jueves, 29 de noviembre de 2018

Los principios de condimentación en la cocina, vistos desde las ciencias sociales


Quienes investigan y escriben sobre la alimentación y los regímenes alimentarios utilizan por lo general cuatro elementos para caracterizar a la cocina de un grupo, comunidad, región o país. Esos elementos son: los ingredientes, el corpus culinario, el modo de preparación, las técnicas de cocción de los alimentos y, por último, las representaciones culturales y simbólicas asociadas al acto alimentario.
Otros dos elementos han sido incorporados al estudio y la caracterización de las prácticas culinarias. Uno se relaciona con los fondos de cocina, concepto expuesto por Febvre en 1938. El otro corresponde a los principios de condimentación, aportados por los trabajos de Rozin y Rozin en 1981.
De una forma más precisa, los principios de condimentación son todas aquellas sustancias que entran en la composición de las comidas, en el proceso de producción o al final, con el objetivo de modificar –mejorándolas– sus características organolépticas (como sabor, olor, textura), su apariencia (principalmente color), sus propiedades físicas (como viscosidad) y su conservación, para aprovechar por más tiempo el alimento, impidiendo que se produzcan alteraciones químicas y biológicas que aceleren su deterioro en un período relativamente corto.
En efecto, los principios de condimentación están emparentados tanto con los fondos de cocina (las salsas y grasas se usan como lubricantes, preservantes, conservantes y saborizantes en la práctica culinaria), como con los métodos de conservación de los alimentos.
Algunos condimentos, aparte de cumplir su función principal  de aumentar o potenciar las cualidades sensoriales de un alimento, también ayudan a preservarlo; retardan la proliferación de los microorganismos y ayudan a enmascarar, cuando están presentes, sabores indeseables producidos por la ranciedad y el inicio de la podredumbre de los alimentos.
Por ejemplo, la carne es un alimento cuya conservación, se convirtió en un problema importante para asegurar la supervivencia de las comunidades humanas. Desde el siglo XV y de manera intensiva, se emplearon las especias en adición al empleo de hierbas aromáticas usadas desde tiempos más antiguos en la cocina. La importancia de los condimentos (hierbas aromáticas, especias y aditivos alimentarios, naturales o sintéticos) en la alimentación es evidente. Y destaca en cualquier estudio de las cocinas regionales.
En todas ellas, se utilizan los condimentos tradicionales como una estrategia de resistencia de una cultura para evitar las tentaciones de homogeneización de la comida en los hogares populares, lo que conllevaría la pérdida de sus identidades, e incluso una regresión de su seguridad alimentaria. La mayoría de las preparaciones culinarias serían insípidas, desagradables al gusto, casi incomibles (si el comensal no tuviera que seguir de manera obligatoria una dieta prescrita por el médico), si no existieran los principios de condimentación.
Pero una gran cantidad de alimentos son de un sabor dulzón no muy intenso (los feculentos o amiláceos), o con un sabor desagradable (las grasas y proteínas). Estos últimos pueden convertirse, cuando se les condimenta, en gustosos y sabrosos sin perder gran parte de sus propiedades nutricionales. Esa característica convierte a los métodos de condimentación en algo distinto a las técnicas o métodos de cocción, que aportan también gusto a los alimentos.
A la gente le cuesta reconocer esa afirmación, porque ven a los principios de condimentación como elementos «añadidos» en la preparación de una comida o de una bebida. Si se viera a los principios de condimentación como lo que realmente son, considerándolos como un ingrediente particular que cumple funciones distintas a las específicamente organolépticas –o sea, como un ingrediente con derecho propio y con una estructura relativamente estable en el tiempo–, las cosas cambiarían y se entendería su gran importancia en la cocina.
Los principios de condimentación son importantes para caracterizar una cocina y definir su perfil, hasta el punto que pueden constituirse en los verdaderos responsables de que la comida resulte un acto verdaderamente placentero y tenga una personalidad cultural.
La adición de un condimento puede representar la diferencia en la obtención de placer alimentario. No obstante, a pesar de la importancia que tienen los condimentos para marcar cualitativamente la suerte de una preparación culinaria, no hay mucho reconocimiento de sus funciones como mediador y marcador de actos culturales cumplidos en la cocina.
El condimento, ligado a una tradición cultural culinaria, reivindica el sabor de un alimento: frente a su propia insipidez, otorgándole una «memoria» histórica; frente al anonimato que muchas veces arropa a un ingrediente objeto de comercio internacional, del cual se desconoce con certitud su procedencia y su forma de producción convirtiéndolo en un alimento «anónimo», desconectado de un paisaje y sin memoria Histórica.
Los principios de condimentación –que en general cambian lentamente– funcionan como «resistencias» para preservar los saberes tradicionales ligados a la cocina regional, construyendo referencias alimentarias para defender un rasgo identitario que es muy importante preservar y que está en constante riesgo de perderse.
Así, con el desarrollo de la industria alimentaria –que conoce un crecimiento sin precedentes en la sustitución de productos naturales por productos sintéticos para abaratar sus costos–, han aumentado las investigaciones de empresas productoras de esencias, olores y sabores para uso de la industria alimentaria. Se trata sin embargo de una realidad que ocultan las empresas alimentarias que quieren vendernos masivamente alimentos «enriquecidos artificialmente» y que intentan «imitar» a los productos naturales.
El uso de un condimento puede constituir una importante diferencia entre una cocina nacional y una cocina regional, al tiempo que puede jugar un papel central en la conformación de los rasgos regionales asociados a la alimentación y que están estrechamente vinculados a la identidad cultural de una comunidad.
Esos principios de condimentación actúan como marcadores o identificadores gustativos y olfativos que hacen reconocible y aceptable una preparación culinaria y –por extensión– a los ingredientes, aunque estos últimos comporten elementos extraños al “gusto”. Así, por ejemplo, el sofrito que caracteriza a la cocina latinoamericana, admite distintas variaciones de un país al otro, o de una localidad a la otra en el interior de un mismo país. El sofrito, llamado también refrito (Ecuador), ahogao (Colombia), hogo (Perú), sofrito o aliño criollo (Venezuela, Cuba), entre otras es un ejemplo a considerar.
En su mayoría se incluyen las llamadas «hierbas aromáticas» son hojas aromáticas de plantas, que se usan como aromatizantes para «perfumar» las preparaciones, así como plantas medicinales. Son muy conocidas y usadas en las distintas cocinas del mundo. Entre ellas figuran el perejil (Petroselinum sp.), el cilantro (Coriandrum sativum), la albahaca (Ocimum basilicum), el orégano (Origanum vulgare), el romero (Rosmarinus officinalis), la salvia (Salvia officinalis), la menta (Mentha sp.), el tomillo (Thymus vulgaris), entre otras.
Algunas de esas plantas, como el tomillo y el romero, tienen –además de sus atributos para condimentar– una alta actividad antioxidante, reduciendo la formación de sabores desagradables. Adicionalmente, las plantas con hojas aromáticas son por lo general plantas de fácil cultivo, que pueden ser sembradas en huertos caseros, a escala doméstica, o incluso en pequeños materos para tenerlas disponibles  cuando se cocina.
Después del uso culinario de las hierbas aromáticas, se comenzaron a utilizar las especias, que provienen de las partes duras de ciertas plantas aromáticas. Así tenemos, las especias que se producen a partir de los arilos de los frutos (macis), de las semillas o frutos secos (anís, comino, pimienta, mostaza, vainilla), de las cortezas vegetales (canela, casia), de las flores secas (azafrán, clavo de olor), de las raíces (wasabi, regaliz), de las resinas (asafétida) y de los rizomas (cúrcuma, jengibre).
Hay otras estructuras olfato-gustativas para condimentar que son más conocidas y famosas a nivel mundial, tales como la de las Finas Hierbas del Mediterráneo (mezcla de perejil, perifollo, cebollino y estragón; o de perejil, cebollino, albahaca y mejorana); o las Hierbas de Provenza (mezcla de tomillo, mejorana, orégano, romero, albahaca, hinojo, perifollo, estragón, laurel, ajedrea y espliego o lavanda.
Cinco siglos más tarde de esa búsqueda frenética de especias vivida por los ricos comerciantes de Europa occidental, que conoció su auge a partir del siglo XV, nacieron los aditivos alimentarios industriales. A finales del siglo XIX fue acuñado el término de “aditivo”, pero no fue sino a partir del siglo XX – bajo el estímulo del desarrollo de la industria alimentaria–, cuando se produjo la utilización masiva de los aditivos alimentarios para preservar la calidad, la inocuidad y el atractivo de los alimentos procesados.
Un aditivo alimentario es toda sustancia que, sin constituir por sí misma un alimento, ni poseer valores nutritivos, se agrega intencionalmente a los alimentos y bebidas en cantidades mínimas, con el objetivo de modificar sus características organolépticas o facilitar un proceso de elaboración o conservación.
Los aditivos se diferencian de los condimentos (hay aditivos naturales y aditivos sintéticos), en que las especias y las hierbas, e incluso los aditivos naturales, contienen sustancias que se extraen de materias primas vegetales. Mientras que los aditivos sintéticos son sustancias químicas “creadas” artificialmente.
Por ello, los principios de condimentación actúan como una estructura creada en el ámbito culinario para servir de elemento de relacionamiento entre los ingredientes con el corpus culinario, facilitando la aceptación de los alimentos. Esa estructura es empleada, en la mayoría de las culturas alimentarias del mundo. Esos principios se relacionan dialécticamente para conformar una cierta estructura olfato-gustativa, muy estable en el tiempo, que se transmite por la vía de la tradición, al tiempo que se constituye en un elemento marcador de su cultura y de su identidad.

Fuente:
Rafael Cartay y Luis Andrade (2017).  Revisión crítica de los principios de condimentación desde las Ciencias sociales. AGROALIMENTARIA. Vol. 23, Nº 44; julio-diciembre 2017.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario