jueves, 29 de septiembre de 2016

La prevención activa de la obesidad. ¿Cómo participa la escuela?

La obesidad es una enfermedad crónica cuya incidencia y prevalencia están aumentando tanto en países desarrollados como en vías de desarrollo. Representa en la actualidad un problema importante de salud pública en nuestros países. Las estrategias de prevención de la obesidad en la infancia deben establecerse en la escuela y la familia, las dos instituciones que ejercen mayor influencia en el niño.
La obesidad es considerada por la OMS desde 1998 como una epidemia global. Constituye un problema serio de salud en las sociedades occidentales donde el nivel de vida y los medios de comunicación incitan al consumo de alimentos con alto poder energético. En la infancia y adolescencia, es el trastorno metabólico más prevalente y la principal enfermedad no declarable. En nuestro país el porcentaje de sobrepeso en niños de 7 a 12 años alcanza el 17,57% y la obesidad 9,87% (INN, 2013). La obesidad infantil es, además, un gran factor predictivo de la obesidad del adulto.
El ambiente como factor de riesgo 
Los factores ambientales juegan un papel importante en el aumento de la prevalencia de la obesidad. Una escasa actividad física unida al incremento en el consumo de comidas altamente calóricas entre los niños explican de forma clara este aumento. Además, estas tendencias alimenticias se ven muy influenciadas por los hábitos alimenticios familiares, al igual que la actividad o inactividad de sus padres. Si estos hábitos se establecen durante la infancia, persistirán en la edad adulta.
La salud del niño se ve directamente afectada por la obesidad, que se inicia durante la infancia, ya que influye sobre el crecimiento, ritmo madurativo y equilibrio endocrino. Asimismo, la obesidad infanto-juvenil constituye un factor de riesgo para el desarrollo de una serie de complicaciones de crecimiento, cardiovasculares, ortopédicas, respiratorias, digestivas, dermatológicas, psicosociales, capacidad física disminuida, neurológica y endocrinas; así, ciertas formas de cáncer y una esperanza de vida menor.
Todas estas complicaciones justifican de manera clara la prevención y tratamiento de la obesidad en etapas precoces. Sin embargo, las consecuencias más importantes se derivan del riesgo que la obesidad tiene de perpetuarse durante la edad adulta y junto con las complicaciones antes mencionadas, puede incrementar la mortalidad o conducir a grados variables de invalidez. En el caso venezolano la prevalencia de Sobrepeso en personas de 18 a 40 años alcanza al 30,52% y la Obesidad el 29,72% (INN, 2013) 
Aparte de los riesgos asociados a la obesidad, ser un niño obeso conlleva una carga psicológica y emocional importante. Tanto el sobrepeso como la obesidad suponen riesgos psicosiales inmediatos. Los niños obesos tienen una pobre imagen de sí mismos y expresan sensaciones de inferioridad y rechazo, viéndose discriminados por parte de los adultos o de los compañeros de clase, actitudes que pueden conducir al aislamiento, depresión e inactividad, situaciones que favorecen una mayor ingesta de alimentos, lo que termina agravando o perpetuando el cuadro de la obesidad.
Por otra parte, desde el punto de vista genético, la cantidad de grasa corporal y la distribución del tejido adiposo o la cantidad de masa magra están directamente relacionados con la carga genética familiar. De esta manera, los hijos de padres obesos son más frecuentemente obesos a todas las edades que los hijos de padres delgados. Existen más de 200 genes relacionados con el exceso de peso. Con la identificación en 1994 del gen “ob”, específico de los adipositos y responsable de la codificación de la leptina, proteína reguladora del peso corporal, la teoría de que alteraciones genéticas contribuyen al desarrollo de la obesidad va ganando fuerza.
Estrategias de prevención de la obesidad
El mejor tratamiento de la obesidad infantil es la prevención. Esta debe comenzar por el pediatra desde la infancia, basándose en la promoción de hábitos de alimentación saludables, aumento de la actividad física y modificación de hábitos obesogénicos.
El objetivo prioritario es favorecer una dieta equilibrada y variada, adaptada al ritmo de crecimiento y desarrollo del niño, al mantenimiento del peso ideal y de una salud óptima en todas sus edades.
En el manejo y prevención de la obesidad infantil se implican educación, investigación e intervención. La educación debe ir dirigida hacia los ámbitos familiar y comunitario, escolar, empresarial, sanitario y político.
Es necesario realizar campañas de salud a través de los diferentes medios de comunicación en colegios, colectividades, hospitales pediátricos, etc., para evitar las secuelas de la vida sedentaria y de los excesos en las comidas. El objetivo de estas campañas consistirá en proporcionar ideas básicas pero claras sobe la relación entre los hábitos alimentarios saludables, actividad física y prevención primaria de la obesidad.
Niveles de actuación para la prevención de la obesidad
  • Elaborar programas de actividad física como prevención de la obesidad.
  • Formar e informar a los profesionales relacionados con la salud y la educación y a la población en genera sobre los beneficios de la prevención de la obesidad, promocionando el consumo de alimentos saludables.
  • Exigir el etiquetado riguroso del contenido de los alimentos procesados que incluya los macro y micronutrientes, y su porcentaje de aporte de energía, grasa, hidratos de carbono y proteínas en relación con la ración diaria, así como los componentes bioactivos y los aditivos que contienen.
  • Promocionar la información y formación de los profesionales de la salud en la prevención y tratamiento de la obesidad y sus comorbilidades.
  • Mejorar la calidad nutricional de los alimentos y promocionar los de bajo contenido en grasa, sal y azúcar.
  • Ayudar a los consumidores a ejercer una elección informada de los alimentos y menús.
  • Reducir o eliminar la publicidad para el consumo de alimentos de alto poder energético y bajo en nutrientes.
  • Promocionar en el currículum la educación nutricional y la actividad física.
  • Mejorar la calidad nutricional de los menús ofertados en el comedor escolar, que debe ser un punto de encuentro para la educación nutricional práctica.
  • Restringir o eliminar máquinas o vendedores de alimentos y bebidas de baja calidad nutricional dentro o en las cercanías de la escuela.
  • Estimular la realización de ejercicio físico a todos los alumnos con una actividad adecuada a la edad y estado físico, fomentando las actividades no competitivas.
  • Mejorar la dieta aumentando el consumo de frutas y verduras, cereales integrales y pescado, disminuyendo las grasas saturadas, las grasas trans y los azúcares refinados.
  • Promocionar el desayuno como una comida principal. Fomentar la comida en familia.
  • Evitar el abuso de la TV, computadora y otras actividades sedentarias.
  • Crear infraestructuras para la actividad física y el deporte seguro y su acceso fácil, rápido y económico.
  • Promocionar la educación nutricional.
La obesidad exógena es una enfermedad nutricional que se define por el exceso de grasa corporal resultante del consumo de una dieta de valor calórico superior a las necesidades del niño. La prevención exige una actividad coordinada de los gobiernos, la industria, los profesionales sanitarios, las TICs, la televisión, Internet, las organizaciones no gubernamentales, la escuela, los centros de trabajo, la comunidad, la casa, la familia, el niño. Entonces la prevención de la obesidad es responsabilidad de todos.
Fuente:
Isabel Polanco Allué y Pilar Pavón Belinchón  (2012). Un reto actual: la prevención activa de la obesidad y el comedor escolar. En Nutrición en el ámbito escolar. Jesús Román Martínez Álvarez (Editor). Cap 5, p. 59-67. España.

Instituto Nacional de Nutrición (2013). Sobrepeso y obesidad en Venezuela. Prevalencia y factores condicionantes. Fondo Editorial Gente de Maíz. Caracas.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Hábitos de alimentación saludables: ¿previenen los trastornos de alimentación?

En la actualidad, tanto en la práctica clínica como en las investigaciones se observa que los Trastornos de la Conducta Alimentaria implican más criterios diagnós­ticos que los conocidos en el DSM (Manual diagnós­tico y estadístico de los trastorno mentales). De­bido a que se ha advertido que estas enfermedades son más frecuentes de lo que se creía, se está pensando la posibilidad de categorizar o subclasificar los diversos trastornos que existen e incluir, además, otros nuevos.
Hábitos de alimentación
Los hábitos de alimentación son expresiones de las creencias y tradiciones ligadas a la geografía, la disponi­bilidad alimentaria, así como también están vinculados a los factores económicos y religiosos de la persona. En este contexto cabe preguntarse: ¿qué es adecuado?, ¿qué es inadecuado en los hábitos de alimentación? y ¿qué es un trastorno de alimentación o una inadecuada conducta de alimentación?
El término adecuado corresponde a comer va­riado, equilibrado, suficiente, completo. Para ilustrar más claramente la definición de “inadecuado” se puede recurrir a los siguientes ejemplos: a) un paciente con problemas de obesidad, que realiza al día tres comidas copiosas a base de carbohidratos (pastas, papas etc.) y de alto contenido ener­gético, b) un paciente que por condiciones laborales no puede ir a su casa a almorzar, no puede dirigirse a un lugar donde le ofrezcan comida saludable y además, su poder adquisitivo es bajo, se verá obligado a acudir a lugares de comida rápida. En ambos casos se está ante un hábito de alimentación inadecuado.
No se puede dejar de lado otras situaciones que están fuera de los criterios ya conocidos, por ejemplo: ¿cómo se definen o clasifican las personas que hacen una comida al día, que no desayunan, comen varias veces al día o se levantan en la noche a comer, que realizan comidas de forma compulsiva, ayunan o hacen dieta constantemente de manera permanente? ¿Podrían definirse estas conductas como trastornos de la con­ducta alimentaria?
Trastornos de la conducta alimentaria
Según el DSM, los trastornos de la conducta alimentaria se incluyen en esta clasificación general:
• Anorexia nerviosa (restrictiva y purgativa).
• Bulimia nerviosa.
• Trastorno de alimentación no específico (EDNOS, por sus siglas en inglés: Eating di­sorder not otherwise specified).
• Comedor compulsivo o trastorno por atracón (TPA).
La expresión “Todo el mundo hace dieta hoy día”, se está usando, actualmente, muy a la ligera. Esto es preocupante ya que existen muchos estudios, de evi­dencia donde se observa que en los colegios, los adolescentes mantienen inadecuadas conductas ali­mentarias tales como: ayunan, omiten las comidas… En la consulta, muchos profesionales dicen: “¿quién no hace dieta?”. De esta manera se resta importancia a un posible trastorno y, sencillamente, el nutricionista o nu­trólogo le entrega al paciente un plan de alimentación para perder peso. En este sentido, se debe preguntar a los pacientes: ¿Usted se ha sometido muchas veces a dieta? Si la respuesta es positiva: “Sí, casi toda mi vida”, ese es un paciente que, muy probablemente, debe tener un problema de alimentación.
¿Este comportamiento es un factor de riesgo o se está ante el inicio de un trastorno de alimentación?
Por lo general, los pacientes con anorexia em­piezan, sencillamente, restringiendo el consumo de go­losinas o con una dieta; sin embargo, su alimentación se va haciendo cada vez más restrictiva, hasta el punto de no comer o convertir la alimentación en ayunos seguidos por atracones.
Las preocupaciones y los trastornos de la conducta alimentaria se agrupan en un continuo y estos van desde una insatisfacción corporal leve a estados graves de ano­rexia, bulimia u otro desorden de alimentación. 
A lo largo del intervalo entre los puntos de inicio y el terminal, se encuentran las conductas dietéticas y los comportamientos de trastornos de alimentación graves, como lo son el vómito, uso de laxantes, ingestas de píldoras adelgazantes y atracones. La participación en conductas anoréxicas y regímenes poco saludables tal vez no sea lo bastante frecuente o intensa para cumplir con los criterios diagnósticos para definirlos como un trastorno de la conducta alimentaria, sin embargo, estas conductas llegan a afectar de manera negativa la salud y tal vez conduzcan al desarrollo de un trastorno de la conducta alimentaria.
La conducta que se está observando en los ado­lescentes es alarmante: adolescentes sin problemas de sobrepeso presentan conductas de dietas. Los adolescentes, y muchas veces los adultos, también buscan un método rápido para perder peso, a pesar de que en la mayoría de los casos son poco efec­tivos. Estudios longitudinales han comprobado que estas conductas de dietas no predicen pérdida de peso ni son mantenidas en el tiempo, además, está demostrado que a los 5 años de haber hecho dietas, los pacientes tienen 3 veces mayor riesgo de padecer sobrepeso u obesidad.
La mayoría de los estudios se basa en la teoría de la restricción dietética donde los procesos cognitivos, que deberían ser normales son interrumpidos; entonces, se pierden las señales de hambre y saciedad fisiológica.
Qué ocurre fisiológicamente:
• Se agotan las reservas de glucógeno hepático.
• Ocurre una hipoglucemia sintomática o asintomática.
• Empieza la sensación de hambre (voraz).
• Pérdida del control de la ingesta de alimentos y, seguidamente, se procede un atracón.
El atracón es señal de una hipoglicemia. La per­sona busca ingerir carbohidratos complejos o carbohi­dratos sencillos para satisfacer la necesidad del sistema nervioso central. Enseguida lo embarga una sensación de culpa, y se da inicio al ciclo de restricción, no sola­mente de ayuno sino al uso de píldoras, diuréticos, etc.
Cuando todas estas conductas inadecuadas son mantenidas, se produce una disminución de la tasa me­tabólica; como resultado de todas estas restricciones, sobrevienen el sobrepeso y la obesidad. De esta ma­nera, si el sobrepeso y la obesidad están asociados con estas conductas y no al paciente con hábitos inade­cuados, estamos ante cualquier trastorno de la conducta alimentaria. Adicional­mente, estas personas tendrán problemas de autoestima y poco autocontrol con lo cual se está favoreciendo el trastorno.
¿Es la obesidad un trastorno de la conducta alimentaria?
Estudios epidemiológicos han demostrado una aso­ciación positiva entre obesidad y formas de enfermedades mentales, indicando que la comorbilidad observada en trabajos clínicos no es simplemente una detección casual.
Finalmente, la presencia de características similares en personas con obesidad, adicción a drogas y conductas compulsivas conduce a que algunos investigadores con­cluyan que la obesidad, caracterizada por un consumo compulsivo de alimentos, puede ser incluida como un desorden mental en el DSM. Sin embargo, no se puede etiquetar como una enfermedad mental, al menos que la obesidad sea el resultado de una conducta inadecuada y, en este caso, la denominan obesidad relacionada a un trastorno de la alimentación. Por eso es fundamental diagnosticar ade­cuadamente, si la obesidad es el resultado de un hábito inadecuado o de una mala conducta.
Características especiales de los trastornos de alimentación
• Etiología multideterminada en la que hay un continuum dimensional en lo conductual y psi­cológico.
• ¿Los trastornos de la conducta alimentaria re­quieren condiciones diferentes en el marco de la salud mental? Es muy frecuente observar la resistencia de los pacientes a acudir a los psi­cólogos o psiquiatras. Lo psicológico lo aleja del modelo médico.
• Los pacientes no se benefician de los recursos de las patologías médicas.
• El espectro de trastornos de la conducta ali­mentaria es amplio: obsesión, compulsividad, personalidad, impulsividad, afectividad, etc. Es necesario considerar otras alteraciones y por eso es recomendable trabajar con un psi­cólogo, un psiquiatra, es decir, con un equipo completo.
Conclusión, es importante deslindar si se está ante un hábito de alimentación adecuado o frente a una conducta de alimentación inadecuada que pu­diera conducir a un trastorno de la conducta alimen­taria. Por otra parte, también es necesario esperar los nuevos criterios que se publicarán en la próxima edición del DSM, pues es de esperarse que facilitarán la comprensión, el análisis y el abordaje de este tipo de trastornos.
Fuente:

Beatriz Verdi de Di Bella (2012). Hábitos de alimentación saludables: ¿previenen los trastornos de alimentación? CANIA. Año 14. Nº 24. p, 13-17.