La
alimentación puede entenderse como el proceso por el que una persona selecciona
los alimentos que han de configurar su dieta y los prepara para su ingestión.
Se trata de un proceso voluntario y consciente, aunque limitado por la
disponibilidad de alimentos, por los recursos económicos y por los hábitos
culturales. Así pues, depende de una decisión individual y, por lo tanto, es
educable, si bien los hábitos de cada persona constituyen un elemento muy
resistente a cualquier cambio. Se deben considerar un proceso fundamentalmente
social.
La
nutrición, por el contrario, tiene lugar a nivel celular y constituye un
conjunto de procesos automáticos, involuntarios y continuos, a través de los
cuales el organismo aprovecha las sustancias contenidas en los alimentos
ingeridos. La nutrición, lógicamente, es inconsciente y, por lo tanto, no es
educable.
Solo
una buena alimentación puede asegurar un estado nutricional adecuado. La
alimentación de un individuo concreto es equilibrada si alcanza los requerimientos
de energía y de cada uno de los nutrientes esenciales, sin conducir a excesos
injustificados, y, a la vez, le permite mantener un adecuado estado de salud y
le capacita para realizar el ejercicio que exige cada tipo de trabajo, teniendo
en cuenta su edad y su situación fisiológica. Puesto que no existe un tipo de
alimento que por sí solo contenga la cantidad adecuada de estos nutrientes, el
citado equilibrio se alcanzará combinando distintos tipos de alimentos.
La
demostrada interrelación entre alimentación y nutrición transforma a ambos
procesos en un aspecto prioritario de la salud pública, por lo que la
alimentación puede considerarse el factor más importante de la higiene
individual, ya que ningún otro factor aislado ejerce tanta influencia sobre la
salud y sobre la vida o el factor ecológico-social externo más importante para
la salud, tanto para el individuo como para la población.
La
selección de alimentos y la forma de prepararlos y manipularlos se ven
poderosamente influidas por factores culturales y socioeconómicos. La
tradición, la moda, las creencias religiosas y las preferencias individuales,
especialmente de la persona que se encarga de alimentar a la familia, son los
principales elementos culturales que condicionan la alimentación.
Las
grandes empresas tratan de modificar las preferencias individuales a través de
la publicidad y de los medios de comunicación.
La
alimentación saludable es una cuestión política en la medida en que las fuerzas
del mercado mundial controlan el suministro de alimentos. Las condiciones
sociales impuestas por las industrias alimentarias, favorecidas por los acuerdos
comerciales internacionales, perjudican finalmente a los consumidores de menor
poder adquisitivo, que tienden a sustituir los alimentos frescos por la comida
procesada barata producida por las empresas que dominan el mercado.
Esta
situación constituye un claro ejemplo de gradiente o pendiente social en salud,
que evidencian cómo la organización social afecta a la salud de las personas:
la morbilidad o mortalidad por cualquier causa es mayor conforme bajamos en el
nivel socioeconómico. La pendiente social en la calidad de la dieta está relacionada
con la denominada transición nutricional, escenario definido por el aumento del consumo
de alimentos altamente procesados, grasos y azucarados, de elevada densidad
energética, en comparación con las dietas tradicionales, caracterizadas por un
mayor consumo de cereales poco procesados y de alimentos frescos.
Las
últimas estadísticas sanitarias mundiales (OMS, 2014-2016), ponen de relieve el
creciente problema que representan las llamadas enfermedades no transmisibles (ECNT).
Muchas de ellas, como la diabetes y la hipertensión, están relacionadas con la
alimentación.
En
las tres últimas décadas, de intensa globalización económica, el número de
personas con sobrepeso/obesidad, y aquellas con enfermedades crónicas relacionadas
con la dieta, ha aumentado de manera significativa. El incremento ha sido
particularmente rápido en los países en desarrollo y más patente en los grupos
de menor nivel socioeconómico, de acuerdo con los determinantes sociales de la
salud. Por lo tanto, la lucha contra la obesidad se ha convertido en uno de los
mayores retos de la salud pública para el siglo XXI en todo el mundo.
En
la última década, muchos autores han vinculado la capacidad para cocinar con el
consumo de comidas más saludables, con la compra de más frutas y verduras y con
un menor uso de alimentos precocinados y de restaurantes de comida rápida. Los
niños que comen junto a otros miembros de su familia consumen más frutas y
verduras y menos grasas trans y saturadas, beben menos refrescos y presentan
una carga glucémica menor que quienes comen solos frente al televisor.
Asimismo, tienen un 15% menos de riesgo de sobrepeso y una menor probabilidad
de saltarse el desayuno.
Finalmente,
se ha comprobado que los niños que participan en programas de huertos escolares
mejoran sus conocimientos sobre la alimentación y sobre las actividades de
cultivo, mostrando más curiosidad por probar nuevos sabores y una mejor disposición
al sabor de las verduras. Estos referentes deben ser considerados en el
desarrollo de competencias educativas en torno a la alimentación de los niños,
niñas y adolescentes, y ser considerados, como prioritario, en la formación de
los docentes.
Fuente: Enrique España Ramos, Aurelio Cabello
Garrido, y Ángel Blanco López (2014). La competencia en alimentación. Un marco
de referencia para la educación obligatoria. ENSEÑANZA DE LAS CIENCIAS Núm.
32.3 (2014): 611-629
http://dx.doi.org/10.5565/rev/ensciencias.1080
ISSN (impreso): 0212-4521 / ISSN (digital): 2174-6486
Tener una alimentación, balanceada y sostenible es la clave para tener una mejor calidad de vida. Es importante tener el conocimiento adecuado para aprender alimentarnos.
ResponderBorrarSaludos,
Carnisseria Manlleu