miércoles, 7 de abril de 2021

La alimentación complementaria, el destete y su posible relación con la obesidad

 

 A pesar de que la alimentación complementaria (AC) representa la principal fuente de calorías y nutrientes al final del primer año de vida, pocos estudios se han centrado en el papel de la AC en la promoción de la salud a largo plazo, o que pueda  favorecer el desarrollo de la obesidad.


Tanto los estudios epidemiológicos como los clínicos en animales y humanos han proporcionado pruebas convincentes de que el entorno nutricional antes del nacimiento y en la primera infancia es un determinante importante de la salud metabólica más adelante en la vida (programación “in útero”). En particular, las personas que estuvieron expuestas a un suministro inapropiadamente alto o inapropiadamente bajo de nutrientes durante la vida fetal o postnatal temprana, tienen un mayor riesgo de obesidad posterior y de diabetes mellitus como niños y como adultos.


Cuando se habla de los efectos a largo plazo de la nutrición temprana, la “programación” debe diferenciarse del “seguimiento” (“tracking”). La programación es un fenómeno en el cual el estímulo que actúa durante un período crítico específico tiene un impacto duradero de por vida: una alta ingesta de proteínas durante los primeros 2 años de edad conduce a un mayor riesgo de desarrollar obesidad más adelante.


Por su lado, el seguimiento consiste en patrones dietéticos y de comportamiento que comienzan temprano en la infancia, con posibles efectos positivos o negativos relacionados con la exposición repetida a una ingesta alta de sal que comienza durante la infancia, que puede aumentar la presión arterial y provocar hipertensión. 


La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda actualmente la lactancia materna exclusiva durante seis meses, seguida de la introducción gradual de “alimentos complementarios nutricionalmente adecuados y seguros”, junto con el mantenimiento de la lactancia materna durante un máximo de dos años o más.


Sin embargo, las recomendaciones de la OMS han sido retadas por estudios más recientes que sugieren que es probable que el momento óptimo de introducción de sólidos, al menos en relación con evitar alergias, sea anterior. Los nuevos datos han llevado a la introducción de recomendaciones por parte de varios organismos internacionales de salud sobre el momento óptimo de introducción de sólidos: entre cuatro y seis meses de edad.


Una de las preocupaciones que se han planteado en relación con la introducción temprana (es decir, antes de los seis meses) de los sólidos es que esta práctica aumenta el riesgo de que el bebé tenga sobrepeso u obesidad en la vida infantil y adulta. Una revisión reciente señala que no hay evidencia concluyente de que la introducción de sólidos antes de los seis meses de edad se asocie con un mayor riesgo de obesidad en la infancia o en la infancia y se sugiere que el factor de riesgo más claramente establecido para la obesidad infantil es el índice de masa corporal materna, pero que es necesario continuar la investigación en este ámbito.


La alimentación complementaria (AC) influye en el desarrollo posterior de la obesidad a través de varios mecanismos: la edad en que se comienzan a ofrecer alimentos sólidos, el consumo excesivo de calorías, el consumo excesivo o insuficiente de nutrientes específicos, la calidad de nutrientes específicos, el desarrollo de hábitos alimenticios, etc.


Dos revisiones sistemáticas concluyeron recientemente que todavía falta una asociación clara entre el momento de la introducción de la AC y el sobrepeso u obesidad infantil. Sin embargo, existe alguna evidencia de que un inicio muy temprano de la AC (a los 4 meses o antes), en lugar de a los 4-6 meses o > 6 meses, puede aumentar el riesgo de sobrepeso infantil.

El papel de los nutrientes en la promoción del desarrollo de la obesidad en edades posteriores debe abordarse en términos de cantidad y calidad.

Ingesta de nutrientes

La ingesta alta de proteínas en la infancia, y particularmente la alta ingesta de proteínas lácteas, y también las cárnicas, parece estar asociada con el riesgo de desarrollar obesidad más adelante, pero se necesitan más investigaciones para aclarar mejor la naturaleza de esta asociación.


Según varias instituciones científicas, la ingesta de grasa debe disminuir de 40-60% de la ingesta total de energía a los 6 meses a aproximadamente 35% a los 24 meses, y 25-30% después de 4 años de edad. Sin embargo, otras informaciones señalan que una restricción significativa de grasas en los primeros dos años de vida podría promover la susceptibilidad al desarrollo de la obesidad cuando el niño está expuesto a una dieta alta en grasas más adelante en la vida.


Esto  no permite sacar una conclusión única sobre el papel de la ingesta baja o alta de grasa en los primeros 2 años de edad en la promoción de la obesidad a edades tempranas. Sin embargo, el sentido común sugeriría evitar exceder o reducir el contenido de grasa de la dieta durante los primeros 3 años de edad. Seguir la ruta ya construida por la naturaleza y la cultura y reducir lentamente la ingesta de grasa de los niños, como lo aconseja la FAO, es probable que sea mucho más segura.


A diferencia de los estudios sobre la ingesta de proteínas y grasas, las investigaciones limitadas sobre la ingesta total de carbohidratos no revelan asociación positiva o negativa clara con el desarrollo de la obesidad en ese rango de edad. Dado el comportamiento metabólico muy diferente del almidón, los oligosacáridos y los azúcares simples, el análisis debe abordar individualmente cada uno de estos subgrupos. En realidad, la mayoría de las investigaciones en este campo están dirigidas a fibras y azúcares simples (sacarosa, glucosa, fructosa).

Se cree que la ingesta de fibra contribuye positivamente a un estado nutricional saludable. No se ha definido científicamente cual es una ingesta adecuada de fibras durante el primer año de edad, ya que la evidencia para establecer recomendaciones para la ingesta de fibra es limitada en los niños y casi inexistente para lactantes. Sin embargo, la EFSA (Agencia Europea de Seguridad Alimentaria) considera que una ingesta de fibra de 2 g/MJ es adecuada para los niños después de un año de edad.


La ingesta de bebidas azucaradas (SSB) durante la infancia aumenta significativamente en más de dos veces la probabilidad de consumir SSB  ≥  1 vez/día a los seis años de edad. Esta relación es un buen ejemplo de la forma en que un comportamiento de “seguimiento” puede influir en la salud más adelante. La ingesta alta de SSB sin compensación por una menor ingesta de energía de otras fuentes de alimentos es la forma más probable a través de la cual se desencadena el desarrollo de la obesidad.

La influencia de la AC para favorecer el desarrollo de la obesidad no se limita a los efectos de los factores nutricionales y metabólicos. A los bebés tienden a gustarles los sabores dulces y salados y no les gustan los ácidos y amargos. Estas preferencias innatas pueden favorecer la ingesta de alimentos no saludables más adelante en la vida, ya que los alimentos ricos en energía, sabrosos y ricos en grasa, azúcar o sal son abundantes en nuestro entorno alimentario contemporáneo.

Dado que las preferencias alimentarias tempranas pueden seguir durante mucho tiempo, incluso en algunos casos hasta la edad adulta, es importante modificarlas a través de un proceso de “aprendizaje de alimentos”.


En conclusión, la alimentación complementaria y el destete, debe considerarse momentos clave para establecer hábitos alimenticios saludables que podrían impulsar una evolución adecuada de los patrones metabólicos, reduciendo el riesgo de desarrollo de obesidad más adelante en la vida.

Fuente:

María Soledad.

Mirador Salud. Fecha: diciembre 10, 2019.

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