jueves, 25 de junio de 2020

Aportes de los inmigrantes a la conformación del régimen alimentario venezolano


El saber culinario es la manera cómo el que cocina hace lo que hace, es decir, la manera cómo cocina. En ese concepto entran muchas cosas: el agente culinario; la receta que emplea; los ingredientes que incorpora; el manejo de los utensilios y artefactos culinarios; las técnicas  de conservación, cocción y preparación de alimentos empleadas; el conocimiento del arte de combinar alimentos siguiendo ciertos criterios nutricionales, dietéticos, estéticos y de economía doméstica, así como algunas normas de presentación de los alimentos en la mesa. De todo ello surge la cocina regional y nacional.
La cocina de una sociedad comprende, representaciones, creencias, reglas, que son compartidas por los miembros de una cultura o de un grupo en el interior de una cultura. Esto es lo que se conoce como orden o régimen culinario.
En ningún caso debemos olvidar que la alimentación es un acto social total, que el ser humano es el único animal que cocina y que, cuando come, no sólo está consumiendo alimentos sino también símbolos, creencias, supersticiones, visiones de mundo, representaciones sociales, estatus o elementos de prestigio social y económico, maneras de comer, modos de comportarse en la mesa, horarios, etc.
La alimentación humana es un proceso mediante el cual tomamos del mundo exterior una serie de sustancias que, contenidas en los alimentos de la dieta diaria, son necesarios para la nutrición. De esta manera los habitantes de una región consumen inicialmente lo que produce su suelo nativo. Pero luego las comunidades humanas comienzan a intercambiar alimentos para cubrir sus déficits alimentarios y romper la monotonía. Su régimen alimentario resulta, entonces, de la suma de las producciones alimentarias de ambos mundos.
No todo lo que se conoce y lo que se recibe de adopta, pues se selecciona para comer no sólo lo que se tiene disponible, sino también lo que se puede y lo que se elige consumir. Aquellos, los aceptados, se integran a la alimentación de ese grupo social y forma parte de su cocina.
Por ejemplo, al estudiar la conformación del régimen alimentario de la costa venezolana en la subregión del Zulia, se puede comprobar el empleo frecuente y variado de los subproductos del coco, tales como el agua, la pulpa y la leche, en la confección de recetas como: mojito en coco, conejo en coco, majarete o manjarete, tequiche, conserva, arroz con coco. Lo que testimonia la influencia de la tradición alimentaria del Caribe y por esta vía, de la cocina de varios países africanos y asiáticos.
Lo mismo con la cocina sucrense, cuyo sincretismo alimentario es más complejo. La llegada de negros africanos esclavos estimuló la afición por algunos rubros como el ocumo, el ñame y el quimbombó. El posterior arribo de catalanes (siglo XVIII) y de inmigrantes corsos (siglo XIX), dejó huellas en la cocina carupanera en platos como el corbullón de mero, los mejillones a la bordelesa o en una bebida como la horchata, que los nativos adoptaron a su manera, incorporándole la leche de coco.
La influencia de los intercambios frecuentes con los habitantes de la isla de Trinidad, con mayoría de ascendencia hindú e indonesia, está presente en numerosos platos como el calalú de Paria (elaborado con carne de chivo o gallina, quimbombó y leche de coco) o el talkarí de chivo (carne de chivo, especias, vinagre, leche de coco, berenjena, vino dulce y sazonado con masalá), la palabra talkarí procede de kary, curry, y de khura, voz hindú que significa comestible.
Los nombres de los dulces populares en Güíria, denotan claramente los aires de la India. Entre los patés, recordamos el paté-banán (empanada de harina de trigo rellena con jalea de plátano maduro), el paté-coco (empanada rellena con coco). 
O las Domplinas de Güíria
Un estudio pormenorizado de uno de nuestros platos típicos, como lo es el pabellón criollo, da una visión más completa del mestizaje gastronómico. De sus cuatro ingredientes principales tres (arroz, carne y plátano maduro) son ingredientes asiáticos y sólo uno (las caraotas negras) es americano. De los trece ingredientes accesorios, dos (agua y sal) son universales, seis provienen de Asia (cebolla, ajo, pimienta, comino, orégano y papelón de caña de azúcar), tres de América (ají dulce, pimentón y tomate) y dos de Europa (aceite vegetal y salsa inglesa).
Tomemos otra preparación tradicional navideña: el pan de jamón. Este pan, según una documentada investigación de Miro Popic, fue creado en Caracas, en la panadería de Gustavo Ramella, que quedaba de Gradillas a Solís, en diciembre de 1905. Entonces el pan sólo traía jamón. Al año siguiente ya lo ofrecían otras panaderías y además de jamón llevaba pasas. En 1920 se le agregaban aceitunas, almendras, nueces y hasta alcaparras. Pero luego se redujeron (jamón, aceitunas, pasas, además por supuesto de; harina de trigo, huevos, mantequilla, leche, levadura, tocineta, agua y sal). Todas las panaderías estaban dirigidas por panaderos extranjeros que se habían residenciado en Caracas.
Otro ejemplo es un pan reputado como andino: la almojábana. Este pan lo encontramos en toda la región andina, pero también en Colombia. Al estudiar el origen de esta receta llegamos a la España del siglo XVI, y si uno persiste en la búsqueda de un origen aún más lejano, encontrará la receta en un libro de cocina hispano-árabe del siglo XII-XIII. Pero su composición ya no es la misma de antes, pues la harina de trigo fue sustituida por harina de yuca. De tal manera que aquel panecillo árabe, cuyo nombre procede de al-mugabbana, dejó de ser lo que era y ahora es un pan andino.
En 1922 con el gran auge de la explotación petrolera, vinieron muchos extranjeros mayoritariamente norteamericanos. Surgieron entonces periódicos en inglés, salones de belleza, de lectura, clubes sociales, espacios deportivos y comisariatos.
Estos últimos, una especie de gran almacén provisto de víveres – importados- por las compañías petroleras para vender sus productos a los trabajadores en los campamentos petroleros y fueron la vía de introducción de muchos productos, antes desconocidos -ahora anhelados-, como los cereales para el desayuno (Corn Flakes), el Toddy, la Ovomaltina, los jugos de frutas a partir de concentrados de pulpa, la Avena Quaker en hojuelas, distintos tipos de té, algunas clases de mermeladas, bebidas alcohólicas como el whisky.
A partir de 1940 – 1958, el amplio proceso de urbanización y construcción en nuestro país, llego un importante contingente de inmigrantes europeos, en su mayoría españoles, italianos y portugueses, expelidos de una Europa arruinada tras la Segunda Guerra Mundial, hicieron una gran contribución a la alimentación del pueblo venezolano, ampliándola, diversificándola, enriqueciéndola.
Los españoles enseñaron a preparar y amar la paella (distinta a la que se come en la propia España) o apreciar la tortilla de papas (tortilla española) y los pasapalos (las tapas).
Los italianos nos enseñaron a comer los “espaguetis” con sus distintas salsas (boloñesa, napolitana, pesto, carbonara, vongole), la pizza, el gnocchi (nuestro ñoquis), la polenta, o el bistec a la milanesa.
Los portugueses, en sus panaderías, nos fueron enseñando a apreciar aún más el pan salado de trigo, en sus distintas posibilidades de preparar y presentar, siendo uno de los alimentos urbanos por excelencia.
Una manera de aprender y valorar nuestra alimentación, puede orientarse a realizar un inventario de los platos más representativos de cada región alimentaria y luego se busca identificar las influencias extranjeras más notorias en su conformación preparación y utensilios de cocina empleados. Entendiendo que el régimen alimentario constituye uno de los rasgos identitarios más importantes y reveladores de cualquier cultura.
Fuente:
Rafael Cartay (2005). Aportes de los inmigrantes a la conformación del régimen alimentario venezolano en el siglo XX. Agroalimentaria. N° 20. Enero-Junio (43-55).

jueves, 18 de junio de 2020

Los vegetales primero: importante estrategia para la alimentación complementaria


Del 1 al 7 de agosto se celebra en más de 170 países la Semana Mundial de la Lactancia Materna, destinada a fomentar la lactancia materna, o natural, y a mejorar la salud de los bebés de todo el mundo. Tal como lo enuncia la Organización Mundial de la Salud (OMS), la lactancia natural es el mejor modo de proporcionar al recién nacido los nutrientes que necesita. La OMS la recomienda como modo exclusivo de alimentación durante los 6 primeros meses de vida; a partir de entonces se recomienda seguir con la lactancia materna hasta los 2 años, como mínimo, complementada adecuadamente con otros alimentos inocuos.
El consejo de los especialistas sugiere la introducción de alimentos sólidos a los 6 meses después de un amamantamiento exclusivo.  En las etapas tempranas de la alimentación complementaria, los padres difieren en los enfoques que aplican para estimular la aceptación de alimentos sólidos. Por ejemplo, en algunas culturas es una costumbre la pre masticación de los alimentos antes de dárselos a los niños y en otras culturas, en el momento del destete, alimentos como los vegetales se trituran, preparan en papilla y se los dan a los bebés con cucharilla.
Sí, no se sorprenda, la pre-masticación de alimentos por las madres para darlos después a los bebés, es un método de alimentación tradicional considerado saludable. Era una práctica estándar entre nuestros antepasados carentes de licuadora, y sigue siendo la norma en muchas culturas no occidentales. El acto expone a los bebés a la saliva de sus madres, dándoles un impulso al sistema inmune que no pueden obtener de los alimentos estériles y pulverizados comprados en las tiendas.
Recientemente, el destete “dirigido por los mismos bebés” se ha convertido en una estrategia muy difundida en la cual los padres les dejan a los bebés alimentos al alcance de la mano para fomentar una autonomía temprana en la alimentación.
Las guías para el destete tienden a centrarse en cuándo introducir sólidos, pero los Principios de orientación para la alimentación complementaria del niño amamantado publicados por la OMS contienen una guía específica sobre cómo hacerlo y cuánto alimento debe darse, y recomienda el “responsive feeding”.
Alimentar adaptativamente (responsive feeding) significa estar en contacto con las formas en que los bebés comunican sus necesidades, lo que les gusta y lo que no. Para lograr esto, los padres deben ser capaces de identificar, interpretar y responder a las señales de hambre, apetito y saciedad, así como a las preferencias alimentarias.
Dado que a los niños les cuesta consumir suficientes vegetales debido a su sabor incluso amargo o textura inusual, los intentos de introducir verduras y hortalizas en niños en edad escolar resultan dificultosos. Por el contrario, ofrecerles una variedad de vegetales durante la alimentación complementaria promueve la aceptación de los vegetales, que son tan importantes para la salud y nutrición, ya que este período presenta una ventana de oportunidad única para experimentar nuevos alimentos, específicamente verduras. Se sabe que familiarizar a los bebés con una variedad de verduras y hortalizas desde el inicio de la alimentación complementaria aumenta la probabilidad de que estos alimentos se acepten a lo largo de la infancia.
A la edad de 6 meses los niños están dispuestos a probar nuevos alimentos y están sentando las bases para una alimentación saludable. Las preferencias del gusto establecidas a edad temprana, continúan en etapas posteriores. Por ejemplo, de acuerdo a estudios rigurosos, la oferta de una alta variedad de hortalizas y verduras, en comparación con ninguna, o con una baja variedad de verduras durante los primeros 10 días de la alimentación complementaria aumentó la aceptación y la ingesta de verduras y hortalizas, la cual se prolongó hasta 6 años posteriores.
La mayoría de las madres ofrece arroz o fruta como primer alimento, probablemente porque piensan que disfrutarán de esta primera experiencia. El arroz para bebés hecho con leche materna o un símil, crearía un puente entre el amamantamiento y los sólidos, y la fruta es naturalmente dulce. Sin embargo, la adopción de una estrategia de “los vegetales primero” es más probable que facilite la aceptación de estos alimentos cuando es más importante: al comienzo del viaje del sabor.
La exposición al sabor y el descubrimiento del sabor durante el destete son identificados como el comienzo del  viaje del gusto”, en el que la educación del paladar con una variedad de alimentos diferentes se consideró importante para los hábitos alimentarios posteriores de los niños. El destete fue descrito como emocional y complejo, un período de transición en el cual el bebé progresa de la leche hacia la dieta familiar y que va más allá de la mera nutrición.
Esta práctica se probó en una pequeña muestra de madres mediante la adición sistemática de sabores vegetales (purés de vegetales cocidos) a la leche durante 12 días y luego al arroz para bebé durante 12 días. El resultado fue un mayor gusto por las verduras y un aumento de la ingesta en comparación con el grupo de control.
Los lactantes que recibieron vegetales de esta manera demostraron menos expresiones faciales negativas, comportamientos abiertos más positivos y una tasa más rápida de comer vegetales durante las visitas de laboratorio filmadas. Por lo tanto, aunque las madres pueden ser reacias a usar las verduras y hortalizas como primer alimento se les facilitaría haciendo una introducción gradual hacia la aceptación del sabor distintivo y puro de los vegetales.
Como conclusión, posteriormente a la etapa de amamantamiento, el periodo de alimentación complementaria constituye la mejor oportunidad para la introducción de una variedad de sabores vegetales y de promover el gusto y la ingesta de los mismos para sentar los fundamentos de una alimentación saludable.
Fuente:
María Soledad Tapia (2017). Publicado por: Mirador Salud. Fecha: agosto 22, 2017. En: Nutrición, Salud y Vida. https://miradorsalud.com

jueves, 11 de junio de 2020

¿Son seguros los edulcorantes no calóricos para los niños?


El término “seguridad” de los edulcorantes no calóricos (ENC) habitualmente lleva a confusiones entre colegas de distintas áreas, ya que unos pueden interpretarlo desde un punto de vista toxicológico (evaluaciones pre aprobación que consideran carcinogenicidad, mutagénesis, infertilidad, etc.) y otros desde un punto de vista clínico (efectos del consumo de ENC a largo plazo sobre el peso corporal, regulación de la glucemia, alteración de la microbiota, etc.).
En consecuencia, las posiciones de distintas Sociedades Científicas parecen contradecirse, colaborando con la confusión del público en general y de los profesionales de la salud en particular.
Así, mientras la American Dietetic Association señala que “con respecto a los niños, los ENC son seguros de usar dentro del rango de la ingesta diaria admisible (IDA)”, la American Academy of Paediatrics declara que “los ENC han sido inadecuadamente estudiados para su uso en niños y no deberían formar una parte significativa de la dieta de un niño”.
Otras Sociedades Científicas consideran los dos enfoques del término “seguridad”. La Sociedad Española de Pediatría concluye que “los ENC son seguros en la población general, incluyendo las mujeres embarazadas y los niños, aunque en estas poblaciones deben ser usados con moderación”, añadiendo que “en la infancia, los ENC sólo deben ser usados como una alternativa cuando otras formas de prevención de la obesidad no sean suficientes, no siendo aconsejable su empleo en niños de 1 a 3 años”.
En coincidencia, la Sociedad Mexicana de Pediatría señala que “en general, no se justifica el uso de ENC en niños, ya que el crecimiento y el desarrollo son etapas en las que no debería promoverse la restricción calórica”, agregando además que “desde el punto de vista de la toxicidad, carcinogenicidad y genotoxicidad, los ENC son seguros durante cualquier etapa de la vida incluyendo la niñez, respetando los límites de la IDA”.
Desde el punto de vista clínico, resulta muy complejo sacar conclusiones firmes sobre el impacto global del consumo de ENC durante la infancia, ya que no existe suficiente evidencia sobre la exposición a los ENC en la vida temprana y el impacto sobre la salud cardiometabólica en la edad adulta, por este motivo la tendencia de las Sociedades Científicas es limitar el consumo de ENC en la edad pediátrica, hasta que haya evidencia de mayor calidad.
Todos los ENC aprobados en la actualidad han sido objeto de pruebas de seguridad muy minuciosas. En ellas, se emplean concentraciones crecientes del ENC a evaluar, para así detectar los posibles efectos adversos ocasionados frente a distintas dosis del aditivo e identificando aquella dosis máxima diaria que no cause efectos adversos, también llamada “nivel de efecto adverso no observado” o NOAEL.
Para obtener la IDA, se aplica sobre el NOAEL un factor de seguridad de 100 para considerar las diferencias por especie (los estudios se realizan en animales y no en humanos) y para asegurar la protección de los individuos más susceptibles en la población, incluyendo niños y mujeres embarazadas.
La IDA se define como la cantidad de un aditivo alimentario –en miligramos por kilogramo de peso corporal– que puede consumirse diariamente, durante toda la vida, sin apreciarse ningún riesgo para la salud.
Una excepción importante en la edad pediátrica la constituye el consumo de aspartamo en pacientes fenilcetonúricos. La Agencia Europea de Seguridad Alimentaria, concluye que, en pacientes con fenilcetonuria la IDA del aspartamo no es aplicable, ya que los mismos requieren una adherencia estricta a una dieta baja en fenilalanina proveniente de todas las fuentes, incluido el aspartamo.
La sacarina, el acesulfame-K y la sucralosa se han encontrado en leche materna. No obstante, las concentraciones reportadas están varios órdenes de magnitud por debajo de su IDA, por lo que no representarían un riesgo para el lactante.
Si bien no existen elementos para recomendar el consumo de ENC en madres de niños lactantes, tampoco hay evidencia suficiente como para contraindicarlos formalmente durante la lactancia.
En conclusión: Desde el punto de vista de la toxicidad, carcinogenicidad y genotoxicidad, el consumo moderado de ENC es seguro durante la niñez, respetando los límites de la IDA. No se recomienda el consumo de ENC en niños menores de 3 años. Hoy en día, hay poca evidencia de calidad que evalúe los posibles efectos del consumo regular de ENC en niños a largo plazo por lo que no se recomienda el consumo prolongado y regular en niños mayores de 3 años.

Fuente:

Brian M Cavagnari (2019). Edulcorantes no calóricos en pediatría: ¿son seguros?


jueves, 4 de junio de 2020

Eres lo que comes y eres lo que tus padres y abuelos comieron


¿Cuán temprana y dónde se ubica la génesis de las enfermedades crónicas relacionadas con la alimentación y la nutrición? Una respuesta que pareciera ir a los orígenes sería decir que se ubica y remonta al útero materno. Pero resulta que va mucho más allá: hay que remontarse a la etapa pre-concepcional, lo que impone una gran responsabilidad a los hombres y a las mujeres en edad reproductiva cuyos hábitos alimentarios y conductas -saludables o no- se formaron desde la infancia.
Esto, a su vez, coloca una gran responsabilidad sobre los hombros de los padres y madres de esas parejas jóvenes, quienes deben haber vivido vidas saludables, las madres deben haber amamantado, deben haberse nutrido bien, y lo que es más, los ambientes y entornos de sus organismos en las etapas preconcepcionales, concepcionales, y durante el embarazo, pueden haber inducido respuestas epigenéticas que son transmitidas a los hijos y pueden pasar de generación en generación, llegando a los nietos.
El mecanismo por el cual heredamos características de nuestros padres está bien entendido: heredamos la mitad de nuestros genes de nuestra madre y la otra mitad de nuestro padre. Sin embargo, cuando hablamos de epigenética nos referimos a fenómenos del ambiente que no afectan la secuencia de ADN de los genes, pero que sí afectan su expresión.
Estos cambios en la expresión de los genes son producto de influencias externas. A diferencia de una mutación, los cambios epigenéticos no se encuentran en el propio ADN, sino más bien en su entorno – las enzimas y otras sustancias químicas como por ejemplo, una molécula de metilo que se une al ADN –  serán responsables de que el ADN “desdoble” sus diferentes secciones para producir proteínas o incluso nuevas células que no se hubiesen producido de no haber ocurrido esas perturbaciones externas.
Se habla así de “encender” o “apagar” genes, y se crea entonces, una “memoria” del entorno o ambiente de los padres que es transferida a las progenies.
Epigenenética in utero
Si bien el dicho dice “eres lo que comes”, debido a la epigenética es posible ampliarlo a “eres lo que tu madre, padre, abuelos y bisabuelos comieron”. Es decir, la dieta, sea saludable o no, puede alterar la naturaleza de nuestro ADN y esos cambios pueden transmitirse a la progenie.
Un clásico estudio realizado en ratones agouti permitió demostrar que cambios nutricionales en las dietas de las madres podían tener un dramático efecto en la expresión de los genes de las crías. Esto, al extrapolarse a humanos podría explicar el aumento del riesgo genético que pueden enfrentar los niños hacia enfermedades como la obesidad y la diabetes en comparación con sus padres, y este riesgo es determinado por la nutrición de estos últimos.
La explicación es que la dieta de los adultos humanos puede inducir cambios en el ADN de todas las células – incluso esperma y óvulos – y por lo tanto, estos cambios pueden ser transmitidos a la descendencia.
Otra importante investigación con ratones fue más allá, encontrando que cuando crías de ratón macho eran sobrealimentadas, desarrollaban signos reveladores de síndrome metabólico – resistencia a la insulina, obesidad e intolerancia a la glucosa – y pasaban algunos de estos rasgos a su descendencia, la cual a su vez, presentaba síndrome metabólico a pesar de no comer en exceso, es decir, sin ser sometidos a sobrealimentación.
Se ha investigado también nutrientes que afectan a la cromatina (el ADN con la información genética y proteínas que se encuentra en el núcleo celular), concluyendo que es posible que un conjunto complejo de factores entre los que se incluyen los factores nutricionales, entren en juego durante la herencia epigenética. En comentarios a la prensa, los autores se permitieron especular que existía la posibilidad que nutrientes ingeridos por las madres y padres como ácidos grasos omega-3, colina, betaína, ácido fólico y vitamina B12, puedan alterar epigenéticamente el estado de la cromatina y tener efectos perjudiciales, o beneficiosos, que conduzcan al nacimiento de un” super-bebé programado para una larga vida con un riesgo menor de diabetes y de síndrome metabólico, o lo contrario.
Todos los equipos de científicos coinciden en que las células en un estado inicial de desarrollo son más propensas a los cambios epigenéticos por la nutrición que las células adultas, por lo que los cambios más notables se ven en fetos y bebés.
En el mes de julio de 2014, la prestigiosa revista Science publica un estudio realizado por un equipo internacional de investigadores quienes usaron ratones para modelar el impacto de la sub-nutrición durante el embarazo, e investigar el mecanismo por el cual este efecto pasa de generación en generación. Se confirmó que la descendencia masculina de una madre desnutrida -como era de esperarse- era mucho más pequeña de lo normal y desarrolló diabetes a pesar de ser alimentada con una dieta normal. Sorprendentemente, las crías de esta progenie también nacieron con bajo peso y desarrollaron diabetes a pesar de que sus madres nunca fueron sometidas a desnutrición, mientras que la abuela sí.
Esto confirma que la “memoria” de la nutrición durante el embarazo puede ser pasada a través del esperma de los hijos varones hasta los nietos. El estudio plantea interrogantes sobre cómo se transmiten los efectos epigenéticos de una generación a la siguiente – y por cuántas generaciones van a continuar teniendo un impacto.
Programación in útero” se refiere a las adaptaciones fisiológicas o metabólicas que adquiere el feto en respuesta a un micro-ambiente adverso con un pobre aporte de nutrimentos y oxígeno, o bien a un abastecimiento exagerado de los mismos, que suceden en una etapa crítica del desarrollo estructural o funcional de ciertos órganos, y que influyen de manera permanente en las condiciones en las que el individuo se enfrentará a la vida extrauterina.
Cuando una mujer embarazada está desnutrida, el feto está expuesto a un ambiente adverso con un aporte limitado de nutrientes y al nacer tendrá por ejemplo, un riesgo mayor que el promedio de desarrollar obesidad y diabetes tipo 2, en parte debido a efectos “epigenéticos”.
En el estadio “in utero” hay períodos críticos para el desarrollo de tejidos y órganos, cuando la división celular debe ser rápida, pero si el feto está en un ambiente de limitación de nutrientes u oxígeno, se adapta a estas adversidades mediante varios mecanismos que les permiten sobrevivir pero que afectan el desarrollo: reducción de la velocidad de crecimiento y de irrigación de órganos y tejidos afectando su desarrollo y funcionamiento.
Así en el hígado habrá una disminución de la sensibilidad a la insulina y del IGF-1 o factor de crecimiento insulínico tipo 1, en los riñones se da una reducción del número de nefrones, en el páncreas habrá reducción de la cantidad de células beta y de la secreción de insulina, habrá compromiso del tejido muscular y óseo con aumento de la grasa, en el cerebro se produce resistencia a la leptina o la disminución de esta hormona en centros de control del apetito, en el eje hipotálamo-hipofisario-adrenal puede darse un aumento de cortisol y de la maduración precoz con lo que se anticipa el parto.
Estos bebés que vienen de un desarrollo fetal pobre, tendrán bajo peso al nacer y serán bebés pre-programados a partir de la subnutrición, por lo que sus organismos no podrán enfrentar bien una eventual y repentina abundancia de nutrientes, pudiendo desarrollar enfermedades metabólicas como la diabetes y la obesidad y enfermedad coronaria. Esta es la Hipótesis de Barker o del fenotipo ahorrador.
En lo que respecta a obesidad, existen factores fetales y nutricionales que pueden programar al organismo y favorecer la acumulación de tejido adiposo, el escaso desarrollo del tejido muscular y las alteraciones cardiometabólicas relacionadas.
Investigaciones realizadas en animales han mostrado que la alteración de la nutrición fetal bien por sub-nutrición, pero también por sobrealimentación de la madre, o por diabetes materna, o por exposición fetal a glucocorticoides y toxinas, puede programar la obesidad en la edad adulta. Así, la diabetes gestacional, preeclampsia, insuficiencia placentaria, hipertensión materna y sobrealimentación de la madre en el embarazo son factores de riesgo relacionados con el desarrollo de resistencia a la insulina, obesidad y diabetes mellitus en la vida postnatal.
En los seres humanos se ha observado aumento de la adiposidad en personas que experimentaron desnutrición fetal por hambruna de la madre, o por exceso de nutrición a causa de una diabetes materna. El bajo peso al nacer se ha asociado en adultos con una reducción de la masa magra y aumento de la grasa intra-abdominal.
Un mayor peso al nacer causado por la diabetes materna se asocia con un aumento de la masa grasa total y obesidad en la edad adulta. La obesidad materna, sin diabetes, también es un factor de riesgo para la obesidad en el niño, debido a los efectos fetales de la sobre-nutrición.
Obesidad y crecimiento compensatorio
El bajo peso al nacer se asocia a un número de consecuencias adversas inmediatas, y se asume a veces que un crecimiento rápido y una sobrealimentación en etapas tempranas de la vida, con una ganancia de peso y talla por encima de lo esperado (crecimiento compensatorio), es algo “bueno”, ya que un “mejor” estatus “nutricional” se asocia con mejor salud y sobrevivencia. Estudios recientes sugieren que un crecimiento postnatal rápidos de los bebés (rebote adiposo) está asociado a mayores riesgos de obesidad, diabetes, hipertensión, enfermedad cardiovascular y osteopenia en la vida adulta, en forma independiente del peso al nacer. Esto tiene importantes implicaciones en las recomendaciones para la alimentación de los bebés. Debe evitarse la tendencia a un crecimiento corporal rápido.
Un salvador: La lactancia materna
Uno de los factores que más se ha estudiado en la programación nutricional es el efecto protector de la lactancia: los niños amamantados tienen una menor ganancia de peso y de grasa corporal, encontrándose menor prevalencia de obesidad a mayor tiempo de lactancia materna. Existen sin embargo estudios en los que la relación no es tan clara.
La posible disminución del riesgo de obesidad atribuida a la lactancia materna se debe en parte a que promueve la regulación del apetito en la medida en la que el infante se autoregula y aumenta el control de la cantidad consumida, que responde a “hambre” y a señales internas de que está saciado, mientras que con biberón pueden responder a señales externas para terminarlo. También, una ingesta alta y temprana de proteínas -lo cual se facilita con el biberón y las fórmulas que tienen 60-70% más de proteína y más densidad calórica que la leche materna- acelera el llamado rebote adiposo.
La regulación del apetito por la leche materna se ha relacionado con la concentración de leptina en la misma (proteína producida principalmente por el tejido adiposo que juega un papel importante en la regulación central del balance energético, disminuyendo la ingesta y aumentando el gasto energético).
Es posible decir que los efectos de la intervención temprana para prevención de las enfermedades crónicas son reconocidos por todos. Sin embargo, el período que ofrece mayores oportunidades iría desde la etapa pre-concepcional hasta los 24 ó 36 meses, con lactancia materna incluida y exclusiva hasta los 6 meses, con transición a alimentos complementarios suficientes, variados, y administrados en cantidad y frecuencia adecuadas.
En esta etapa, los niños pueden también adquirir las preferencias por el azúcar y la sal añadida con las secuelas que ello acarrea en su salud como adultos.
Ahora bien, si nos remontamos a los abuelos, la cosa es más larga.
Un tema a recordar es que nuestros malos hábitos alimentarios pueden estar condenando a nuestros descendientes a enfermedades como la obesidad, la diabetes y otras enfermedades crónicas asociadas a síndrome metabólico, a pesar de lo saludable que ellos intenten comer y vivir.

Fuente:

María Soledad Tapia (2014). Memoria de la nutrición: Eres lo que tu madre, padre y abuelos comieron. Mirador Salud. Con Lupa. Agosto 19.