Aprendemos
a alimentarnos por imitación y por exposición al alimento y sus formas de
presentación, y esta es una afirmación especialmente cierta en la infancia y la
adolescencia.
Teniendo
en cuenta que gran parte de los niños y niñas realizan al menos cinco de sus
comidas principales semanales en la escuela, queda patente que esos modelos a
imitar y esa exposición a los alimentos tiene lugar, prácticamente en su
totalidad, en la familia y en el comedor
escolar.
Es
indiscutible que la formación alimentaria y nutricional de la infancia debe ser
una labor conjunta de padres, madres y escuela, pero también es cierto que
actualmente las formas de vida y la presencia de las “Comidas rápidas-chatarra”
ha permitido que no siempre el acto de comer en familia sea ejemplar. Por otra
parte, los progenitores tienen una presión emocional hacia las negativas o las
demandas y caprichos alimentarios de sus hijos que la escuela no tiene ni debe
permitirse.
Como
consecuencia de lo anterior, es indispensable el papel del comedor escolar como
ejemplo educativo pero también, en ocasiones, como elemento corrector de
alimentaciones desequilibradas y de ejemplos inadecuados. Por lo tanto, en el
comedor escolar, no solo los menús han de ser adecuados, sino también deben
serlo en conjunto de las actividades realizadas en el mismo, tanto por parte de
los alumnos que se alimentan, como por parte del personal de servicio, los
maestros y las auxiliares docentes. Entre sus objetivos para la formación de
hábitos se destacan:
- Diversidad
en la oferta de alimentos: presencia cotidiana o habitual de todos los
grupos de alimentos
- Diversidad
en las formas de preparación y presentación de los alimentos
- Estructuración
nutricionalmente correcta de los menús diarios y semanales
- Introducción
ocasional de alimentos menos comunes para fomentar gustos más abiertos
- Definición
clara de las raciones adecuadas, como indicador de cantidad saludable
- Presencia
de unas normas nítidas sobre el acto de comer (higiénicas y sociales)
- Presencia
de normas claras sobre el comportamiento en el comedor (higiénicas y
sociales)
Por
lo cual, el acto de alimentarse
requiere de un orden, una regularidad, una estructura, un comportamiento y una
higiene en la que la escuela y, en particular, el comedor escolar, tiene un
papel crucial. Por lo tanto, la actividad del comedor escolar debiera diseñarse
y planificarse, no como un mero acto de servir comidas, sino como una sucesión
de actos educativos.
En
el momento de realizar su comida en la escuela, el niño está inmerso en un
ambiente colectivo, dinámico y organizado, que debe transmitir tanto el
conocimiento de una estructuración adecuada de la combinación de alimentos,
como un concepto de la alimentación basado en el mantenimiento y autocuidado
del organismo, y no solo en el placer de comer.
Estamos
hablando de escolares en una gama de edades en las que se inician y refuerzan
los hábitos alimentarios como resultado de las influencias y ejemplos de la cultura alimentaria de la comunidad, de
la familia y de las tendencias personales. Ya que en muchos casos, la
exposición al alimento y la experiencia pueden hacernos llegar a gustar de
alimentos inicialmente no preferidos o rechazados. En efecto, los estudios
realizados hasta el presente no solo aportan datos sobre la relación existente
entre la alimentación de los niños y la de su entorno o su familia, sino
también sobre las diferentes influencias que pueden tener distintos modelos
educativos a la hora de abordar la alimentación.
Un
interesante trabajo publicado en Health
Education Research en 2003, se estudió a 112 grupos de padres más sus
respectivos hijos, buscando asociaciones entre la dieta de los padres y la de
los niños, y la influencia de los modelos parentales de educación alimentaria. Los resultados mostraron una significativa
asociación entre la ingestión de snack en padres e hijos, pero también en las
motivaciones dominantes respecto a la alimentación. El estudio concluía que era
más aconsejable un modelo parental de “modelado positivo” del comportamiento
alimentario de los hijos.
Otro
estudio en el 2006 se centró especialmente en factores económicos,
socioculturales y dietéticos del ámbito familiar. Se concluyó una fuerte
relación entre la educación y los hábitos alimentarios de los padres y la dieta
de los hijos. Por ejemplo, se hallaba fuerte asociación entre la dieta de los
padres y la ingestión de grasa, fruta y verduras de los niños y, además, una
clara correlación en adolescentes entre la dieta de los padres y los hermanos y
la ingestión de energía y grasa, siendo también notable la asociación entre el
nivel educativo de los padres y la ingestión de frutas y verduras de los
adolescentes.
Igualmente,
algunos estudios muestran con claridad cómo, en ocasiones, con la intervención
adecuada, los alumnos llegan a consumir en la escuela más verduras, frutas,
pescado y lácteos que en casa, por lo que el ejemplo del adecuado menú en el
comedor cumple una doble función, conduce hacia los hábitos adecuados que son
deficitarios en el hogar y suple las posibles deficiencias nutricionales del
mismo, equilibrando la dieta del niño.
Desde
esta visión, el comedor escolar se convierte, en primer lugar, en un expositor
de alimentos y hábitos alimentarios, en
un escaparate en el que el alumno se familiariza con los alimentos y sus formas
de preparación y presentación, haciéndolas progresivamente parte de sus hábitos
y de su bagaje alimentario.
Fuente:
Carlos de Arpe Muñoz y Antonio Villarino Marín (2012). La nutrición y el
comedor escolar: su influencia sobre la salud actual y futura de los escolares.
En Nutrición en el ámbito escolar.
Jesús Román Martínez Álvarez (Editor). Cap 4, p. 45-58. España.
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