Actualmente existe un gran interés por el
conocimiento y la investigación de los procesos alérgicos. Este interés se
origina en el aumento de su presencia en la población general, lo cual ocasiona
ausentismo laboral, escolar y elevados costos en el sistema sanitario. La
enfermedad alérgica comprende una serie de manifestaciones clínicas tales como
asma, rinitis, conjuntivitis, dermatitis atópica, alergia alimentaria y otras
menos frecuentes.
La alergia alimentaria es una reacción adversa
derivada de una respuesta inmune específica, que se reproduce luego de la
exposición a un antígeno alimentario. Las reacciones adversas inducidas por
alimentos pueden ser mediadas por mecanismos inmunológicos, Inmunoglobulina E
(IgE), que son reacciones de hipersensibilidad tipo 1, inmediatas, denominadas
reacciones alérgicas; no mediadas por Inmunoglobulina E (reacciones de
intolerancia) y mixtas. El proceso de producción de IgE en respuesta a la exposición a un
alérgeno se denomina atopia.
Los pacientes con alergia alimentaria desarrollan
respuestas inmunes patológicas y pueden experimentar rápidamente síntomas
adversos tras la reexposición. Con el tiempo, la calidad de vida se ve
seriamente afectada en un grado mayor que la observada en otras enfermedades
crónicas de la infancia. La infancia es un período de especial vulnerabilidad,
pues los lactantes con predisposición a la atopia pueden presentar mayor riesgo
de sensibilización a alimentos y a otros alérgenos.
El riesgo de alergia alimentaria aumenta en
relación con los antecedentes familiares. Así, en caso de un solo padre atópico
el riesgo corresponde al 50%; de los dos, el 70% y el riesgo en hermanos de una
persona afectada es 10 veces mayor que el de la población general. En un
estudio prospectivo realizado con niños de familias atópicas, se determinó que
el 25% desarrollará alergia alimentaria entre el nacimiento y los 7 años de
edad.
Aunque las reacciones adversas pueden ocurrir
ante casi cualquier alimento, la mayoría son producidas por los que se consumen
con mayor frecuencia. En general, su aparición sigue el mismo orden de
incorporación de los alimentos en la dieta del niño. Los alimentos más
frecuentemente involucrados en este trastorno son la leche de vaca, huevo,
trigo, pescado, mariscos, maní, soya, nueces y algunos cereales y leguminosas.
El desarrollo de alergia alimentaria depende de varios factores que incluyen la
predisposición genética, exposición temprana a las proteínas alergénicas
(tiempo, dosis y frecuencia), consumo de la proteína alimentaria y desarrollo de
tolerancia.
La alergia a la proteína de la leche de vaca es
la más frecuente en los primeros 3 años de vida. Esta alergia se caracteriza
por la presencia de una serie de signos y síntomas que aparecen tras la
ingestión de leche de vaca o de fórmulas elaboradas a partir de ella; incluso
niños que reciben lactancia materna exclusiva pueden reaccionar ante proteínas
transferidas a través de la leche materna y durante este período. La frecuencia
de alergia al huevo se estima en 2%. Afortunadamente, algunos estudios
documentan que en la alergia a la leche de vaca, huevo y soya usualmente se presentan
remisiones en la niñez. Por el contrario, la alergia al maní, nueces y pescado
suele persistir hasta la adultez.
La prevención de las enfermedades alérgicas se
apoya en una variedad de medidas profilácticas dirigidas a evitar la
sensibilización, el desarrollo de la enfermedad en un individuo asintomático y
la progresión en pacientes con síntomas de la enfermedad. En este sentido, se
pueden distinguir diferentes niveles de prevención de enfermedad alérgica en la
infancia:
- Prevención primaria: se dirige a los niños sanos con el objetivo de
prevenir el desarrollo de la enfermedad alérgica.
- Prevención secundaria: se dirige a los niños enfermos con el propósito
de prevenir síntomas y progresión de la enfermedad.
- Prevención terciaria: se dirige a pacientes con la enfermedad crónica
para prevenir la progresión y el deterioro.
Las estrategias de prevención en alergia
alimentaria deben considerar su capacidad para predecir el alto riesgo en
lactantes y niños, demostrar la efectividad de las estrategias de intervención,
recomendar intervenciones aceptables y minimizar efectos adversos. Estas
estrategias de prevención están dirigidas principalmente a lactantes de alto
riesgo para desarrollar enfermedad alérgica, definiéndose como lactantes de
alto riesgo a aquellos niños con al menos un familiar en primer grado (padre,
madre o hermano) con enfermedad alérgica documentada.
Rol de la lactancia materna en prevención
de alergia alimentaria
La leche materna es el alimento ideal para los
recién nacidos pues provee óptimos beneficios nutricionales, inmunológicos,
fisiológicos y psicológicos. Los componentes de la leche materna mejoran el
sistema de defensas y promueven la inmunoregulación. Las ventajas de la
lactancia materna en prevención de alergia alimentaria quedaron demostradas
desde que Grulee y Sanford reportaron, hace más de 70 años, en un estudio con
más de 20.000 recién nacidos. Por estos motivos debe recomendarse la
alimentación con lactancia materna en todos los niños, incluso en los que
tienen riesgo de atopia, aun cuando se han detectado pequeñas cantidades de
alérgenos de alimentos en la leche humana.
La Academia Americana de Pediatría (AAP) y los
Comités Europeos recomiendan fuertemente la lactancia materna como la mejor
estrategia para la prevención de alergia alimentaria y sólo difieren en su
duración (al menos 6 meses versus 4-6 meses, respectivamente). La AAP
recomienda continuar con la lactancia materna aunque no exclusivamente por lo
menos hasta los 12 meses de edad. Estudios observacionales han demostrado que
el destete precoz está asociado con un riesgo elevado de enfermedad alérgica.
Uso de fórmulas lácteas
Cuando no es posible o suficiente la lactancia
materna, podemos recurrir a la alimentación con fórmulas infantiles elaboradas
a base de leche de vaca. Entre ellas, se distinguen las que contienen la
proteína entera de leche y aquellas en las cuales las proteínas son
hidrolizadas mediante desnaturalización por calor e hidrólisis enzimática y
posterior ultrafiltración. La Sociedad Europea de Gastroenterología,
Hepatología y Nutrición Pediátrica (ESPGHAN) recomiendan el uso de fórmulas
extensamente hidrolizadas con lactosa y triglicéridos de cadena larga para el
tratamiento sin enteropatía y prevención de alergia a proteína de leche de
vaca.
Las fórmulas de soya no pueden ser recomendadas
para prevención de alergia e intolerancia alimentaria en lactantes de alto
riesgo, pues algunos estudios prospectivos han demostrado que las fórmulas de
soya son tan alergénicas como las fórmulas convencionales elaboradas a base de
leche de vaca.
Algunos aspectos sobre alimentación
complementaria
La exposición temprana a los alimentos sólidos es
la introducción de cualquier alimento durante los primeros 4 meses de vida. Considerando
que la introducción temprana de alimentos sólidos podía incrementar el riesgo
de enfermedad alérgica y que su retardo podría prevenir el desarrollo de las
mismas, las pautas emitidas por el Comité de Nutrición de la Academia Americana
de Pediatría en el año 2000, indican como edad óptima para el inicio de la
alimentación complementaria en lactantes de alto riesgo los 6 meses de edad, y
proponen incorporar los productos lácteos a los 12 meses, huevo a los 24 meses
y maní, frutos secos, pescado y alimentos del mar 36 meses.
Un grupo de investigación australiano propuso que
la tolerancia a las proteínas alimentarias ocurre a través de la introducción
temprana y regular de los alimentos durante un período considerado crítico para
el desarrollo de la alergia alimentaria, al cual llamaron “ventana crítica temprana”. Esta ventana comprende el período entre
4 y 6 meses de edad, cuando la introducción de alimentos alergénicos podría
promover la tolerancia y tener un efecto protector contra la alergia
alimentaria, enfermedad celíaca y enfermedades autoinmunes.
Desde hace muchos años se ha establecido la
relación entre la microbiota intestinal y la enfermedad alérgica. De allí que
se ha propuesto que, en vista de que los probióticos tienen la capacidad de
modular la composición de la microbiota intestinal, pudieran ejercer un efecto
positivo en la prevención de la enfermedad alérgica en lactantes de alto
riesgo. Estudios con varias cepas de probióticos sugieren que poseen un
potencial rol en la prevención de eczema infantil alérgico –principalmente
mediado por IgE– pero aún no hay resultados concluyentes que permitan su
recomendación en la prevención o tratamiento de la enfermedad alérgica. Por
otra parte, hasta los momentos no existe suficientes evidencias de que los
probióticos sean de beneficio para otras condiciones alérgicas.
Conclusiones
Durante muchos años la regla en prevención de
alergia alimentaria en lactantes de alto riesgo se centraba en retardar la
exposición a alimentos altamente alergénicos para reducir la sensibilización
alérgica. La tendencia actual está dirigida a la inducción de tolerancia a
alérgenos. Según datos basados en evidencia, se recomienda lactancia materna
exclusiva hasta los 4-6 meses de edad, seguida de alimentación complementaria,
sin retardo en la introducción de alimentos sólidos más allá de los 6 meses.
Estas recomendaciones son indicadas para
prevención de alergia alimentaria, en el tratamiento, el objetivo principal es
la identificación y restricción de la proteína desencadenante de la enfermedad.
Fuente:
Yubirí Matheus
(2013). Recomendaciones sobre la prevención de alergia alimentaria
CANIA. Año 16. Nº 26, p.14-21
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