La escuela, en la
Educación Inicial y Primaria, es el medio idóneo
para poder llevar a cabo un programa de educación
alimentaria y nutricional (EAN). Por una parte porque es el medio que acoge
la totalidad de la población durante la etapa de la enseñanza obligatoria. En
la escuela se puede ayudar a adquirir unos conocimientos, unos hábitos y unas
actitudes favorables de una manera gradual y sistemática. Por otra parte,
porque la escuela acoge a los niños en la etapa más importante de su vida en la
que están formando su personalidad y todavía están a tiempo para cambiar e
incorporar nuevos hábitos de salud. Al mismo tiempo el equipo
docente además de
impartir los conocimientos adecuados para cada etapa también pueden contribuir
en la modificación de las conductas y ser pieza clave en la educación
nutricional del niño.
Por ello, la
permanente exposición a mensajes informativos y propositivos para la adopción
de buenos hábitos, conjuntamente con el desarrollo de acciones educativas
concretas y reflexiones críticas sobre su hacer en torno a la salud y la alimentación,
favorecerá su transformación, adecuación e incorporación de cambios de conducta
y comportamientos más saludables, en tal sentido se plantean las siguientes
orientaciones.
1. Conocer el significado del acto de
alimentarse
Las
relaciones que tienen los padres y maestros con sus hijos-alumnos son
fundamentales en el proceso educativo, lo cual influye sustancialmente sobre el
desarrollo de competencias tanto en el ámbito afectivo, social, cognitivo y
comportamental. Durante el proceso pedagógico “hecho educativo” se requiere el uso de estrategias (lúdicas, intergrales,
complejas) para la formación de hábitos de rutina diaria entre los que se
mencionan los relacionados con la alimentación.
El
momento de la alimentación tiene un significado psicológico de encuentro, de
intercambio y de formación cultural de hábitos y comportamientos esperados por
los padres y maestros de los hijos/alumnos. Durante las comidas, el niño
aprende, y al mimo tiempo, se ponen en juego sus emociones y establece
contactos sociales; el verdadero sentido de la necesidad de alimentarse no es simplemente
la satisfacción del hambre, sino que encierra una serie de sutilezas
psicológicas que es preciso conocer para utilizarlas como recurso valioso “medio educativo”, a fin de promover el
desarrollo psicológico de los niños preescolares y escolares.
La conducta alimentaria constituye por
tanto, un suceso relacionado con el avance progresivo hacia formas más
complejas de comportamiento relacionados con la alimentación del niño; la mayor
o menor cantidad de alimentos que el infante ingiere está determinado por una
serie de hechos en el ámbito biológico, psicológico y social: frustraciones,
demandas de atención por parte de la madre o cuidadores, tensión emocional en
el grupo familiar, inciden en la decisión o no de ingerir alimentos y sobre el
deseo de comer; vale decir sobre lo que se come y cómo se come.
2. Contribuir en la formación de
hábitos alimentarios
El
comer es un hecho muy básico que se forma de manera muy temprana y debe quedar
establecido como un hábito para el resto de la vida. Para lograr esto se deben
tener en cuenta un conjunto de variables implicadas y que tienen que ser
conocidas por la madre, el padre, la cuidadora, y en especial, por el maestro,
según sea el caso. Todas ellas están orientadas a la formación de hábitos para
comer, entre ellas se encuentran:
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Las destrezas para la alimentación:
la evolución de acto de comer de la dependencia a la autonomía, es producto de
una secuencia de desarrollo de habilidades motoras bucales y motoras finas, las
cuales varían con el nivel de edad y están relacionadas con procesos
madurativos propios del cambio biológico y psicológico hacia una mejor y mayor madurez.
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Las diferencias entre hambre y
apetito: la mayor o menor cantidad de alimentos que se
ingieren está sometida a las variaciones del apetito, sobre él, además de las
condiciones biológicas como enfermedades, influyen condiciones psicológicas y
sociales del ambiente.
Es
necesario diferenciar el hambre del apetito. La primera se refiere a la
necesidad de comer; cuando se tiene
hambre se come lo que esté a la disposición para satisfacer esa necesidad;
mientras que la segunda es el deseo de comer; cuando se siente apetito se
escoge qué comer y qué condiciones ambientales hacerlo.
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Las variaciones en el ritmo de la
alimentación: así como pueden encontrarse
variaciones en el apetito, también se pueden conseguir diferencias en el ritmo
que imprime cada niño a su alimentación; es decir algunos de ellos serán
rápidos mientras comen, por su parte otros lo harán más lentamente; esta
situación se convierte en algunas oportunidades en un motivo de consulta
psicológica y médica, pero su existencia constituye una variante esperada en el
comportamiento natural del niño.
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La atmósfera emocional y afectiva
durante la alimentación: el comer y las emociones están
tan estrechamente unidas, que la comida y el amor significan muchas veces lo
mismo. Los padres le dan a sus hijos un
dulce o un helado en señal de cariño, los maestros pueden hacerlo para
indicarles aprobación y reconocimiento, pero en otras ocasiones pueden
castigárseles restringiéndoselos. La relación entre los alimentos y las
emociones comienza desde que el niño nace; la lactancia materna produce
sentimientos de afecto y ternura. Pero estos sentimientos se pueden transformar
en angustia y ansiedad si hay problemas con la alimentación.
El
acto de alimentarse no está aislado de la vida familiar o social, en el momento
del mismo se pueden reflejar problemáticas hogareñas, de pareja, laborales.
También puede convertirse en un momento para llamar la atención ante la
ausencia de afecto, demanda de mayor tiempo de atención y cuidados básicos,
especialmente si se es un lactante, preescolar o escolar.
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Establecimiento
de normas de socialización: durante la
alimentación se da un proceso de aprendizaje que conduce no sólo a la
conformación de hábitos, sino además a la internalización de normas
relacionadas con el momento: uso adecuado de la taza, vaso, cuchara, otros
cubiertos, plato, posición corporal correcta para sentarse en la mesa, normas
de etiqueta y presentación para comer, entre otras. En el caso de los niños y
niñas, los “malos modales” en algunos casos están relacionados con el nivel de
inmadurez de su sistema orgánico para comportarse en atención a la exigencia de
su ambiente social y familiar.
3. Estructurar entornos nutricionales saludables en
el ámbito escolar.
Los
maestros, y profesores pueden contribuir con la (EAN), conformando entornos
nutricionales saludables en el contexto escolar; para ello deben partir de las
necesidades de cada etapa del desarrollo, tomar en cuenta las necesidades
individuales, culturales y de género. Deben participar conjuntamente con la
familia en el desarrollo de habilidades y destrezas para una adecuada
nutrición; así como fortalecer en los escolares sus habilidades para la vida.
Es
indispensable la creación de un ambiente basado en espacios físicos limpios,
higiénicos y estructuralmente apropiados para la conformación de un clima
afectivo favorable al crecimiento psicológico y manejo de la emocionalidad.
Este entorno debe involucrar no sólo a docentes y alumnos sino además al
personal administrativo y de servicio del recinto escolar.
Por
ello, desde la escuela se debe favorecer el conocimiento del valor nutricional
de los alimentos, destacar sus bondades y beneficios, enfatizar acerca de la
importancia del consumo de frutas, legumbres y vegetales, el consumo ponderado
del agua, fomentar actividades recreativas, la práctica del ejercicio físico
dosificado. En aquellos espacios que sean posibles, se deben rescatar y
promover los huertos escolares y actividades de conservación y preservación del ambiente.
4. El docente: un guardián
nutricional
El
docente debe: a) asumir la EAN, como una
misión de vida docente, b) resguardar la salud de sus estudiantes de posibles
daños por la ingesta perjudicial de determinados alimentos, malos hábitos e
inadecuadas interrelaciones interpersonales, c) educar para la prevención de
problemas que afecten la salud física, emocional, social y espiritual, y d) velar
por el cumplimiento de la Normativa vigente en materia de salud y alimentación (Constitución de la República
Bolivariana de Venezuela; Ley Orgánica de Protección de niños, niñas y
adolescentes; Reglamentos de cantinas escolares del Instituto Nacional de
Nutrición).
De
esta forma se define guardián
nutricional, como aquella persona que a partir del conocimiento de la EAN y claros valores de compromiso, responsabilidad,
solidaridad, tolerancia y respeto mutuo, vigila el crecimiento (parámetros
físicos) y desarrollo armónico (cobertura de necesidades, progreso en
habilidades y hábitos, administración de emociones) de un grupo de personas que
bajo un clima afectivo contextualizado en la escuela, la familia y la comunidad
y sobre las cuales ejerce un liderazgo que contribuye con el desarrollo humano,
tanto individual como colectivo, y con la calidad de vida de estos (De Tejada y
González, 2013).
De
igual forma, se pretende que el guardián nutricional maneje el enfoque de gestión de riesgo ante
los problemas nutricionales. Por lo cual, debe tener claro lo que significa
riesgo nutricional (déficit, sobrepeso, obesidad) vulnerabilidad nutricional,
amenaza nutricional (consumo excesivo de sal, de grasas), criterios de
precaución (almacenamiento y provisión de alimentos), con el propósito de
contribuir a la reducción de problemas nutricionales que afectan la localidad y
el país. Para ello el docente requiere:
• Conocer los cambios esperados en los niños en cada etapa de su
desarrollo
• Conocer la forma adecuada de alimentarse
• Vigilar el crecimiento y desarrollo del niño. (cambios
físicos y de comportamiento),
• Ser garante de una correcta nutrición en el
entorno escolar lo cual incluye: a) la importancia del desayuno, b) vigilar la
cantina escolar, c) inspeccionar la lonchera escolar, d) supervisar el comedor
escolar, e) formar hábitos nutricionales adecuados, g) respetar la hora del
receso, h) observar el consumo adecuado del agua, e i) enseñar la forma
correcta de manipulación e higiene de los alimentos.
Finalmente, debe reconocerse la
importancia del trabajo en las primeras edades de la vida para producir cambios
culturales profundos, formar hábitos de vida saludables y construir las bases
de una salud personal y social actual y futura.
Por ello, vale la pena subrayar la necesidad de que
el profesional de la educación analice constantemente la realidad, con una
visión crítica, que le permita replantear con la lógica subyacente en la
organización social, los trabajos de salud en los que participa, los proyectos
educativos y en los que muchas veces privilegia la función asistencial en
menoscabo de la labor social, como agente educador, cuya acción pedagógica puede posibilitar el desarrollo comunitario.
Se
debe insistir en que la educación en alimentación y nutrición constituye el
proceso por el cual las creencias y las actitudes, las influencias ambientales
y los conocimientos acerca de los alimentos, conducen al establecimiento de
hábitos alimentarios científicamente fundados, prácticos y acordes con las
necesidades individuales y la disponibilidad de alimentos.
Se
debe diferenciar de otras intervenciones por ser una actividad de comunicación,
cuyos ejes de acción residen en la transmisión de mensajes y persigue la
modificación de prácticas no deseables, aunque modificables, así como reforzar
las prácticas positivas.
En
el comportamiento alimentario se
conjugan diversos factores más allá de los nutricionales, debido a que el
individuo se encuentra influenciado por condicionamientos desde los puramente
biológicos, hasta los ecológicos, económicos, políticos e ideológicos. Por
consiguiente, cualquier intervención que implique la educación en alimentación
y nutrición debe tener muy presente la complejidad de los mismos.
En
este orden de ideas, el campo de acción de la EAN a
intervenir, sobre todo en el seno de la familia y en la escuela implica la
contribución tanto del educador como de la familia, y en el caso de jóvenes, la
colaboración de sus iguales.
Fuente:
De La Cruz, E.,
(2015). La Educación Alimentaria y Nutricional en el contexto de la Educación
Inicial. Paradigma. Revista de
Investigación UPEL-Maracay. Año XXXVI. N° 1. 161-182
julio.
Disponible: http://revistas.upel.edu.ve/index.php/paradigma/issue/view/244
De
Tejada, M. y González, H., (2013a). Del Mal al Buen comer: Un tránsito posible
a través de la Educación Nutricional. En De Tejada y Col (2013). Educación Nutricional para un Desarrollo
Sostenible. FEDEUPEL. Caracas.
De
Tejada, M., y González, H., (2013b). El Docente: Un Guardián Nutricional. En De
Tejada y Col. (2013). Educación
Nutricional para un Desarrollo Sostenible. FEDEUPEL. Caracas.
Esquivel, D., (2003).
Desarrollo de la conducta Alimentaria en los niños. Problemas e intervención. CANIA. Año 4. N° 9, mayo 2003, p.5-14.
Rojas, J., (2012). Hábitos alimentarios
saludables desde la niñez. Documento en línea. Disponible. http://www.fundacionbengoa.org/informacion_nutricion/habitos-alimentarios-saludables.asp.