Múltiples
factores marcan la dimensión social del comportamiento alimentario. Al margen
de los condicionantes socioeconómicos (poder adquisitivo, accesibilidad a los
productos, el propio sistema productivo, etc.) podemos destacar los
condicionantes socioafectivos (la convivencia familiar, las amistades, los/as
compañeros/as y las redes sociales), los condicionantes sociolaborales
(horarios de trabajo, comidas de negocios, congresos y reuniones, etc.), y los
condicionantes psicosociales (necesidades de seguridad, equilibrio y bienestar,
necesidades de hospitalidad y de estima social, etc.).
Asimismo
podríamos considerar los condicionantes publicitarios; la combinación
publicitaria de formas, colores, olores y sabores de los alimentos con música y
actitudes vitales de distinto tipo conforma y configura diferentes hábitos
alimentarios y de consumo. Y es fácil constatar que el atractivo psicológico y
social de los alimentos impulsado por las modas con frecuencia no guarda
relación con su calidad nutritiva.
La
conducta alimentaria de los humanos está conformada socialmente. Nuestros
hábitos alimentarios se estructuran socialmente a través de la influencia
familiar, del sistema educativo y cultural, de las relaciones sociales entre
compañeros o amigos, y de la publicidad de las redes y los medios de
comunicación social.
Con el
paso de la sociedad industrial a la sociedad de servicios hemos transitado de
una economía fundada en la producción a una basada en el consumo (sociedad de
consumo). Y en general en las sociedades occidentales hemos podido contemplar
importantes factores socioeconómicos que han modificado nuestros hábitos
alimentarios:
1.- Los
incrementos en el nivel de renta y en el nivel de vida de muchas personas han
posibilitado un mayor acceso a los alimentos y así han favorecido la
sobrealimentación en no pocos sectores de la población.
2.- La
mejora en las redes internacionales y globales de transporte y de los sistemas
de conservación de los alimentos han permitido una mayor disponibilidad de
éstos fuera de lugar y fuera de tiempo.
3.- El
aumento en la sofisticación de la comida ha incidido en la oferta de una mayor
variedad de productos y en la fabricación de numerosos alimentos sintéticos.
4.- Se
observa asimismo una menor influencia tradicional de la familia.
5.-Esta
nueva sociedad de consumo se basa en una amplia gama de estrategias de
marketing y publicidad.
6.- Los
crecientes procesos de mecanización y automatización en muchos ámbitos han
influido notablemente en el progresivo sedentarismo de gran parte de la
población.
7.- En la
compra de muchos alimentos predomina a menudo su comodidad de preparación, de
conservación, de empaquetado y de transporte, sin la consideración equilibrada
de su calidad nutritiva.
También
podemos considerar otros factores de tipo sociocultural con una influencia
importante en los hábitos alimentarios. Las tradiciones socioculturales muy a
menudo se fundamentan en los recursos naturales disponibles, en las formas
sociales y religiosas, en la gastronomía local, en las celebraciones, en la
transmisión de procedimientos culinarios, en las modas marcadas por el
marketing y la publicidad, etc. A su vez el cambio sociocultural viene
propiciado por los progresos científicos, tecnológicos, educativos y
sanitarios, por el progreso en las formas de organización social y en las
nuevas redes sociales, etc.
Y podemos
atender también a las crisis culturales y de identidad en muchas sociedades
actuales, y a la fragmentación y la desestructuración producidas en diversos
sistemas sociales que proporcionan valores, normas y controles sociales
relacionados con la alimentación (cambios en la vida familiar, número de
comidas, cantidades en ellas, picoteo, reservas, comidas desordenadas, en la
calle, etc.).
Determinantes sociales de la malnutrición
Sin lugar
a dudas hay que destacar, por encima de otros, tres determinantes sociales
fundamentales para abordar la malnutrición: la educación, el empleo y el
género. Cualquiera de estos tres determinantes, y más aún si le sumamos la
diferenciación étnica, puede explicar casi todas las situaciones de marginación
y exclusión que se dan en todas las sociedades, y que marcan enormemente muchas
de las coyunturas de la desnutrición.
Educación
Un buen
nivel de educación mejora los conocimientos sobre nutrición y el estado de
salud en general. La educación mejora el nivel de salud en la medida que dota a
las personas de conocimientos, capacidades y actitudes para guiar y controlar
muchas de sus circunstancias vitales.
Al margen
de los conocimientos también provee a los individuos de un conjunto de valores,
costumbres, normas y referencias que van a ser muy importantes en la
conformación de sus actitudes y hábitos alimentarios. Es evidente que las
personas mejor educadas cuidan más de su estado de salud y de su nutrición. Hay
que destacar que lógicamente un mayor nivel de educación en las madres incide
en un mejor estado de salud y nutrición de los niños, y en consecuencia cuando
de observan altas tasas de analfabetismo, principalmente en las madres, se
comprueban asimismo altos índices de malnutrición en sus hijos pequeños.
Por ello,
cualquier política social que pretenda la mejora del adecuado nivel de
nutrición de la población casi siempre debe comenzar por procurar un mayor
nivel educativo sobre todo en las mujeres y preferentemente en las madres.
Cultura
Casi al
mismo tiempo que la educación, habría que considerar la cultura general de la
población. Hay que tener en cuenta que los comportamientos alimentarios son
interiorizados por las personas como elementos integrantes de un sistema sociocultural
determinado. La cultura determina la gama de productos comestibles, la cantidad
a ingerir, así como las formas de prepararlos y las prohibiciones alimentarias
(tabúes, aspectos religiosos e ideológicos, componentes socioculturales, etc.).
Empleo
Por otro
lado tanto el nivel educativo como el nivel cultural de un individuo o de un
colectivo aumentan sus oportunidades en materia laboral. El empleo es otro
determinante social para una buena nutrición, ya que asegura un regularizado
nivel de ingresos y además puede supone un factor de equilibrio personal y de
satisfacción muy importante. El empleo y la protección social se revelan como
herramientas muy útiles para aumentar el estado general de la salud de las
personas.
Por el
contrario el desempleo puede acarrear a menudo exclusión y discriminación
social. La asociación entre educación y empleo es muy estrecha; una escasa
formación redunda en una escasa calificación laboral. La educación, el empleo,
la igualdad de oportunidades y la protección social constituyen además la base
fundamental para promover en una población, o en un país, la innovación y el
desarrollo económico.
Si nos
referimos ahora al género como otro determinante social de la salud y la
nutrición podemos observar en muchísimos estudios e informes cómo las mujeres
sufren el doble que los varones las consecuencias de todo tipo de crisis y no
sólo las de las alimentarias. Las mujeres producen más de 50% de los alimentos
cultivados de todo el planeta y, en casi todas las partes, asumen la
responsabilidad de alimentar a sus familias.
Pero al
cumplir estas funciones, las mujeres se enfrentan con restricciones y actitudes
que conspiran para infravalorar su trabajo y responsabilidad, reducir su
productividad, cargarles con un peso desproporcionado de trabajo,
discriminarlas y menguar su participación en las políticas y toma de
decisiones. Según el informe de la
FAO para América Latina y El Caribe, los hogares encabezados
por mujeres se concentran entre los estratos más pobres de la sociedad y suelen
tener menores ingresos que los hogares encabezados por hombres. Los problemas
que enfrentan los hogares varían en función de su grado de acceso a los
recursos productivos, tierra, crédito y tecnologías incluidos.
Entre las
causas subyacentes de la malnutrición que se deben abordar se destacan la carga
de trabajo, la ingestión alimentaria y la diversidad de la alimentación, la
salud y las enfermedades, y la asistencia a la madre y los niños. Las mejoras
en la situación educativa de las mujeres y en sus condiciones laborales
repercutirían seguramente en una mejor inversión del dinero destinado a la
compra de alimentos y ello incidiría en la seguridad alimentaria y en un estado
nutricional familiar más equilibrado.
Podemos
pensar también en otros determinantes sociales más secundarios pero que también
pueden tener mucha importancia en la vulnerabilidad alimentaria y nutricional
de estos sectores de la población a los que estamos aludiendo. De esta manera
se puede considerar la falta de apoyo en todos los tipos de redes sociales,
tanto las de contacto físico y material con colectivos humanos como las de
contacto más virtual o tecnológico con personas distantes en el espacio, lo que
con seguridad lastra una información más completa y en el fondo limita o castra
las posibilidades de una cultura más amplia y global.
Es
fundamental el fomento del empoderamiento en su doble acepción con objeto de
que las personas en las comunidades en desarrollo se hagan fuertes en su
capacidad de controlar su propia vida, por un lado, y por el otro que se
desarrolle un proceso sociopolítico en el que se garanticen los derechos
humanos y la justicia social en los grupos más marginados de la sociedad.
En conclusión, si se favoreciera la participación
ciudadana y se le permitiera a la sociedad civil una cierta implicación en las
políticas públicas de nutrición y salud se evitarían bastantes riesgos
potenciales en las malas prácticas de salud y nutrición. Es muy importante que
se fomenten las redes de colectivos e instituciones (asociaciones de vecinos o
de barrios, poblados o municipios) saludables, que se diseñen y materialicen
proyectos y programas conjuntamente con las ONGs, que se participe en la
elaboración de los presupuestos comunes, que se trabaje en la integración de los
distintos programas de educación nutricional y en la búsqueda de ambientes más
saludables, que se extienda la protección social, los programas de empleo y los
programas contra la desnutrición, las asignaciones familiares, los comedores
infantiles y las becas para el mantenimiento escolar de los adolescentes, que
se enfoque la vida de una manera más colectiva y ,en definitiva, como ya hemos
señalado antes, que se potencien la comunicación y la cohesión social.
Fuente:
D. Jiménez-Benítez, A. Rodríguez-Martín, R.
Jiménez-Rodríguez (2010). Análisis de
determinantes sociales de la desnutrición en Latinoamérica. Nutrición
Hospitalaria. 2010;(Supl. 3)25:18-25.|
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