Ya
desde 1946 la Organización Mundial de la Salud (OMS), había definido la salud como
un estado de bienestar físico, social y mental. En la I Conferencia
Internacional sobre la Promoción de la Salud, realizada en Ottawa el 21 de
noviembre de 1986, se emitió la Carta de Ottawa, donde se establece que la
promoción de la salud consiste en proporcionar a los pueblos los medios
necesarios para mejorar su salud y ejercer un mayor control sobre la misma.
En ese
sentido, para alcanzar un estado adecuado de bienestar físico, mental y social,
un individuo o grupo debe ser capaz de identificar y realizar sus aspiraciones,
de satisfacer sus necesidades y de cambiar
o adaptarse al medio ambiente. La salud se percibe, pues, no como el objetivo,
sino como la fuente de riqueza de la vida cotidiana. Se trata, por lo tanto, de
un concepto positivo, que acentúa los recursos sociales y personales, así como
las aptitudes físicas.
La
promoción de la salud constituye un proceso político y social global, que
abarca las acciones dirigidas directamente a fortalecer las habilidades y capacidades
de los individuos, y las orientadas a modificar las condiciones sociales y ambientales,
con el fin de mitigar su impacto en la salud pública e individual.
La
Organización de las Naciones Unidas (ONU), en el 2000, promulgó la declaración
del milenio, documento que involucra una política sin precedentes, cuyo
objetivo general implica el reconocimiento de que “además de las
responsabilidades que todos tenemos respecto de nuestras sociedades, nos
incumbe la responsabilidad colectiva de respetar y defender los principios de
la dignidad humana, la igualdad y la equidad en el plano mundial.
En
nuestra calidad de dirigentes, tenemos, pues, un deber que cumplir respecto de todos los habitantes del
planeta, en especial los más vulnerables y, en particular, los niños del mundo,
a los que pertenece el futuro”. Para ello evaluaron los valores fundamentales
del ser humano y declararon ocho objetivos mundiales, llamados las metas del milenio, que abarcan desde
la reducción a la mitad la pobreza extrema, hasta la detención de la
propagación del VIH/SIDA y la consecución de la enseñanza primaria universal
para el año 2015, que constituyen un plan convenido por todas las naciones del mundo y todas las
instituciones de desarrollo más importantes a nivel mundial.
Las
metas del milenio, en una concepción sistémica, deben promover acciones que contribuyan
a la seguridad alimentaria y al
desarrollo de una vida saludable, entendiendo que: “Existe seguridad alimentaria cuando todas las personas tienen en todo momento
acceso físico y económico a suficientes alimentos, inocuos y nutritivos, para
satisfacer sus necesidades alimentarias y sus preferencias en cuanto a los
alimentos, a fin de llevar una vida activa y sana”.
En
relación con esta definición, aparece una nueva concepción de alimentos que vinculan
la nutrición con la salud y con el tema de estilos de vida saludable, pues
alimentarse bien y hacer ejercicio, según la FAO, son pasos importantes para
mantener una buena salud.
El
principal objetivo del Programa Especial para la Seguridad Alimentaria (PESA),
de la FAO, es ayudar a los que viven en los países en desarrollo, especialmente
en los de bajos ingresos, con déficit de alimentos (PBIDA: Países de Bajos
Ingresos y con déficit de Alimentos), a mejorar su seguridad alimentaria mediante
un incremento acelerado de la productividad y la producción de alimentos,
reduciendo la variabilidad anual de la producción alimentaria en forma
económica y ecológicamente sostenible, y mejorando el acceso de la población a
los alimentos, de conformidad con el Plan de Acción de la Cumbre Mundial sobre
la Alimentación, de 1996.
El
examen de los objetivos y metas de desarrollo del milenio, relacionados con la
salud, debe realizarse en el marco del derecho a la salud, teniendo en cuenta
sus aspectos éticos, sociales, técnicos y políticos.
La
buena salud es un factor decisivo para el bienestar de las personas, las
familias y las comunidades y, a la vez, un requisito del desarrollo humano con
equidad. Más aún, las personas tienen derecho a un cuidado equitativo,
eficiente y atento de su salud, y la sociedad en su conjunto debe garantizar que
nadie quede excluido del acceso a los servicios de salud, y que estos
proporcionen una atención de calidad para todos los usuarios.
La
identificación de los rezagos y las brechas sociales, en materia de condiciones
y atención de la salud, y las medidas para superarlos, deben considerarse
estratégicamente como un componente esencial de la acción pública integral
destinada a romper el círculo vicioso de la pobreza y, en definitiva, alcanzar
el desarrollo humano sostenible.
En la
sociedad occidental actual, el término salud, definido como el estado en el que
hay ausencia de enfermedad, ha sido cambiado por calidad de vida. Los objetivos
de los sistemas de salud de tales sociedades no se deben limitar a que las
personas no padezcan enfermedades.
De tal
forma, la salud no es una cuestión individuada, y los índices de salud no se
constituyen en la sumatoria de los efectos que se dan en los diferentes
individuos.
En los
países desarrollados existe la paradoja de que la mayoría de las enfermedades
son producidas por los estilos de vida de su población, y, sin embargo, los
recursos sanitarios se desvían hacia el propio sistema sanitario para intentar
curar estas enfermedades, en lugar de destinar más recursos económicos en la
promoción de la salud y prevención de las enfermedades.
Estos
estilos de vida poco saludables son los que causan la mayoría de las
enfermedades (afecciones crónicas, cáncer, enfermedades infecciosas, drogodependencias,
trastornos de la conducta alimentaria, entre otras).
En
epidemiología, el estilo de vida, el hábito de vida, la forma de vida, son un
conjunto de comportamientos o actitudes que desarrollan las personas, que unas
veces son saludables y otras son nocivas para la salud. El estilo de vida tiene
un impacto directo en la calidad total de las vidas. La selección de un estilo
de vida también afecta a otras personas y al entorno. Entonces, se considera
que habrá salud en tanto que el cuerpo esté sano y tenga un efecto positivo en
otros y en el ambiente en que habita.
Desde
una perspectiva integral, es necesario considerar los estilos de vida como
parte de una dimensión colectiva y social, que comprende tres aspectos interrelacionados:
el material, el social y el ideológico.
En lo
material, el estilo de vida se caracteriza por manifestaciones de la cultura
material: vivienda, alimentación, vestido. En lo social, según las formas y
estructuras organizativas: tipo de familia, grupos de parentesco, redes
sociales de apoyo y sistemas de soporte, como las instituciones y asociaciones.
En el plano ideológico, los estilos de vida se expresan a través de las ideas,
valores y creencias, que determinan las respuestas o comportamientos a los
distintos sucesos de la vida.
En
este contexto, los estilos de vida se
definen como los procesos sociales, las tradiciones, los hábitos, conductas y
comportamientos de los individuos y grupos de población, que llevan a la satisfacción
de las necesidades humanas para alcanzar el bienestar y la vida.
Los
estilos de vida se determinan de la presencia de factores de riesgo y/o de factores
protectores para el bienestar, por lo cual deben ser vistos como un proceso
dinámico, que no solo se compone de acciones o comportamientos individuales,
sino también de acciones de naturaleza social. Los estilos de vida saludables
son formas de vida que comprenden aspectos materiales, la forma de organización
y los comportamientos. Podemos mencionar como estilos de vida saludables el
estar en un ambiente saludable, tener relaciones armoniosas, adecuada
autoestima, buena comunicación, conductas
saludables, etc.
La
clave para la promoción de la salud y la prevención de enfermedades, en el
siglo XXI, es crear un entorno que favorezca los comportamientos positivos y un
estilo de vida saludable. Para la mayoría de las enfermedades, se pueden
identificar factores de riesgo durante la edad infanto-juvenil, aunque todavía
existen muchas lagunas en comprender la relación entre la evolución durante la
adolescencia y el desarrollo de enfermedades no transmisibles.
La
infancia y la adolescencia constituyen etapas de vida cruciales, que implican múltiples
cambios fisiológicos y psicológicos los cuales afectan las necesidades
nutricionales y los hábitos alimentarios.
Fuente: Cáez, G., y Casas
N., (2007). Formar en un estilo de vida
saludable: otro reto para la ingeniería y la industria. educ.educ.,
2007, Volumen 10, Número 2, pp. 103-117
El estilo de vida tiene un impacto directo en la calidad de vida del ser humano; ya que la selección de un estilo de vida, afecta a otras personas y su entorno. Es necesario tener un estilo de vida con salud adecuada. Si el cuerpo lo mantenemos sano nuestra calidad de vida sera mayor. Comer sano, alimentarse adecuadamente y seguir con rigurosidad una buena y satisfactoria alimentación tendremos mayor vida en este mundo terrenal.
ResponderBorrartener un estilo de vida saludable depende de nosotros, si comemos adecuadamente, ingerimos la cantidad correcta de agua, frutas, verduras, proteína etc. Hacemos ejercicio, nuestro cuerpo nos lo agradecerá y notaremos los efectos positivos que esto nos regala.
ResponderBorrarExcelente
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