Óscar Armando Yanes González, (1927-2013).
Caraqueño, de la parroquia San Juan. Alias “chivo
negro”. Periodista, escritor, cronista, político. Yanes se anotó en la escuadra fundadora de Últimas
Noticias y allí permaneció unos años.
A los 25 años asume la dirección del periódico La Esfera. Ramón David León, quien le dio la oportunidad a los 13
años de conocer el mundo del periodismo, le entrega su oficina y su cargo 12
años después. Yanes se anotó en la escuadra fundadora de Últimas Noticias
y allí permaneció unos años.
A los 25 años asume la dirección del periódico La Esfera. Ramón David
León, quien le dio la oportunidad a los 13 años de conocer el mundo del
periodismo, le entrega su oficina y su cargo 12 años después
Encabezó el equipo que Venevisión enviado
en 1966 a Vietnam como corresponsal de guerra y jefe de
prensa. Se destacó como profesor de la primera promoción de la Escuela de
Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela y dictó
cátedra en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas
Ganó en tres ocasiones el Premio Nacional de
Periodismo, el Premio Monseñor Pellín y el Primer Premio de la Asociación de
Escritores de Venezuela. Considerado como uno de los pioneros en periodismo
televisivo, en particular las entrevistas frente a las cámaras, se hizo famoso
por sus programas de televisión en Venevisión, particularmente de Así
son las Cosas, de ahí su frase, donde llevó a cabo investigaciones
históricas que revelan desconcertantes acontecimientos en la sociedad
venezolana, y su anterior programa, Un fiel creyente de la justicia y la
verdad, un Historiador de arraigo con una gran pasión por la Venezuela que lo
vio crecer
Qué falta hace…
En los tiempos del benemérito general Juan Vicente Gómez,
(1908-1935). Venezuela era un país pobre. Sin embargo, después de su muerte
comenzaron los venezolanos a invadir la gastronomía exterior porque llegaban al
país las mejores delicatesses del
mundo, como se solía decir entonces. Todo era importado y a precios irrisorios;
esas delicias llegaban del exterior porque nosotros teníamos una gastronomía
muy primitiva, sabrosa y sencilla pero primitiva. Hasta los años 1940, todo el
jamón que consumíamos era serrano o de parma y podíamos comprar medio de jamón,
sí, medio, dos lochas de jamón sin que nos diera pena, sin sonrojarnos.
Todo el queso amarillo venía de Holanda y también vendía una
locha de ese queso sin ningún problema; usted llegaba a una pulpería y decía:
“deme una locha de queso holandés”, y le daban su queso amarillo. La gente no
llamaba al queso de Holanda, queso holandés sino queso amarillo; dos personas
podían desayunar entonces con una locha de queso amarillo. Las arepas costaban
un centavo, unas arepas hechas en budare que le sacaban lo negro, la manchita
negra se la quitaban con unos pedacitos de cuchillo.
El aceite comestible tenía el nombre genérico de aceite de
comer y se empleaba exclusivamente para aderezas las ensaladas, porque todo el
mundo utilizaba manteca de cochino para preparar las comidas.
En aquella época no se hablaba del colesterol. Los aceites
venían de España, de Francia o Italia, y nadie le interesaba la marca, ni la
procedencia; los muchachos iban a la pulpería con una botella vacía y podían
comprar una locha o medio de aceite y vinagre y le decían al pulpero “y me da
mi ñapa de Ruller”. Siempre se compraba revuelto aceite y vinagre, a nadie se
le ocurría freír un huevo con aceite. La gente lo que usaba era manteca de
cochino.
En cuanto a la mantequilla, toda la que comíamos era danesa
y con una locha se arreglaban tres arepas. La vendían en una forma muy curiosa
que ya desapareció, y consistía en que la colocaban en un papelito doblado, con
el riesgo que se derritiera por el sol. En aquella época, sin embargo, la gente
se seguía quejando de los precios y decía “es que no se puede vivir, usted sabe
lo que es una mano de cambures cueste una locha”.
Uno de los grandes problemas que se presentó en Venezuela
después de la muerte del general Gómez (1935), fue que los precios comenzaron a
subir y por ejemplo, el tranvía que costaba una locha subió a medio, y la gente
decía “que falta hace el benemérito, que
en paz descanse”…
El hueso de los Yanes
“Oiga mijo vaya a casa de los Yanes y pídale que le presten
el hueso”, le decían al muchacho de la casa, y ese carricito salía corriendo a
la casa donde vivían los Yanes y allá le presentaban un hueso; pero ustedes
dirán y ¿qué es eso de que le presten el hueso? Bueno, es una historia muy
sencilla; en ocasiones memorables cuando se celebraba un cumpleaños o una fecha
extraordinaria como el 19 de Abril o el 5 de Julio, cuando había algo que
recordar, entonces en las casas se mejoraba la comida y generalmente se apelaba
al hueso, y ¿qué es el hueso?, bueno vamos a hacer un poco de historia.
Caracas fue auténtica, hasta 1940; todo el mundo incluso la
gente adinerada, vivía dentro del casco de la ciudad; la urbanización, por el
este, lo más lejos que llegaba era al parque Los Caobos, después lo que venía
era monte y culebra. Por ello, los de una cuadra y hasta los de una manzana se
conocían entre sí; todo el mundo se conocía en Caracas; pues bien la gente
sabía que en la casa de fulano de tal tenían un hueso para darle gusto a la
sopa y nadie de avergonzaba en pedírselo prestado con el mismo fin y lo
devolvían lo más rápido posible. Había una frase común en todas las familias
“así somos pobres pero honrados”
La “sopa
de letras”
Desde principios del siglo XX comenzamos a comer pasta en
Venezuela pero con un concepto muy parroquiano. Todo era muy sencillo, desde el
nombre de la pasta hasta la forma como se preparaba. La gente siempre asociaba
la pasta y especialmente el espagueti a los italianos.
Lo cierto era que la costumbre entonces consistía en
sancochar la pasta y luego de escurrirla se le daba color con onoto, mantecado
o con la salsa sobrante del llamado asado negro, el muy apreciado asado negro.
Una locha de queso, rayado en casa, era suficiente para cuatro porciones de
pasta.
En Caracas y en las ciudades más importantes de Venezuela
sólo conocían los espagueti, los macarrones, las cinticas, los caracolitos, los
fideos y una sopa muy curiosa en forma de letras, que la gente llamaba “sopa de
letras”.
Mucha gente aprovechaba para comer lo que llaman el
“manchao”, no decían el manchado, que era espagueti con caraotas; aquí en
Caracas se hizo muy famoso el manchao del Rey de Espagueti, en la esquina de
Piñango. Esto era clásico.
Todo caraqueño que se estimaba se comía su manchao, los
parroquianos asiduos decían “tírame un manchao, y mánchao bastante” –es decir,
mánchalo bastante era que le colocaran bastante caraotas-.
Hoy en día, la gente sigue comiendo pasta, pero debido a los
precios del queso la comen hasta sola o con mantequilla; y hemos inventado una
serie de platos a base de pasta, por ejemplo la pasta mezclada con sardinas.
A partir de la Segunda Guerra Mundial, comenzaron a llegar a
Venezuela, como a casi todas partes en Latinoamérica, una serie de productos
exóticos, quesos importados y muy finos de Italia y la gente se fue refinando
en la elaboración de la pasta.
Comenzaron a ser familiares para nosotros nuevos nombres
como: pasticho, lasaña, canelones, carbonara, tortellini, tortelones,
fetuchinis y hasta uno muy curioso la pasta putanesca.
Hoy el espagueti ha desplazado a una serie de platos tradicionales en
Venezuela, incuso desplazando a arroz, y la gente consume espagueti porque
dentro del alto costo de la vida, todavía la pasta sigue teniendo un precio
razonable.
Fuente:
Oscar Yanes
(2010). Así son las cosas. Editorial
Planeta Venezolana.
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