jueves, 14 de enero de 2016

Propuesta metodológica para la Educación en Alimentación y Nutrición

La Educación Alimentaria y Nutricional (EAN), es una estrategia que complementa y potencia otros esfuerzos a nivel nacional y local, aumentando la sostenibilidad y eficacia de los programas para superar la inseguridad alimentaria y nutricional.
El consumo es cultural y, como tal, la educación y la comunicación son esenciales para cambiar paradigmas y hábitos.
La EAN, así como la promoción de los buenos hábitos, impactan en las comunidades, hogares e individuos en varios ámbitos: mejor salud y bienestar, crecimiento y desarrollo, y prevención de enfermedades como la obesidad o las cardiovasculares. En lo económico, optimiza el gasto familiar en alimentos y al Estado le reduce costos en atención de enfermedades.
Ahora, los cambios se dan de manera gradual, en la medida en que la persona incorpora sus nuevos saberes a prácticas que adquieran sentido para ella misma. Esto lleva a que cada intervención debe ser pertinente al contexto y partir del conocimiento del entorno.
Un nuevo paradigma en educación alimentaria y nutricional
En los ámbitos de la educación formal, al interior del currículo escolar, desde mediados del siglo XX se incluyó la enseñanza de conceptos de nutrición y procesamiento de nutrientes en el organismo. Por fuera del aula se fomentan mensajes de prevención desde la salud pública, que suelen estar en manos de nutricionistas.
Sin embargo, el aumento de enfermedades cardiovasculares y de los índices de malnutrición –sobrepeso, obesidad y desnutrición– se asocian al poco éxito de la educación alimentaria tradicional.
Desde finales del siglo XX, la FAO insiste en la necesidad de acercar la educación alimentaria a otras ciencias y herramientas que demuestran mayor efectividad a la hora de generar transformaciones en los comportamientos y hábitos de las personas, como la comunicación masiva o los métodos pedagógicos de carácter participativo.
La educación alimentaria se proyecta más allá del campo de acción de docentes y nutricionistas con expertos en comunicación, trabajo con comunidades y aprendizaje significativo. Este método marca una diferencia radical con la educación tradicional en nutrición. Si bien hay una estrecha relación con temas de salud pública –como la prevención de enfermedades–, el objetivo de la educación alimentaria supera la transferencia de conocimientos determinados y se centra en la motivación y creación de criterios en sujetos y comunidades.
Al entender que el sujeto es parte de un grupo social, la educación alimentaria se dirige de forma integral a los miembros de esa comunidad. Todos son sujetos de aprendizaje y crecimiento, desde los padres hasta abuelos, incluyendo cuidadores, estudiantes, directivas escolares, docentes, madres comunitarias y promotores de salud. La educación alimentaria y nutricional es de interés común y son muchos los grupos poblacionales que determinan hábitos alimenticios.
La articulación y confluencia de creencias, prácticas, percepciones y gustos resulta de sumar a todos los actores. Esto implica acercarse, conocer e invitar a participar también a líderes comunitarios, juntas de acción comunal, rectores, docentes, consejos estudiantiles, tiendas escolares (cantinas) y el comercio formal/informal de alimentos, así como a las diferentes instancias de las autoridades locales.
En las instituciones educativas es posible dejar capacidades y experiencias en objetivos y metodología, sujetas a que se transfieran y repliquen de una administración a otra. Es por esto que si bien el eje es la educación alimentaria, en el proceso se forma en otras competencias como liderazgo, autoestima, solidaridad y comunicación.
¿Qué se puede lograr?
• Desarrollar capacidades para adquirir hábitos adecuados de selección, manipulación, preparación y consumo de alimentos variados y pertinentes para cada ciclo vital, de acuerdo con las condiciones y con la disponibilidad de recursos materiales y económicos de cada familia y entorno.
• Apoyar el desarrollo de ambientes territoriales o institucionales saludables a través de la difusión masiva de mensajes y del apoyo a las entidades territoriales con metodologías e información replicable a toda la comunidad, relacionadas con alimentación saludable.
• Lograr que las personas generen sus propias reflexiones en torno a sus hábitos alimentarios y decidan por sí mismas asumir cambios favorables.
• Seguir los lineamientos de la FAO que define la educación en nutrición como “el conjunto de actividades de comunicación destinado a mejorar las prácticas alimentarias no deseables, a través de un cambio voluntario de las conductas relacionadas con la alimentación, teniendo como finalidad el mejoramiento del estado nutricional de la población”.
Como señala la FAO, Los países de América Latina, como el resto del mundo, observan con preocupación los efectos de la globalización sobre la información, las actitudes y los cambios en los estilos de vida de las personas, lo que se ha traducido en profundas transformaciones en sus conductas alimentarias, haciendo que a los problemas de seguridad alimentaria que originan la malnutrición por déficit, se sumen los originados por un consumo excesivo de alimentos procesados de alta densidad energética y pobres en nutrientes, que han llevado a un rápido aumento en la prevalencia de sobrepeso y obesidad en niños y adultos.
En ambos casos, estos problemas afectan con mayor fuerza a los grupos de menor nivel socioeconómico, más vulnerables ante la elevada oferta, bajos precios y masiva publicidad de este tipo de alimentos.
Es en ese marco fundamental el acompañar las estrategias de alimentación y suplementación con un trabajo constante y consciente de educación alimentaria dirigido a las familias. La educación, que tenga en cuenta las condiciones, conocimientos, intereses y gustos de las personas y familias, tiene mayor garantía de obtener resultados positivos, que un esquema unificado y masivo que, si bien puede ser menos costoso en su implementación, no genera los beneficios del otro modelo en transformación cultural.
Así mismo, la permanente exposición a mensajes informativos y propositivos para la adopción de buenos hábitos, favorece su transformación y la incorporación de cambios.

Fuente:
Fundación Alpina 2012
Primera edición: Bogotá, noviembre de 2012

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