En
la actualidad la exigencia educativa de padres y maestros, así como del
conjunto de la sociedad, no debe reducir el comedor escolar solo a la mera nutrición.
Este espacio tiene por objeto cubrir las necesidades biológicas en el marco de
las satisfacciones psicopedagógicas y sociales de los niños, niñas y adolescentes como parte de su proceso de socialización y educación. Esto se
expresa en la concepción del comedor escolar como un espacio de normas y de aprendizaje, aunque sea de
modo más explícito en unos centros educativos que en otros.
Las normas en el comedor escolar
Para
su consecución, el marco normativo –o percibido como tal- se traduce en el
establecimiento de un listado de reglas de comportamiento específicas cuyo
cumplimiento queda bajo la vigilancia del personal directivo, las maestras y
auxiliares de aula, sobre todo en el nivel de Educación Inicial: comerse todo (aunque no coma ese alimento en
casa), no gritar, ser autónomo, no cambiar alimentos entre sí, lavarse las
manos, no levantarse de la mesa, no jugar con la comida, usar adecuadamente el
mantel, la servilleta y los cubiertos (no solo la cuchara), dar las gracias,
pedir por favor si desea más alimentos, limpiar las mesas, recoger platos y
manteles, etc. Sin embargo, el grado de asimilación de las reglas no es
uniforme en el conjunto de los escolares.
El
contenido mismo de las normas, así como los procedimientos para hacer observar
su cumplimiento o el grado de tolerancia permitido, puede ser objeto de una
mayor o menor aceptación. En este sentido, la trasgresión de estas normas no
puede atribuirse, por lo general, a su desconocimiento por parte de los
escolares, ya que, de entrada, el comedor escolar es percibido como un espacio
menos rígido que el aula y en el que puede satisfacer la necesidad de esparcimiento,
intercambio y socialización. Así por ejemplo, obligar a “comer todo” parece oponerse al objetivo, igualmente declarado, de
fomentar la autonomía en el niño (ser autónomo no solo significa comer solo
sino ser capaz de saber lo que se necesita, lo que se desea y lo que puede
conseguir).
Limitar
su capacidad de intervenir en la definición de su propia ingesta (mediante la
selección y el establecimiento de las cantidades) favorece la insatisfacción y fomenta, en
contra de los objetivos pretendidos, el rechazo frente al plato y la aparición
de las sobras.
La
aplicación y la vigilancia de las normas que regulan el comedor escolar
constituyen una función que es cada vez más asumida por parte de las auxiliares. Sin embargo, a pesar de su
notable presencia así como de su responsabilidad en la alimentación de los
niños y en la transición de pautas de comportamiento, la figura de la auxiliar
tiene, generalmente, un carácter difuso. En efecto, la figura de la auxiliar como agente socializador es poco reconocida tanto dentro como fuera de la
escuela.
En
el desempeño de sus funciones tienen una incidencia negativa, las condiciones
laborales y preparación profesional. A la vez, las auxiliares son consideradas
por la comunidad educativa como figuras de acompañamiento, muchas veces al
margen de los equipos docentes. Al mismo tiempo que asumen la transición y
vigilancia de las normas que rigen el aula y el comedor, contribuyen a modelar
los conceptos alimentarios que se adquieren en este marco, suelen desempeñar sus
tareas desde una posición de mayor proximidad a los escolares. Razón por la cual se requiere mayor sensibilización,
capacitación y formación de las auxiliares en el tema de la Salud y su relación con la Educación
Alimentaria y Nutricional.
La ingesta en el comedor escolar
En
relación con la edad, los escolares de Educación Inicial son los que registran
más sobras en general. En buena medida, las sobras reflejan el tiempo que tarda
el niño en familiarizarse con el nuevo
espacio donde se va a comer a partir de este momento, a sus nuevos contenidos,
elaboraciones, sabores, colores, olores, compañías, etc.
Uno
de los motivos que explican la generación de un mayor o menor número de sobras
tiene relación con las formas de elaboración de los platos o preparaciones, es
decir, con la manera de cocinar en cada centro escolar. Es frecuente, en este
sentido, que los niños y niñas establezcan comparaciones entre la comida
escolar y la familiar. A través del rechazo de parte de sus raciones, los
escolares están señalando las tensiones existentes entre ambos contextos
alimentarios. En ocasiones, no obstante, los niños manifiestan preferir
determinados platos servidos en el menú escolar frente a su equivalente
doméstico, lo que en ocasiones plantea exigencias y requerimientos que la casa
no logra satisfacer.
La
importancia social asignada al orden del servicio de los platos (primero,
segundo y postre) se identifica también en los gustos alimentarios aunque los
escolares no suelen reconocer esta relación de un modo consciente. La estructura
de las comidas incide en las cantidades más que en sus preferencias. Frente a
la creencia, la fruta suele sobrar bastante de un modo general.
En
la infancia, la variedad es un factor que despierta el interés, promueve el
placer y amplía el conocimiento. Por el contrario, el plato repetido conduce al
aburrimiento, fomenta la desgana y provoca el rechazo, agregando más conflicto
en el comedor escolar (como por ejemplo, ocurre a menudo con las ensaladas, que
tienen una elevada presencia en las sobras).
El
tiempo disponible para comer (que enmarca, además, la aplicación del “comérselo
todo” como norma), suele manifestarse como otro condicionamiento importante del comportamiento frente al
consumo de alimentos. Las recomendaciones oscilan entre 25 y 35 minutos. En
ocasiones en la presencia de comedores
institucionales, se presenta más de un turno, dando prioridad a los niños más
pequeños primero, otorgando menos tiempo a los niños más grandes y
condicionando hábitos inadecuados de alimentación.
En otras instituciones donde
los alimentos se consumen en el aula, requiere una reorganización del aula,
aseo particular antes y después de la comida, y una organización institucional
en la distribución de los alimentos, que dan preferencia a los niños más
pequeños y que generan intranquilidad y ansiedad en los más grandes. En muchas
ocasiones el tiempo previsto para la comida en las escuelas está inscrito en un
horario social que es igualmente distinto al familiar y que requiere de un
proceso adaptativo.
La
jornada alimentaria (las ingestas realizadas a lo largo del día) tiene
incidencia importante en la relación del niño con el alimento, sus hábitos y
comportamientos alimentarios. La hora de llegada a la escuela, el tiempo para
desayunar, ingestas previas a la llegada a la escuela, los desayunos provistos
por la institución o traídos por el niño, son escenarios de revisión y
corresponsabilidad por parte de la escuela y la familia. Con frecuencia los
niños manifiestan que sus desayunos se caracterizan por disponer de un corto tiempo, marcado por la prisa, cantidades y contenidos poco
diversificados, lo que acabará incidiendo en el apetito de los escolares y
condicionará el consumo real al mediodía.
El
comer en la misma mesa implica un
intercambio verbal y también material de comida. Desde pequeños, los niños
aprenden en casa qué temas de conversación acompañan a las comidas y cuáles no,
así como mecanismos y las formas de intercambio. Al llegar al comedor escolar,
el niño ya sabe que dando, recibiendo y devolviendo comida, establecerá
vínculos con los demás. Ha adquirido, por ejemplo, experiencias en las que
ofrecer una parte del propio plato genera complicidad entre los comensales, del
mismo modo que es una manifestación de confianza y afecto.
Los
más pequeños practican el intercambio como una forma previa al intercambio
verbal mismo. Es un lazo comunicativo que puede extenderse como reconocimiento
al otro o no hacerlo, manifestando la ausencia de relación. Junto con el uso
los alimentos como medio de intercambio y de relación, el hecho de tocarlos,
tirarlos, esconderlos, explorarlos antes de comerlos o revolverlos más tiempo,
es indicativo de esta primera fase de reconocimiento del comedor escolar como un medio nuevo.
En
definitiva, los intercambios, las sobras y el consumo real del niño se
encuentra mutuamente afectados y forman parte indisociable de un mismo proceso.
En ocasiones las sobras pueden promover y estimular el intercambio de alimentos
pero, en otras, las motivaciones que lo suscitan pueden ser distintas. En consecuencia, la presencia
de los intercambios hace que deben ser tomados necesariamente en consideración
para valorar la ingesta real de cada niño o niña en el comedor escolar.
Estos escenarios son planos para
el encuentro pedagógico, el reforzamiento y acompañamiento como parte de la
rutina escolar, es una expresión de la identidad del niño como ser integra y
que debe ser aprovechada por la escuela para la formación de hábitos saludables
de alimentación que condicionaran su conducta futura ante los alimentos
Fuente:
J.
Contreras Hernández, M. García Arnaiz, B. Atie Guidalli, S.L. Pareja Sierra, E.
Zafra Aparci (2012). Comer en la escuela: Una aproximación etnográfica. En En Nutrición y Alimentación en el ámbito
escolar. Jesús Román Martínez Álvarez (Editor). Cap 2, p.23-36. España.
Totalmente de acuerdo con la información, el comedor debe ser un ambiente mas de aprendizaje y para ello es relevante que se dicten talleres que lleven a los docentes a valorar la importancia del comedor escolar como medio para la formación no solo a nivel nutricional sino pedagógica.
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