jueves, 18 de febrero de 2016

La formación de los hábitos alimentarios y el comedor escolar

Aprendemos a alimentarnos por imitación y por exposición al alimento y sus formas de presentación, y esta es una afirmación especialmente cierta en la infancia y la adolescencia.
Teniendo en cuenta que gran parte de los niños y niñas realizan al menos cinco de sus comidas principales semanales en la escuela, queda patente que esos modelos a imitar y esa exposición a los alimentos tiene lugar, prácticamente en su totalidad, en la familia y en el comedor escolar.
Es indiscutible que la formación alimentaria y nutricional de la infancia debe ser una labor conjunta de padres, madres y escuela, pero también es cierto que actualmente las formas de vida y la presencia de las “Comidas rápidas-chatarra” ha permitido que no siempre el acto de comer en familia sea ejemplar. Por otra parte, los progenitores tienen una presión emocional hacia las negativas o las demandas y caprichos alimentarios de sus hijos que la escuela no tiene ni debe permitirse.
Como consecuencia de lo anterior, es indispensable el papel del comedor escolar como ejemplo educativo pero también, en ocasiones, como elemento corrector de alimentaciones desequilibradas y de ejemplos inadecuados. Por lo tanto, en el comedor escolar, no solo los menús han de ser adecuados, sino también deben serlo en conjunto de las actividades realizadas en el mismo, tanto por parte de los alumnos que se alimentan, como por parte del personal de servicio, los maestros y las auxiliares docentes. Entre sus objetivos para la formación de hábitos se destacan:
  • Diversidad en la oferta de alimentos: presencia cotidiana o habitual de todos los grupos de alimentos
  • Diversidad en las formas de preparación y presentación de los alimentos
  • Estructuración nutricionalmente correcta de los menús diarios y semanales
  • Introducción ocasional de alimentos menos comunes para fomentar gustos más abiertos
  • Definición clara de las raciones adecuadas, como indicador de cantidad saludable
  • Presencia de unas normas nítidas sobre el acto de comer (higiénicas y sociales)
  • Presencia de normas claras sobre el comportamiento en el comedor (higiénicas y sociales) 
Por lo cual, el acto de alimentarse requiere de un orden, una regularidad, una estructura, un comportamiento y una higiene en la que la escuela y, en particular, el comedor escolar, tiene un papel crucial. Por lo tanto, la actividad del comedor escolar debiera diseñarse y planificarse, no como un mero acto de servir comidas, sino como una sucesión de actos educativos.
En el momento de realizar su comida en la escuela, el niño está inmerso en un ambiente colectivo, dinámico y organizado, que debe transmitir tanto el conocimiento de una estructuración adecuada de la combinación de alimentos, como un concepto de la alimentación basado en el mantenimiento y autocuidado del organismo, y no solo en el placer de comer.
Estamos hablando de escolares en una gama de edades en las que se inician y refuerzan los hábitos alimentarios como resultado de las influencias y ejemplos de la cultura alimentaria de la comunidad, de la familia y de las tendencias personales. Ya que en muchos casos, la exposición al alimento y la experiencia pueden hacernos llegar a gustar de alimentos inicialmente no preferidos o rechazados. En efecto, los estudios realizados hasta el presente no solo aportan datos sobre la relación existente entre la alimentación de los niños y la de su entorno o su familia, sino también sobre las diferentes influencias que pueden tener distintos modelos educativos a la hora de abordar la alimentación.
Un interesante trabajo publicado en Health Education Research en 2003, se estudió a 112 grupos de padres más sus respectivos hijos, buscando asociaciones entre la dieta de los padres y la de los niños, y la influencia de los modelos parentales de educación alimentaria. Los resultados mostraron una significativa asociación entre la ingestión de snack en padres e hijos, pero también en las motivaciones dominantes respecto a la alimentación. El estudio concluía que era más aconsejable un modelo parental de “modelado positivo” del comportamiento alimentario de los hijos.
Otro estudio en el 2006 se centró especialmente en factores económicos, socioculturales y dietéticos del ámbito familiar. Se concluyó una fuerte relación entre la educación y los hábitos alimentarios de los padres y la dieta de los hijos. Por ejemplo, se hallaba fuerte asociación entre la dieta de los padres y la ingestión de grasa, fruta y verduras de los niños y, además, una clara correlación en adolescentes entre la dieta de los padres y los hermanos y la ingestión de energía y grasa, siendo también notable la asociación entre el nivel educativo de los padres y la ingestión de frutas y verduras de los adolescentes.
Igualmente, algunos estudios muestran con claridad cómo, en ocasiones, con la intervención adecuada, los alumnos llegan a consumir en la escuela más verduras, frutas, pescado y lácteos que en casa, por lo que el ejemplo del adecuado menú en el comedor cumple una doble función, conduce hacia los hábitos adecuados que son deficitarios en el hogar y suple las posibles deficiencias nutricionales del mismo, equilibrando la dieta del niño.
Desde esta visión, el comedor escolar se convierte, en primer lugar, en un expositor de alimentos y hábitos alimentarios,  en un escaparate en el que el alumno se familiariza con los alimentos y sus formas de preparación y presentación, haciéndolas progresivamente parte de sus hábitos y de su bagaje alimentario.
Fuente:

Carlos de Arpe Muñoz y Antonio Villarino Marín (2012). La nutrición y el comedor escolar: su influencia sobre la salud actual y futura de los escolares. En Nutrición en el ámbito escolar. Jesús Román Martínez Álvarez (Editor). Cap 4, p. 45-58. España.

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