jueves, 2 de mayo de 2019

La alimentación en la resolución de conflictos


Es opinión unánime, al menos dentro de las disciplinas que estudian la alimentación desde una perspectiva social y humana, que la alimentación es más que nutrición.
A través del acto de alimentarnos, nos nutrimos, pero además, mediante la alimentación también nos comunicamos, expresamos y relacio­namos. No comemos todo lo que es bioló­gicamente comestible y esto significa que factores económicos, políticos, sociales e ideológicos condicionan nuestras elecciones alimentarias, así como las posibilidades de acceso y disponibilidad de los alimentos.
De la misma manera, estudiando los com­portamientos alimentarios de la población, llegamos a entender mejor sus formas de vida. Mauss en 1950, ya describía la alimentación como un “hecho social total” y señalaba que los principios de selección que guían al ser humano en la elección de sus recursos alimenticios no son de orden fisio­lógico, sino cultural.
Según qué comemos y cómo lo comemos se nos puede identificar individual o colecti­vamente, según seamos hombres o mujeres (género), nacidos en un lugar u otro (etnia), pertenecientes a una clase social o a otra, etc.
Por eso, podemos afirmar que la alimentación es un potente sistema de comunicación que emite significados de la sociedad en la que se inscribe: lo que comemos depende de lo que somos (de las formas de vivir –pensar y hacer– de un pueblo o cultura), pero también podemos llegar a conocer cómo somos, co­nociendo lo que comemos, ya que cada com­portamiento o actitud alimentaria –personal o colectiva– tiene un significado concreto que solamente toma sentido dentro de la so­ciedad y la cultura en la que se inserta.
En general, la cultura actúa estable­ciendo normas determinadas según cada sociedad y conforma así formas de organi­zación y de vida, en definitiva, formas deter­minadas de pensar y hacer.
Por lo que refiere al comportamiento alimentario, la cultura es­tablece normas relativas a la composición y a la estructura de las ingestas, a las técnicas culinarias, a los horarios de las comidas, a los comensales, a los lugares de cada comida, a la selección de los alimentos y a la manera de mezclarlos y manipularlos, al tratamiento de conservación, a las formas de servir y de comer, a la distribución de las comidas, a la idoneidad o no de los alimentos (los que son más o menos saludables, buenos o malos según para qué aspectos).
Del mismo modo, la cultura marca los modales que so­cialmente se entienden como correctos para comer: si se tiene que comenzar con un tipo u otro de ingesta, los calendarios alimen­tarios según las ocasiones festivas, así como los modelos alimentarios según género, edad o clase social.
De hecho, el género es fun­damental para comprender y explicar tanto las diferentes concepciones y prácticas apre­hendidas en relación con la alimentación, el cuerpo y la salud, como la diferente y des­igual incidencia de determinadas proble­máticas alimentarias –como los trastornos alimentarios– en hombres y mujeres.
Algunos estudios se comprueba que el significado que va adquiriendo el comer y el no comer para los niños y niñas es distinto y desigual en tanto que también lo es su con­texto socializador, es decir, la manera como interaccionan en y con el medio familiar, es­colar, grupo de iguales, etc.
En este sentido, observamos que las mujeres se socializan más en un modelo en el que la comida es uti­lizada como herramienta de control corporal y de expresión de malestares, mientras que los hombres suelen expresarse y controlar su cuerpo a través del ejercicio físico porque también suelen socializar más en la práctica deportiva y en las actividades de control del medio.
Por otra parte, todas estas normas no son fruto del arbitrio, sino tributarias de los condicionamientos sociales, culturales, eco­nómicos, políticos e ideológicos de cada sociedad. En este sentido, toda la cadena alimentaria –desde la producción hasta el consumo de alimentos– se inserta en una serie de procesos ecológicos, tecnológicos, económicos, políticos e ideológicos com­plejos que determinan, en buena medida, la dinámica y la lógica de los comportamientos alimentarios.
Por lo tanto, cuando hablamos de cultura alimentaria nos referimos al con­junto de actividades condicionadas por los factores anteriormente mencionados, es­tablecidas por un grupo humano y cuya fi­nalidad es obtener los alimentos necesarios para subsistir.
Esto incluye, además, procesos como el aprovisionamiento, la producción, la distribución, el almacenaje, la conservación, la preparación y el consumo, así como un conjunto de reglas, normas, creencias y co­nocimientos que organizan y orientan las formas de alimentarse de una determinada sociedad y de las personas y sujetos que la conforman.
Por otra parte, la cultura establece una regularidad (normas) en la alimentación de cada sociedad y eso también confiere espe­cificidad, en la medida que no hay dos cul­turas iguales y, por tanto, tampoco hay dos culturas alimentarias (ni cocinas) iguales.
Sin embargo, las culturas alimentarias no son estáticas, cambian conforme las diversas in­teracciones sociales de los sujetos que las conforman. Por este motivo, y bajo el pa­raguas del construccionismo social y de la teoría social de la práctica, entendemos que cada sujeto aprehende y se socializa en y de su respectiva cultura alimentaria, asumiendo e interiorizando las normas y valores socioa­limentarios de su sociedad.
Por ello, no debemos entender este proceso de socia­lización como algo estático ya que, a pesar de que el género, la edad, la clase social o la etnia –entre otras muchas variables socio­culturales– determinan nuestras elecciones alimentarias, la socialización y el aprendizaje alimentario debe analizarse, también, desde los mecanismos de negociación y reinter­pretación que cada sujeto hace sobre estas normas sociales, (re)produciendo y/o trans­formando, asimismo, el propio sistema social.
Por lo tanto, si como acabamos de ver cada cultura alimentaria es fruto de un con­texto social, político, ideológico e histórico determinado, también podemos decir que la alimentación es un sistema de comunicación poderoso que transmite información sobre las características de cada persona, grupo o comunidad.
A través de lo que comemos transmitimos lo que somos. Cada plato, cada alimento, cada ingrediente, la manera como lo combinamos, las categorizaciones de los diferentes alimentos, los principios de ex­clusión y de asociación entre uno y otro ali­mento, las prescripciones y las prohibiciones tradicionales o religiosas, los rituales de la mesa y de la cocina (recetas), los diferentes usos de los alimentos, el orden en que se in­gieren, la composición, la hora y el número de ingestas diarias, etc., están enviando infor­mación sobre una sociedad y su población.
Asimismo, las diferentes maneras de alimen­tarse pueden constituir un medio para identi­ficarse, darse a conocer o reafirmarse frente al otro, afirmar el propio estatus, adquirir o no prestigio, promocionarse socialmente, mani­festar emociones, aceptación o rechazo, etc.
En definitiva, la alimentación constituye una de las características culturales que más fácilmente perviven en el contacto con otras culturas y se alza con fuerza como signo que marca y transmite identidad. Por lo tanto, dada su carga de significados, la alimentación también puede alzarse como una poderosa herramienta para el diálogo y, consecuentemente, para la resolución de conflictos.

Fuente:
Eva Zafra Aparici (2017).  Educación alimentaria: salud y cohesión social. Salud Colectiva. 13(2) 295-306. Universidad Nacional de Lanús. doi: 10.18294/sc.2017.1191



3 comentarios:

  1. Wendy manrique ( 2019) alimentació es un sistema de comunicación que emite significados de la sociedad en la que se inscribe: somos lo que comemos

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  2. A barriga llena corazon contento jajajajaj. Aryann Bolivar.

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  3. Muy buena información, gracias esto me va ayudar mucho a hacer mi cómic de comida y como influye en cada lugar.

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