El
mundo actual ve con preocupación el crecimiento paulatino pero incontrolado del
exceso de peso representado en un, cada vez mayor, número de niños y niñas que
presentan sobrepeso y obesidad, sin distingo de nivel socioeconómico, raza y
género. Hacerle frente a este problema
de malnutrición implica, de un lado, prevenirlo en menores que no lo padecen, y
del otro, buscar los mecanismos y estrategias para tratarlo en los millones de
niños y niñas que lo sufren.
Aunque para
algunos el problema es genético, para otros es social, convirtiendo el asunto
del exceso de peso en una dicotomía entre genes y estilo de vida, resultante de
una alimentación desequilibrada con respecto al gasto energético, hablar de
sobrepeso y obesidad, como todo estado nutricional, es hablar de
multicausalidad, lo que significa reconocer que la obesidad tiene que ver con
aspectos que van desde la genética hasta los medioambientales, incluyendo
factores de tipo individual, familiar y comunitario, considerando el escolar como
uno de sus escenarios.
Se puede
definir la obesidad como un trastorno de tipo metabólico, caracterizado por un
exceso de grasa corporal que afecta negativamente la salud de la persona y es
producto de un balance positivo de energía, es decir, la que se ingiere a través
de los alimentos es superior a la que se gasta en promedio cada día. Dicho
exceso calórico puede deberse a una reducción en el gasto, o a un aumento en el
consumo, o a ambos.
Estas
circunstancias se dan por diversos factores: alimentarios, de actividad física,
hereditarios, metabólicos, hormonales, psicosociales y ambientales, pero la
mayor parte de los casos, en gran medida se relacionan con los estilos de vida
respecto a dos fundamentales: la alimentación y la actividad física; incluso
son frecuentes ciertos errores dietéticos en las familias como favorecer el
aumento de peso en los y las menores al incitar el aumento de ingesta calórica,
como la obsesión para que coman mucho, o el estimularles las buenas conductas
con gratificaciones de golosinas, chucherías, bollería o bebidas azucaradas.
Por su parte, otros
autores conciben la obesidad infantil como un acelerador de las enfermedades de
la adultez y plantea que en el futuro los adultos jóvenes y los adultos,
sufrirán tantas enfermedades como no se ha visto jamás y que la mayoría de
padres y madres sufrirán enfermedades crónicas que afectarán a sus hijos, y el
sistema de salud sufrirá las consecuencias en término de finanzas, de tiempo y
de personal dedicado a la atención de pacientes, además de que la duración de
la hospitalización por patologías asociadas con la obesidad, será más
prolongada que las tasas generales.
El
estado nutricional del individuo no es una situación aislada sino el resultado
de un contexto en el que interactúan múltiples factores como el empleo, la
educación, el ingreso, la propaganda, la salud y la calidad de la vida afectiva
de las personas, todos ellos, elementos que repercuten sobre el funcionamiento
integral desde la infancia hasta la adultez.
Visto de un
modo más preciso, el estado nutricional es la resultante orgánica en el tiempo,
del balance entre la ingesta de alimentos y el gasto de energía, en otras
palabras, del equilibrio o desequilibrio entre el consumo de alimentos y el
respectivo aprovechamiento de sus nutrientes para llenar los requerimientos que
el organismo tiene.
Las tendencias
actuales en el estado nutricional poblacional en casi todos los grupos de edad
apuntan a un aumento acelerado del sobrepeso y la obesidad que refleja una
acción multifactorial en la que se destacan el aumento de la ingesta calórica,
del sedentarismo, las tecnologías inmersas en la vida cotidiana que implican
ausencia o mínima movilidad, así como un aumento de la disponibilidad
alimentaria coincidente con una composición enriquecida de los alimentos,
aunque en muchos países, como aquellos en vías de desarrollo, persisten los
trastornos nutricionales por déficit de nutrientes, que desencadenan una
morbimortalidad diferente a la que suscita el exceso de estos.
La
condición y características de quien decide la compra y de quien prepara los
alimentos. El nivel educativo y el conocimiento que sobre los alimentos y su
preparación, tienen las personas encargadas de hacer la compra y la comida,
determinan la disponibilidad de alimentos en el domicilio, así como la cantidad
o tamaño de la porción y de la ración, el tipo y calidad de la preparación,
además de la distribución entre los distintos miembros del grupo familiar.
La
decisión de compra, por lo tanto, está relacionada directamente con la actitud
que tiene hacia los alimentos la persona encargada de adquirirlos en el hogar,
de su conocimiento para elegir y sustituir alimentos de acuerdo con la
capacidad adquisitiva, la disponibilidad en el mercado, y los requerimientos
nutricionales de la familia.
En
esta decisión influyen principalmente el patrón alimentario, los hábitos, las
creencias religiosas y tabúes, así mismo influyen sobre esta persona, su
actitud respecto a la publicidad sobre alimentos y la presencia y capacidad de
respuesta a la presión infantil en el momento de la compra, amén del estado
anímico respecto a las condiciones de los sitios de mercadeo de los alimentos.
En suma, el
pronóstico no puede ser más desalentador en cuestión de enfermedad y muerte
asociada con la obesidad, sin mencionar los problemas de productividad y
desarrollo de los países y sus pueblos, siendo de mayor impacto el hecho de la
asociación de la obesidad con las ECNT (Enfermedades Crónicas No Transmisibles)
y de la potenciación de la obesidad en países en vías de desarrollo, lo que se
confabula en contra por ser la pobreza un factor determinante de la
malnutrición en sus dos más graves expresiones: la desnutrición y la obesidad.
Razón por la
cual, se plantea la perspectiva que los factores individuales no son suficientes
para explicar el desbalance energético que provoca el sobrepeso y la obesidad.
Mediante esta teoría se concibe el comportamiento alimentario como el producto
de la interacción de las características del sujeto –biológicas, psicológicas y
culturales- y de las características de su entorno –principalmente las
influencias del grupo social -la familia- y de la publicidad- así como
de las propias características de los alimentos. De la interacción de estos
elementos surgen factores de riesgo que al incidir sobre un sujeto específico,
con unas condiciones particulares, pueden derivar en un inadecuado consumo de
alimentos y desencadenar un trastorno alimentario como la obesidad.
El excesivo
aumento de peso corporal, predispone a deformidades ortopédicas como
deslizamientos epifisiarios de la cabeza del fémur, arcos planos e inflamación
de la placa de crecimiento en los talones, además de ser frecuentes los
trastornos hepáticos y biliares, anemia por déficit de hierro, riesgo de muerte
súbita –tres veces mayor, y el doble para desarrollo de insuficiencia cardíaca
congestiva, enfermedad cerebrovascular y cardiopatía isquémica, mientras la
posibilidad de desarrollar diabetes mellitus es 93 veces mayor que de los no
obesos, cuando el Índice de Masa Corporal (IMC) sobrepasa 35. La esperanza de
vida se reduce entre cinco y ocho años por la obesidad, y está asociada a un
riesgo multiplicado por dos de sufrir cáncer de riñón.
La OMS en la
Conferencia Ministerial contra la Obesidad (2006), la Dieta y la Actividad
Física para la Salud, realizada en Estambul, confirmó que la obesidad no sólo
afecta a la salud de las personas, sino que también constituye un obstáculo
para el desarrollo económico y social de las naciones, pues el sobrepeso y la
obesidad del adulto es responsable de más del 6% de los gastos en salud además
de los costos indirectos (pérdidas de vida, productividad e impacto sobre el
ingreso), que son dos veces más altos.
La educación
alimentaria y nutricional se ha centrado en el “qué” enseñar y aprender,
dependiendo de qué lado de la relación de enseñanza-aprendizaje se esté, es
decir, se ha centrado en los contenidos, en temáticas relacionadas con la
alimentación saludable y la nutrición humana, sin embargo poco se ha
trascendido en los perfiles de morbimortalidad y por el contrario, se ha dado
un aumento en la vulnerabilidad a nuevas patologías relacionadas con hábitos
alimentarios inadecuados, denominadas Enfermedades Crónicas No Transmisibles
–ECNT- tales como diabetes, hipertensión, enfermedad cardiovascular, entre
otros.
Un buen
ejemplo en este sentido lo representa Kirsten Schlengel-Matthies, profesora de
la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad de Paderborn dentro de un
plan –Proyecto Revis- para reformar la educación sobre nutrición y consumo que
se imparte en las escuelas, pues plantea que “No se trata de enseñarles solo
cómo alimentarse de una manera sana, con información sobre la cantidad de
comida que necesitan y quizá algún dato económico o ecológico, sino de hacerles
reflexionar sobre los hábitos alimentarios". En su opinión, hacen falta
profesores "que tengan sensibilidad hacia los problemas que se relacionan
con la comida, y muestren a sus alumnos cómo el modo de comer incide en la vida
familiar, para que aprendan a organizarse y a adquirir responsabilidades sobre
ellos mismos y sobre otros".
Finalmente,
hacen falta profesores y profesionales de la salud y de la pedagogía que
“tengan sensibilidad hacia los problemas que se relacionan con la comida, y
muestren a sus alumnos cómo el modo de comer incide en la vida familiar [y en
su propia vida], para que aprendan a organizarse y a adquirir responsabilidades
sobre ellos mismos y sobre otros”, que desde la lectura semiótica, proxémica y
cinestésica tienen una enorme tarea por hacer en este asunto, frente a las
nuevas generaciones.
Fuente:
Teresa
Alzate Yepes (2012). Estilos educativos
parentales y obesidad infantil
Doctorado en educación. Acciones Pedagógicas y
Desarrollo Comunitario.
Universidad de Valencia. España.
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