentes con SM cuando sean adultos.
En definitiva, el estudio sistemático de la presencia de complicaciones metabólicas (estados de resistencia a la insulina y/o SM) debe efectuarse de forma rutinaria en los niños y adolescentes obesos con objeto de identificar aquellos sujetos con mayor susceptibilidad y riesgo para presentar en etapas relativamente tempranas de la vida adulta diabetes tipo 2 y enfermedad cardiovascular precoz. La identificación de estos trastornos metabólicos en los niños y adolescentes obesos debe promover la adopción, en primera instancia, de medidas enérgicas dirigidas fundamentalmente hacia la modificación de sus hábitos nutricionales y estilos de vida. Reconcomiendo – a nuestro entender- a la escuela-maestro como el lugar donde se pueden; identificar, acompañar y sensibilizar a la familia-comunidad en la prevención temprana de esta situación.  

Fuente:
Yeste, D. y Carrascosa, A. (2011). Complicaciones metabólicas de la obesidad infantil. An Pediatr (Barc). 2011;75 (2):135.e1—135.e9.

jueves, 7 de julio de 2016

Ingesta de azúcares recomendada por la OMS para adultos y niños

En la nueva directriz sobre la ingesta de azúcares para adultos y niños (Guideline: Sugars intake for adults and children) de la Organización Mundial de la Salud (OMS), recomienda reducir el consumo de azúcares libres a lo largo del ciclo de vida.
Tanto para los adultos como para los niños, el consumo de azúcares libres se debería reducir a menos del 10% de la ingesta calórica total. Una reducción por debajo del 5% de la ingesta calórica total produciría beneficios adicionales para la salud.
Los azúcares libres frente a los azúcares intrínsecos
Las recomendaciones contenidas en la directriz se centran en los efectos documentados para la salud que produce la ingesta de «azúcares libres». Estos incluyen los monosacáridos y los disacáridos añadidos a los alimentos por los fabricantes, los cocineros o los consumidores, así como los azúcares presentes de forma natural en la miel, los jarabes, los jugos de fruta y los concentrados de jugo de fruta.
Los azúcares libres se diferencian de los azúcares intrínsecos que se encuentran en las frutas y las verduras enteras frescas. Como no hay pruebas de que el consumo de azúcares intrínsecos tenga efectos adversos para la salud, las recomendaciones de la directriz no se aplican al consumo de los azúcares intrínsecos presentes en las frutas y las verduras enteras frescas.
Recomendaciones firmes
Las recomendaciones para reducir la ingesta de azúcares libres a lo largo del ciclo de vida se basan en el análisis de los últimos datos científicos. Estos datos muestran, en primer lugar, que los adultos que consumen menos azúcares tienen menor peso corporal y, en segundo lugar, que el aumento de la cantidad de azúcares en la dieta va asociado a un aumento comparable del peso. Además, las investigaciones evidencian que los niños con los niveles más altos de consumo de bebidas azucaradas tienen más probabilidades de padecer sobrepeso u obesidad que aquellos con un bajo nivel de consumo de este tipo de bebidas.
La recomendación se apoya además en datos que evidencian que un consumo de azúcares libres superior al 10% de la ingesta calórica total produce tasas más elevadas de caries dental que un consumo inferior al 10% de la ingesta calórica total.
Dada la calidad de los datos probatorios, la OMS califica estas recomendaciones como «firmes»: pueden ser adoptadas como políticas en la mayoría de los contextos. Los países pueden dar curso a estas recomendaciones mediante la elaboración de directrices dietéticas basadas en los alimentos, teniendo en cuenta los alimentos disponibles y las costumbres alimentarias a nivel local.
Otras opciones normativas incluyen el etiquetado de los alimentos y el etiquetado nutricional, la concienciación de los consumidores, la regulación de la comercialización de los alimentos y las bebidas no alcohólicas con un alto contenido en azúcares libres, y la aplicación de políticas fiscales dirigidas a los alimentos con un alto contenido en azúcares libres. Las personas pueden poner en práctica estas recomendaciones modificando la manera en que eligen los alimentos.
Reducción adicional: una recomendación condicional
Dada la naturaleza de los estudios existentes, la recomendación de reducir el consumo de azúcares libres a menos del 5% de la ingesta calórica total se presenta como «condicional» en el sistema de la OMS de formulación de directrices basadas en datos probatorios.
Se han realizado pocos estudios epidemiológicos en poblaciones con bajo consumo de azúcares. Solo existen tres estudios nacionales de población que permiten realizar una comparación entre la tasa de caries dental correspondiente a un consumo de azúcares inferior al 5% de la ingesta calórica total y la correspondiente a un consumo de azúcares superior al 5% e inferior al 10% de la ingesta calórica total.
Estos estudios ecológicos de base poblacional se realizaron en un periodo en que la disponibilidad de azúcares descendió radicalmente de 15 kg por persona y año antes de la Segunda Guerra Mundial a apenas 0,2 kg por persona y año en 1946. Este «experimento natural», que demostró una reducción de la caries dental, constituye la base de la recomendación de que la reducción del consumo de azúcares libres por debajo del 5% de la ingesta calórica total proporcionaría beneficios adicionales para la salud en forma de reducción de la caries dental.
El tratamiento de enfermedades dentales consume del 5% al 10% de los presupuestos sanitarios en los países ricos. La caries dental no se suele tratar en los países de ingresos más bajos, donde su costo excedería todos los recursos financieros disponibles para la atención de la salud infantil.
La OMS formula recomendaciones condicionales —incluso cuando la calidad de las pruebas no es elevada— sobre cuestiones que revisten importancia para la salud pública. Se habla de recomendación condicional cuando los efectos deseables de su cumplimiento probablemente compensan los efectos indeseables, aunque la proporción de unos y otros no se puede establecer con precisión; por tanto, es preciso entablar diálogos y consultas con las partes interesadas antes de plasmar la recomendación en una política.
Revisión futura de la directriz
Está previsto actualizar la directriz en 2020. La actualización de las recomendaciones se beneficiaría de la realización de investigaciones en las siguientes esferas:
El efecto de la ingesta de azúcares libres sobre el metabolismo
Estudios a más largo plazo sobre las consecuencias de los cambios en la ingesta de azúcares libres para la salud
Los umbrales por encima de los cuales el consumo de azúcares libres aumenta la ganancia de peso
La eficacia de los cambios de comportamiento en la reducción de la ingesta de azúcares libres
Estudios de cohortes para evaluar el riesgo de caries dental en diferentes niveles de ingesta de azúcar.

Fuente:
Nota informativa sobre la ingesta de azúcares recomendada en la directriz de la OMS para adultos y niños
Organización Mundial de la Salud, 2015