jueves, 30 de noviembre de 2017

La Educación Alimentaria y Nutricional en la infancia

La educación alimentaria y nutricional es una estrategia que permite prevenir, e incluso corregir, comportamientos alimentarios en la infancia y hábitos de consumo que se caracteriza a menudo con carencias, excesos y desequilibrios. Este enfoque educativo debe orientarse a propiciar un mejor conocimiento de los recursos naturales de cada región y favorecer mejores estados de nutrición y calidad de vida.
Si bien la educación en materia alimentaria y nutricional no es la respuesta total a los problemas que se presentan por carencias o excesos en el consumo, si constituye un aspecto sustantivo de la educación formal. Por ello, la educación en la alimentación debe comprender los factores que intervienen en el comportamiento alimentario infantil, a partir de lo cual se propicie un sistema de actividades y de comunicación donde el pensamiento reflexivo y el creativo se desarrollen a la par de una actitud coherente del docente, con el devenir actual y la función fundamental de la educación como formadora del Hombre.
El comportamiento alimentario infantil
Las características del consumo de alimentos por parte de la población y en especial los niños pequeños, representan un riesgo para su estado nutricional y, por ende, para su estado de salud. Cada vez más, los patrones alimentarios se alejan de las recomendaciones; esta problemática es aún más alarmante en la infancia, dado que la alimentación en ese grupo etario es esencial para el crecimiento normal y para la prevención de enfermedades en etapas posteriores de la vida.
En vista de lo anterior, hay un claro reconocimiento de la importancia del comportamiento alimentario, en especial en la población infantil. Esto porque es en esta etapa de la vida donde se definen las bases de la conducta para etapas posteriores; de ahí que, aquellas actividades rutinarias, tengan una alta probabilidad de mantenerse a través del tiempo. En el caso del consumo de alimentos, generará efectos positivos o negativos en el estado nutricional de la población adulta, aquí la formación de hábitos en la escuela constituye un aspecto fundamental.
En tal sentido los hábitos son: (a) procedimientos de actuación mecanizados o automatizados; (b) recursos a utilizar por el docente para influir, de manera positiva en el crecimiento personal, afectivo e intelectual de sus alumnos; (c) costumbres, actitudes, formas de conducta o comportamientos ante situaciones concretas las cuales conllevan pautas de conducta y aprendizajes; y (d) mecanismos estables formados por un montaje de reflejos condicionados que se encadenan entre sí. Al mismo tiempo son flexibles y posibilitan que nuestros actos se reorganicen en cada momento.
Por otra parte, los hábitos aportan a los niños: (a) la capacidad de elaborar los propios rasgos personales de forma original, al mismo tiempo les identifica con el grupo social en el que han nacido, con sus valores y cultura; (b) liberan la mente para  emplear su energía en otros aprendizajes y se convierten, al mismo tiempo, en uno de los recursos para dinamizar sus operaciones y hacerlas más creativas; (c) dan marcos de referencia y pautas de comportamiento ante situaciones diversas y diferentes; (d) proporcionan a la estructura mental del niño, una trama sólida a partir de la cual se hace posible el progreso del pensamiento; (e) los hábitos mantienen el equilibrio psíquico de los niños e incrementan sus posibilidades de desarrollo y aprendizaje. Ello hace posible que puedan estar abiertos y dispuestos a realizar en todo momento nuevos aprendizajes; y (f) los hábitos facilitan al niño la comparación de su conducta con la de otros niños de su grupo, también con lo que hacen los adultos. Es decir, les proporcionan un recurso para poder evaluar, por comparación, su propio aprendizaje y forma de comportamiento.
En relación con la alimentación y específicamente a través de la absorción de los alimentos, el niño establece los primeros contactos con la realidad del mundo exterior. Comer es, además, la actividad mediante la que se desarrollan las primeras relaciones personales, y en torno a las cuales el niño experimenta y vive los primeros conflictos de entendimiento con los demás y de ruptura de comunicación. Esta situación produce en ocasiones, consecuencias profundas para su socialización y en algunas, riesgos peligrosos que es preciso prevenir.
Mediante la alimentación, el niño va recorriendo día a día, el complejo proceso de su identidad personal, de su evolución y de su progreso. Así, mientras come, muchos niños reviven y consolidan momentos anteriores de sus vidas y casi todos avanzan en destrezas por la imitación y el esfuerzo de realizar por sí mismo gestos y conductas que ven en los adultos. Además, en estos momentos, se desarrollan también las sensaciones más primitivas del gusto, olfato, tacto, que son la base de los esquemas de conocimientos más fundamentales.
La escuela, tiene pues, un papel fundamental a estas edades, en el aprendizaje de los buenos hábitos de alimentación. En este sentido es necesario considerar que es más fácil consolidar los hábitos saludables de manera temprana, antes que los niños y las niñas adquieran comportamientos negativos, ya que cambiar los conocimientos, las actitudes, valores y patrones de comportamiento inadecuados toma mucho más tiempo y exige también un orden o estrategia metódica, si se quiere alcanzar resultados positivos. Para el logro de este propósito la consolidación de un ambiente físico adecuado constituye un recurso fundamental en la consolidación de hábitos y estilos de vida más saludables.
Razón por la cual, el maestro debe considerar las características individuales del niño. Esta categoría abarca aquellas condiciones particulares con las cuales el individuo hace una lectura de su medio externo. En el caso de las diferencias por género, las niñas tienden a consumir más frutas y verduras que los niños, aunque son más susceptibles a las marcas, incrementando su consumo promedio hasta en 100 calorías cuando los alimentos tienen determinadas etiquetas. Actualmente, se reconoce que el género femenino no se basa únicamente en el criterio del sabor para escoger alimentos, sino también en cuestiones como apariencia e implicaciones para la salud. Mientras que en el caso de los niños, las decisiones alimentarias se basan en el sabor y placer antes que en la salud.
Los padres influyen en las elecciones de alimentos, por parte de los niños, a través de su presencia en los tiempos de comida, la inclusión de diversas preferencias alimentarias dentro de los menús diseñados en casa, esfuerzo y habilidades de preparaciones de alimentos, así como por aspectos concernientes a salud y finanzas del hogar.
Las estrategias que utilizan los padres para favorecer el consumo abarcan estímulos neutrales, razonamientos, premios, chantajes y presión. Sin embargo, los resultados de estas estrategias no siempre son los mejores. Ahora, los niños con rechazo alimentario se correlacionan en su mayoría con las tácticas de presión y amenazas de quitar privilegios de alimentos y juegos. Por lo tanto, la presión no es una buena opción para promover el consumo; esta genera una baja ingesta, mientras que la prohibición de alimentos aumenta el deseo. La presión para comer predice comentarios negativos acerca de la comida, así como una tendencia hacia el rechazo. Por su parte, los estímulos neutrales, las recompensas y los elogios están más relacionados con la aceptación del alimento.
Diversos estudios muestran que condiciones del alimento como el sabor, la apariencia y el olor influyen de forma directa en la ingesta. A partir de esto, la investigación en el tema ha permitido identificar una mayor aceptación de parte de ciertas métodos de cocción de verduras, tales como el vapor, dado que exaltan menos el sabor que otros, como es el caso del horneado; así, como se reconoce que texturas granulares y los colores oscuros tiene una mayor posibilidad de rechazo.
En el caso de frutas y verduras, los niños tienden a elegir más las frutas por su sabor y textura, mientras que el sabor puro de los vegetales no es bien aceptado; este puede mejorar en combinación con otros alimentos. Cuando se relaciona un sabor agradable para los niños con un sabor de poca aceptabilidad, el sabor agradable puede enmascarar el segundo y eso influencia la aceptabilidad de este último. De ahí pues, la relevancia del sentido del gusto.
En esta línea, la presentación visual de un alimento es un determinante importante para su consumo, esto involucra tanto colores, como tamaños, formas y disposiciones en el plato. Para el caso del tamaño, aquellas porciones grandes pueden disminuir tanto el gusto, como el deseo por el alimento. El efecto del tamaño en la disminución del gusto puede relacionarse con la magnitud de la estimulación oral, mientras que el deseo disminuye con las repetidas oportunidades ante dicha sensación.
De acuerdo a Esquivel y Pérez (2000), los principales problemas en la conducta alimentaria encontradas con mayor frecuencia por grupos de edad en educación inicial se destacan:
Menores de 2 años
* Mala práctica de la lactancia materna que dificulta la introducción de alimentos complementarios.
* Uso prolongado del biberón y dificultad para aceptar alimentos nuevos
* El niño deja de comer sin motivo aparente.
* Se duerme durante las comidas
* Da la espalda al plato de comida y/o no presta atención a su comida.
* Juega con la comida sin mostrar interés por llevársela a la boca.
* Llora o hace berrinches durante la comida, escupe los alimentos.
* No acepta la cucharilla.
* Se niega a abrir la boca.
* Presenta arqueos o vómitos.
* Frecuentemente abandona la mesa.
2 a 6 años
* El apetito suele variar.
* Presenta preferencias y rechazos marcados.
* No posee horario para las comidas.
* No come en el lugar destinado para ello.
* Se muestra apático, triste o indiferente hacia la alimentación
* Come a ritmo muy lento y busca excusas para no comer.
* No usa los cubiertos, se muestra dependiente
* Presenta atención dispersa
* Es inquieto, se levanta constantemente de la mesa o molesta a sus compañeros.
* Presenta vómitos antes, durante o después de las comidas.
Partiendo de los problemas descritos, el objetivo fundamental de la intervención de la conducta alimentaria consiste en promover en el niño la adquisición de una conducta acorde con la edad y nivel de desarrollo y orientar a los padres a manejar adecuadamente dichas conductas. La intervención de los problemas en la conducta alimentaria en los niños, puede combinar técnicas conductuales, apoyo emocional y orientación a los padres. Además, para un manejo adecuado se hace necesario que los adultos estén informados y capacitados para mantenerse firmes y establecer normas de comportamiento de manera coherente y efectiva.
En el momento de la comida, de acuerdo a Esquivel, (2003), los padres o maestros, deben ser personas lo suficientemente estimulantes para propiciar un ambiente agradable, en el que se favorezca la adquisición de aprendizajes y la formación de hábitos y conductas alimentarias adecuadas. Deben ser consistentes evitando manejos contradictorios. La alimentación se debe ofrecer en un ambiente relajado, sin otros estímulos, permitiendo que el niño coma la cantidad deseada. Por esto, los adultos (padre, madre, abuelos, maestros), deben llegar a acuerdos y trabajar como un equipo para tener logros importantes que se mantengan en el tiempo. Si estas recomendaciones no dan los resultados esperados, se deberá solicitar la intervención de un psicólogo o especialista en el área.
Fuente:
Esquivel, D., (2003). Desarrollo de la conducta Alimentaria en los niños. Problemas e intervención. CANIA. Año 4. N° 9, mayo 2003, p.5-14.
Esquivel D, y Pérez R. (2000). Registro de hábitos y conductas alimentarias (trabajo inédito) Caracas: CANIA, 2000. http://cania.msinfo.info/bases/biblo/texto/pdf2/Esquivel%20D.%201.pdf

Calle Moreno, M., (2008). Educar la alimentación en la escuela. Revista digital ENFOQUES EDUCATIVOS Nº 13. P.10-20 www.enfoqueseducativos.es

jueves, 23 de noviembre de 2017

Impacto de la malnutrición en las primeras etapas de la vida

Actualmente y de acuerdo a los expertos, ha tomado gran importancia el periodo que abarca desde el momento de la concepción hasta los dos años de vida, periodo de rápido crecimiento y que brinda una oportunidad única para que los niños obtengan los beneficios nutricionales e inmunológicos que van a necesitar el resto de sus vidas. En esta etapa se forman el cerebro, los huesos y la mayor parte de los órganos y tejidos, así como también el potencial físico e intelectual de cada persona. Los daños que genera la desnutrición durante estos primeros dos años, tienen consecuencias irreversibles en el individuo, por lo que la prevención es fundamental (Fundación Bengoa, 2015).
Todas las alteraciones que padece un niño durante esta etapa generarán morbimortalidad alta y afectación en el desarrollo mental y motor. En el largo plazo pudiera estar ligado a un bajo rendimiento intelectual, una merma en la capacidad de trabajo, en la salud reproductiva y en la condición de salud general durante la adolescencia y la edad adulta.
Lo anterior, dibuja un panorama en el cual la desnutrición se vuelve un círculo vicioso. Es muy probable que una niña desnutrida dé a luz un niño desnutrido, que en conjunto con prácticas inadecuadas de lactancia materna y de alimentación complementaria y diarreas frecuentes, son las principales causas de desnutrición en los primeros años de vida y del incremento en las muertes de los niños menores de cinco años.
Existe una creciente evidencia que coloca a la nutrición como un factor ambiental que tiene incidencia en diversas enfermedades tanto crónicas como autoinmunes. El efecto se inicia a nivel epigenético, durante el embarazo debido a que la nutrición de la madre afecta el crecimiento del feto y de igual manera puede impactar el desarrollo durante toda la infancia. La hipótesis de la programación fetal propone que la desnutrición fetal es el resultado de la alimentación deficiente de la madre y problemas de transferencias de nutrientes de la madrea al feto.
Frente a una amenaza para la supervivencia, el feto realiza adaptaciones para limitar el crecimiento, priorizar el desarrollo de los tejidos esenciales y acelerar la maduración. Ocurre una reducción en la secreción y en la sensibilidad de las hormonas que conforman el eje hipotálamo-pituitaria-adrenal y los cambios que se producen durante estas adaptaciones permanecen en el feto y el lactante. Se ha comprobado que hombres y mujeres que tienen mayor riesgo de padecer enfermedad cardio-metabólica son aquellos que experimentaron privación temprana o tuvieron bajo peso al nacer y que presentaron sobrepeso en la etapa adulta.
De igual forma, investigaciones neurofarmacológicas han revelado cambios duraderos, aunque no permanentes, en la función neural receptora del cerebro como resultado de un episodio temprano de malnutrición energético-proteica. Así mismo, teorías recientes respecto al impacto de la desnutrición en la inteligencia del niño, señalan que la misma altera el desarrollo intelectual por interferencia con la salud del individuo, con sus niveles de energía, sus tasas de desarrollo motor y crecimiento; en suma, las condiciones socioeconómicas deficientes pueden exacerbar todos estos factores y permitir la perpetuación del daño ocurrido a edades tempranas de la vida.
Se demostró que la desnutrición ocurrida en épocas tem­pranas de la vida, no sólo enlentece la velocidad de creci­miento del cerebro y su tamaño, sino que además afecta la corteza cerebral, que es la región más fuertemente unida a las funciones cognitivas e intelectuales, sin afectar aparen­temente el número de neuronas corticales (Caraballo, 2014).
Un punto de claro consenso, es que la desnutri­ción temprana – pre o postnatal –, produce cambios duraderos en la creatividad emocional, motivación y nivel de ansiedad del sujeto afectado, pu­diendo esperarse que estos efectos tengan un impacto sustancial en la habilidad para procesar la información, resolver problemas y por ende, alterar su capacidad cognitiva aun cuando no en forma permanente.
El único proceso cognitivo que hasta ahora se ha comprobado en su relación con la desnutrición tem­prana, es la disminución en la flexibilidad cognitiva del individuo (capacidad del ser humano para adaptar sus estrategias de procesamiento cognitivo ante una nueva e inesperada condición ambiental) y posiblemente, la mayor susceptibilidad a la interferencia proactiva (es decir, se altera la capacidad de aprehender una nueva información cuando ya existe información previa al res­pecto), cuyos efectos son, al parecer duraderos.
La nutrición del feto depende de la ingesta de nutrientes por parte de la embarazada y de los depósitos endógenos maternos de sustratos como precursores para la síntesis de tejido fetal, y como fuentes energéticas para el metabolismo oxidativo fetal; por ende, la dieta se identifica como uno de los principales factores ambientales que influye sobre el desarrollo del embrión y el feto, así como sobre la salud materna.
Aún más, en los últimos años se ha evidenciado la importancia que tiene la alimentación de la madre, no solo durante la gestación sino también desde el periodo preconcepcional. La nutrición inadecuada durante la gestación, independientemente del momento en que esta ocurra, puede causar defectos persistentes en el producto de la gestación, dado por diversos mecanismos como son la reducción del número de células de los tejidos, la modificación en la estructura de los órganos y el cambio en el ajuste de ejes hormonales clave.
Sin embargo, las deficiencias nutricionales maternas tendrán diversas consecuencias sobre el desarrollo fetal dependiendo del momento en que ocurran, ya que cada órgano y cada tejido tienen un momento diferente de período crítico de mayor replicación celular, en el cual las inadecuaciones nutricionales provocan mayor impacto negativo en este proceso, (Caraballo, 2014).
De acuerdo a la investigadora García-Casal (2011), todos los nutrientes son importantes para el cre­cimiento y desarrollo neuronal, pero algunos parecen tener más influencia que otros. Los efectos de esta deficiencia pueden ser transitorios, duraderos o permanentes:
(a) el hierro: Es necesario en todos los procesos básicos neuro­nales tales como mielinización, producción y regulación de neurotransmisores (dopamina, GABA y serotonina) y metabolismo energético lo que trae como consecuencia déficit de las funciones cognitivas, compromete las respuestas afectivas y el funcionamiento cognoscitivo de los lactantes afectados, así como su capacidad de coordinar patrones de movimiento y memoria respec­tivamente y un incremento de 1,3 veces el riesgo de padecer retardo mental. Existe una prevalencia en Venezuela del 70% de anemia en menores de 2 años, esta anemia en las primeras etapas marca, de alguna manera, el desarrollo psicomotor de esos individuos así como leves retrasos en actitud, disponibi­lidad o disposición para realizar trabajos.
(b) el zinc: Es un elemento traza, esencial para la estructura y función de un gran número de proteínas regulatorias, estructurales y catalíticas. Constituye un componente vital del cerebro, par­ticipa en la síntesis y liberación de neurotransmisores y en el desarrollo del Sistema Nervioso Central; actúa como modulador de la excitabilidad neuronal. Su deficiencia durante el período fetal resulta en una disminución del contenido de ADN, ARN y proteínas, así como en la reducción del tamaño del cerebelo, sistema límbico y corteza cerebral, puede afectar la emo­cionalidad y la respuesta al estrés, influenciando de esta manera el desarrollo infantil al condicionar la forma en la cual el niño se relaciona con su medio, 

(c) el cobre: Es un catión involucrado en el metabo­lismo energético del cerebro y de la dopamina activa como antioxidante. Se ha demostrado que su déficit afecta sensiblemente el desarrollo cerebral, con efectos a largo plazo sobre las funciones motoras, de balance y coordinación neuromuscular,
(d) los ácidos grasos esenciales (AGE): El ácido docosahexaenoico es el ácido graso omega 3, es un potente agente neurobiológico que afecta las membranas neuronales, y el adecuado funcionamiento cerebral, al influir en la correcta interconexión de miles de millones de neuronas. Constituye además, hasta 60% de los ácidos grasos totales de las membranas fotore­ceptoras de la retina, garantizando de esta manera la agudeza visual del individuo. Por ello la importancia de la lactancia materna –rica en AGE-, particularmente durante los primeros años de vida, período que coincide con la mayor acumula­ción de lípidos en el cerebro y retina,
(e) los folatos, su deficiencia provoca anemia macrocítica o megaloblástica, que se asocia también con la deficiencia de vitamina B12 y defectos en el cierre del tubo neural [labio-paladar hendido]. Asimismo se ha encontrado asociación con la aparición de enfermedades cardiovas­culares y accidentes cerebros vasculares en la edad adulta. Además se asocia con retardo en el crecimiento, au­mento del riesgo de parto pretérmino (antes de las 37 semanas) y niños con bajo peso al nacer.
(f) Vitamina A: se ha reportado el aumento en la incidencia de infecciones, alteraciones de la visión que incluyen la pérdida total de la misma, retardo de crecimiento cor­poral, respuesta inmune debilitada, entre otros, en relación a su deficiencia durante la infancia. Adi­cionalmente a esto, se ha encontrado una interacción entre el estado nutricional de vitamina A y metabolismo del hierro.
Razón por la cual, durante el primer trimestre, las necesidades son principalmente cualitativas para el desarrollo de órganos, dado que el crecimiento embrionario está todavía limitado. En este periodo la hiperfagia y el aumento de la sensibilidad a la insulina permiten que la madre, incluso en condiciones de desnutrición, almacene grasa en el tejido adiposo e incremente su peso corporal neto.
En el segundo trimestre, a partir de las 20 semanas de gestación, el crecimiento fetal es controlado por factores maternos y placentarios. Es difícil estimar la influencia que estos dos compartimientos tienen sobre el crecimiento fetal intrauterino; sin embargo, el retardo del crecimiento intrauterino está caracterizado por una capacidad reducida de la unidad útero-placentaria para suministrar oxígeno y nutrientes al feto.
En el tercer trimestre, el crecimiento fetal llega a ser exponencial y, al mismo tiempo, aumentan las demandas nutricionales fetales para completar el desarrollo de estructuras importantes como el sistema nervioso central. Con objeto de adaptarse a esta nueva condición, el metabolismo materno se desplaza de la situación anabólica del primer trimestre, a una situación catabólica donde la progesterona, el cortisol, la prolactina y la leptina dan lugar a una disminución de la reactividad a la insulina con un incremento consecuente de los niveles plasmáticos de ácidos grasos libres y glicerol.
Cuando las deficiencias se producen en la etapa inicial de la gestación los efectos deletéreos sobre el crecimiento fetal son mayores y el producto de la concepción se encuentra más afectado. Si la deficiencia de nutrientes ocurre en la mitad de la gestación, solo se afecta al feto, mientras que la placenta se hipertrofia como mecanismo compensatorio para mantener el aporte de nutrientes. Cuando las deficiencias de nutricionales ocurren al final de la gestación, su efecto será el retraso del crecimiento que altera la relación feto-placenta. Por último, el impacto a largo plazo de los factores dietéticos dependerá del momento, la duración e intensidad en que se produjo dicha nutrición inadecuada.
Razón por la cual, de acuerdo a Sosa y Caraballo, (2014), el peso, la talla y la composición corporal de la madre pueden relacionarse con su capacidad metabólica y su habilidad para ofertar los nutrientes al feto. El peso preconcepcional materno y la ganancia de peso durante el embarazo se han asociado con el peso al nacer, de allí que una condición nutricional deficitaria o por exceso durante el embarazo, afectaría el peso al nacer. La desnutrición materna trae consigo diversos efectos en la nutrición del feto, particularmente por las alteraciones tanto del desarrollo como de la función placentaria, de la modulación del sistema endocrino fetal y de la expresión génica, aquí se destaca: 
· Efectos sobre la placenta: los cambios placentarios pueden ir desde modificaciones en el peso, histomorfología, vasculogénesis y angiogénesis, todo lo cual altera la capacidad de transferencia de macronutrientes indispensables durante la vida fetal para la formación de tejido, así como para la producción de energía para los procesos oxidativos; y también se afecta la plasticidad por lo que el crecimiento y el desarrollo fetal quedan comprometidos.
· Efectos sobre el sistema endocrino fetal: el embarazo normal implica la producción de hormonas en los compartimientos materno, fetal y placentario. En casos de desnutrición materna, esta secreción puede verse afectada, principalmente por sus efectos sobre la producción de glucocorticoides, factores de crecimiento similares a la insulina y leptina.
· Efectos sobre la expresión génica: la nutrición de la madre puede programar la susceptibilidad de un individuo a desarrollar enfermedades en la edad adulta a través de cambios epigenéticos del genoma fetal sin alterar la secuencia del ADN.
Adicionalmente, las mujeres obesas tienen un riesgo incrementado de padecer hipertensión, preclampsia y diabetes mellitus gestacional (DMG). Esta última, a su vez, si no es controlada, puede llevar a una excesiva transferencia de glucosa al feto, induciendo una hiperglicemia fetal, lo que altera su estructura y función pancreática llevando a un incremento en la secreción de insulina y macrosomía. Así mismo, la obesidad materna está asociada con un aumento del volumen plasmático, incremento de la transferencia placentaria así como de la resistencia a la insulina, lo cual favorece una mayor cantidad de glucosa disponible para el feto de manera permanente.
Hoy día, se piensa que la dieta materna, el estado nutricional y la situación metabólica a que este conduce, son probablemente los factores maternos que más pudieran influenciar en la nutrición fetal.
Fuentes:
Caraballo, (2014). Anemias nutricionales. En Nutrición en el Embarazo. Cap VII, p.209-262. CANIA. Empresas Polar. Caracas
Fundación Bengoa (2015). Los Mil días del Niño. Documento en línea. Disponible: http://www.fundacionbengoa.org/informacion_nutricion/primeros-1000-dias-vida.asp.
García-Casal, M.  (2011). Los Micronutrientes: ¿por qué requieren nuestra atención? El problema, la evidencia y la solución. CANIA. Año 14. Nº 23 p.27-31.

Sosa I. y Caraballo, L. (2014). Nutrición Fetal. En Nutrición en el Embarazo. Cap II, p.45-79. CANIA. Empresas Polar. Caracas.

jueves, 16 de noviembre de 2017

Venezuela y su contexto alimentario-nutricional

Venezuela es un país en desarrollo en medio de una crisis muy prolongada, y está inmerso en una transi­ción alimentaria y nutricional desde hace muchos años. Este fenómeno, no es más que la secuencia de características y cambios del estado nutricional, como consecuencia de la sustitución de la alimentación tradicional por una alimentación hipercalórico con exceso de grasas y azúcares en medio de cambios económicos, demográficos, sociales y de salud, considerados por algunos estudiosos como parte del riesgo cuando se transita el camino al desarrollo, (Landaeta, 2011).
Esta transición nutricional, no es un simple cambio alimentario, es un proceso multifactorial de cambios socioculturales, económicos y de comportamiento. Ha estado acompañada-precedida por la transición demográfica, que es el cambio desde un patrón de alta fertilidad y mortalidad a uno de baja fertilidad y mortalidad, lo cual es bueno. No toda transición es mala, y la transición epidemio­lógica resultante es el cambio desde un patrón de alta prevalencia de desnutrición y enfermedades infecciosas, hacia uno de enfermedades crónicas no transmisibles, López y col (2011).
En la transición nutricional que observamos en países desarrollados o en vías de desarrollo, el factor que más contribuye, es la urba­nización. Cuando la gente migra hacia las ciudades en espera de un progreso económico y de una mejor fuente de ingreso, lo que generalmente encuentra es una alta pobreza urbana.
Hay una gran ignorancia nutricional generalizada, la cual es alimentada por los medios de comunicación que ofrecen mensajes dirigidos al consu­mismo masivo, y también, indudablemente hay mayor acceso a los aceites vegetales, a la comida rápida y comida de alta densidad calórica; a los cuales se recurre con frecuencia por las limitaciones de tiempo que tiene la mujer para cocinar, entre otras, por su doble rol.
Actualmente, en Venezuela se presenta una superposición de problemas de salud pública, los cuales constituyen un reto a causa de la doble carga: malnutrición por déficit, altas prevalencias de enfermedades infecciosas y la mortalidad por enfer­medades crónicas no transmisibles (ECNT), que cada día van en au­mento: enfermedades del corazón (20,58%), cáncer (15,41%), enfermedades cerebro vasculares (7,64%) y diabetes (7,11%), MPPS (2014).
Entonces, en Venezuela coexisten tanto el déficit como el exceso. Estos son datos oficiales de Sistema de Vigilancia Alimentaria y Nutricional, donde se uti­liza la combinación de los tres indicadores (peso-edad, talla-edad, peso-talla) para diagnóstico nutricional. En los lactantes el déficit se mantiene y el exceso aumenta, en los niños preescolares predomina la reducción crónica compensada, la talla baja.
En escolares y adolescentes predomina la des­nutrición crónica compensada y el sobrepeso superó la desnutrición aguda con creces. En adultos, especial­mente en mujeres mayores de 30 años, predomina el sobrepeso y la obesidad. Estos datos concuerdan con los reportados por el Sistema de Vigilancia Alimentaria y Nutricional, el cual destaca que el déficit ha aumentado de 9,9% a 18,4% y el sobrepeso de 15,9% a 19,3% en escolares de 7 a 14 años entre 2001 y 2007.
Adicionalmente en el Estudio Nacional de Prevalencia de Sobrepeso y Obesidad en Venezuela del (INN, 2013), se establece que la población de 7 a 19 años reportan déficit de 10,7% mientras que el sobrepeso alcanza 14,5% y la obesidad 9,6%, reflejando el acelerado incremento de la malnutrición por exceso.
Los niños venezolanos ya padecen afecciones “de adultos”: diabetes, hipertensión, colesterol alto, síndrome metabólico y problemas cardiovasculares, situaciones que requieren una urgente intervención para tratar de revertir su incremento en el corto plazo. Algunos estudios señalan que más del sesenta por ciento de los niños venezolanos son sedentarios, condición que en nada favorece una buena calidad de vida, si como se sabe, un niño obeso puede morir antes o ser un adulto discapacitado (Landaeta, 2011).
En forma específica, la Encuesta de Condiciones de Vida del Venezolano  (Encovi, 2014), realizada por los investigadores Virgilio Bosh, Maritza Landaeta, Marianella Herrera, de la Fundación Bengoa y de las Universidades Central de Venezuela (UCV), Simón Bolívar (USB) y Católica Andrés Bello (UCAB), divulgada en mayo 2015, alertó acerca del desequilibrio del menú que se sirven en los hogares.
Otro dato que arrojó Encovi y que destacan los investigadores, es que al menos 11,3% de los consultados confesaba que sólo comía dos o menos veces al día. Pero lo más grave es que no se trata de comidas de calidad. Por el contrario, a veces se trata simplemente de dos arepas sin relleno de proteínas. En los estratos más pobres, el porcentaje de quienes no se alimentan 3 veces al día sube a 39% (Nuñez, M., El Nacional, 2015).
Esta situación se está agravando significativamente ya que en el año 2015, los hogares en situación en pobreza aumentaron en un 53% (73% de hogares y el 76% de los venezolanos en pobreza), la pobreza extrema se duplicó y la mitad de los No Pobres del 2014, pasaron a ser pobres en el 2015 (Encovi, 2015).
A los investigadores les preocupa un posible resurgimiento de males como la anemia, causada por la deficiencia de hierro. Estamos en riesgo de presentar deficiencias que ya en Venezuela se habían superado. Por ejemplo, el déficit de calcio, es gravísimo porque atenta contra el crecimiento de los niños. En ese sentido, la ausencia de leche, que se ha ido convirtiendo en un producto cada vez más raro en los anaqueles, figura entre los mayores motivos de alarma, ya que se trata de otro alimento fundamental. Constituye una de las proteínas más fáciles de digerir y más eficiente de incorporar a los tejidos, contiene calcio, fósforo y vitamina A.

Otro micronutriente cuyo comportamiento debe vigilarse, es el ácido fólico, una vitamina del complejo B que tiene entre otras funciones la de prevenir malformaciones congénitas, como la espina bífida o el labio leporino-paladar hendido. Una posible deficiencia es especialmente preocupante en una población con altas cifras de embarazo en adolescentes (10,1% para RBV vs 7,6% para Latinoamérica y el Caribe, UNFPA, 2015). Las hortalizas de hojas verdes y frutas cítricas son algunos de los productos que lo proveen.
La reducción en el consumo promedio diario de calorías, pasó de 2.285 en 2012 a 1.831 en 2014, nos sitúa por debajo del límite recomendado por la FAO de 2.304 calorías diarias (FAO, 2008) y por el Estado venezolano de 2.300 calorías al día. A partir de 2012, el venezolano ha disminuido el consumo de alimentos y actualmente está en insuficiencia calórica, que debe estar generando severos problemas para la alimentación en los grupos más vulnerables (niños, embarazadas y adultos mayores) y en los sectores de menores recursos.
En la infancia el estado nutricional constituye un indicador de salud y de bienestar, tanto a nivel individual como poblacional, ya que está asociado con el crecimiento y desarrollo, la actividad física y la respuesta inmune (Hernández y Dini, 2009) Es urgente generar una ideología del bienestar a través de la promoción de estilos de vida saludables, una alimentación variada que estimule el consumo de vegetales y frutas, reducción en el tamaño de la ración,  aumento de la actividad y el ejercicio físico;  y una vida libre de adicciones como el alcohol y el tabaco.
Como acción concreta, en el marco de dichas líneas estratégicas, el Instituto Nacional de Nutrición (INN) propone a partir del año 2007, el “Trompo de los Grupos de Alimentos”, como directriz visual o representación gráfica de los grupos de alimentos, el cual constituye la clave de una alimentación variada y balanceada. Sirve de guía para el consumo de alimentos en proporciones adecuadas según las necesidades nutricionales de la población venezolana. Recomienda el consumo moderado de azúcar y aceites. Promueve estilos de vida saludable, a través de la combinación de alimentación, actividad física y consumo de agua. Rescata el consumo de platos tradicionales para alcanzar la Soberanía Alimentaria. Desplaza modelos de consumo exógenos representados por cereales como el trigo y frutas como la manzana, no producidos en el país que ocasionan dependencia de las importaciones. Promueve la cultura tradicional, a través del trompo como juego y herramienta representativa de Venezuela, desplazando otros íconos de clasificación de alimentos como la pirámide. Permite la sustitución de alimentos dentro de las franjas para combatir la especulación y el acaparamiento.
Las normas recomendadas por el INN se orientan a ubicar en el desayuno el 25 de la calorías diarias, el almuerzo aportará el 30%, las meriendas entre el 15-20% y la cena cubrirá entre el 25%-30% de la energía diaria. Por ello la importancia del desayuno en el régimen del niño preescolar. También se debe insistir en que sólo el 10% de los azúcares consumidos serán de azúcares simples el 90% restante lo serán de absorción lenta, como los contenidos en los cereales, vegetales o frutas.
De acuerdo al INN, la agrupación de alimentos está orientada a promover el consumo de una dieta variada y balanceada de acuerdo a las recomendaciones nutricionales. Los alimentos se han clasificado en cinco (5) grupos de acuerdo a su valor nutritivo, con la finalidad de orientar a la población en la selección adecuada de alimentos que conforman su dieta y a que consumen diariamente en cada comida una alimentación balanceada, es decir, aquella que proporcione al organismo todas las sustancias nutritivas que favorecen el crecimiento, el desarrollo y el buen estado de salud.
Cabe la pregunta, en las condiciones descritas para nuestro país las dificultades de cubrir estas expectativas son difíciles de cumplir y requiere de acciones en todos los escenarios, donde la educación debe cumplir un rol protagónico.
En este sentido, se debe dar prioridad a la Educación Alimentaria y Nutricional en las políticas públicas existentes y nuevas. Se deben promover proyectos políticos y pedagógicos que se centren en los alimentos, la educación alimentaria y nutricional, la formación docente y de especialistas en el área, proponer planes y programas sobre la promoción de la educación alimentaria a todos los niveles y modalidades del sistema educativo, con mayor prioridad en la población infantil (Landaeta, 2010).
El componente educativo, que debe caracterizar a la alimentación y nutrición, se debe concebir como una estrategia de formación, lo que requiere desagregar la teoría de la nutrición, en estrategias didácticas que consideren la salud desde una visión integral y la prevención de enfermedades crónicas no transmisibles desde su consideración nutricional, ya que a través de ella se puede prevenir en salud, formar en valores y en identidad, que permitan mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos.
Estas orientaciones pueden y deben ser consideradas en las políticas educativas, en el currículo y en los programas de educación, en los proyectos educativos, en la consolidación de una adecuada formación docente, en la dotación de recursos y en los servicios de salud que se desarrollen en la escuela, en una formación gerencial con mayor compromiso con la promoción de hábitos saludables de alimentación y nutrición, y la corresponsabilidad de la familia en la formación integral del niño y la niña desde la Educación Inicial.
Fuente:
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