Es opinión unánime, al menos
dentro de las disciplinas que estudian la alimentación desde una perspectiva
social y humana, que la alimentación es más que nutrición.
A través del acto de alimentarnos,
nos nutrimos, pero además, mediante la alimentación también nos comunicamos,
expresamos y relacionamos. No comemos todo lo que es biológicamente
comestible y esto significa que factores económicos, políticos, sociales e
ideológicos condicionan nuestras elecciones alimentarias, así como las
posibilidades de acceso y disponibilidad de los alimentos.
De la misma manera, estudiando los
comportamientos alimentarios de la población, llegamos a entender mejor sus
formas de vida. Mauss en 1950,
ya describía la alimentación como un “hecho social total” y señalaba
que los principios de selección que guían al ser humano en la elección de sus
recursos alimenticios no son de orden fisiológico, sino cultural.
Según qué comemos y cómo
lo comemos se nos puede identificar individual o colectivamente, según
seamos hombres o mujeres (género), nacidos en un lugar u otro (etnia),
pertenecientes a una clase social o a otra, etc.
Por eso, podemos afirmar que la
alimentación es un potente sistema de comunicación que emite significados de la
sociedad en la que se inscribe: lo que comemos depende de lo que somos (de las
formas de vivir –pensar y hacer– de un pueblo o cultura), pero también podemos
llegar a conocer cómo somos, conociendo lo que comemos, ya que cada comportamiento
o actitud alimentaria –personal o colectiva– tiene un significado concreto que
solamente toma sentido dentro de la sociedad y la cultura en la que se
inserta.
En general, la cultura actúa
estableciendo normas determinadas según cada sociedad y conforma así formas de
organización y de vida, en definitiva, formas determinadas de pensar y hacer.
Por lo que refiere al
comportamiento alimentario, la cultura establece normas relativas a la
composición y a la estructura de las ingestas, a las técnicas culinarias, a los
horarios de las comidas, a los comensales, a los lugares de cada comida, a la
selección de los alimentos y a la manera de mezclarlos y manipularlos, al
tratamiento de conservación, a las formas de servir y de comer, a la
distribución de las comidas, a la idoneidad o no de los alimentos (los que son
más o menos saludables, buenos o malos según para qué aspectos).
Del mismo modo, la cultura marca
los modales que socialmente se entienden como correctos para comer: si se
tiene que comenzar con un tipo u otro de ingesta, los calendarios alimentarios
según las ocasiones festivas, así como los modelos alimentarios según género,
edad o clase social.
De hecho, el género es fundamental
para comprender y explicar tanto las diferentes concepciones y prácticas aprehendidas
en relación con la alimentación, el cuerpo y la salud, como la diferente y desigual
incidencia de determinadas problemáticas alimentarias –como los trastornos
alimentarios– en hombres y mujeres.
Algunos estudios se comprueba que el
significado que va adquiriendo el comer y el no comer para los niños y niñas es
distinto y desigual en tanto que también lo es su contexto socializador, es
decir, la manera como interaccionan en y con el medio familiar,
escolar, grupo de iguales, etc.
En este sentido, observamos que
las mujeres se socializan más en un modelo en el que la comida es utilizada
como herramienta de control corporal y de expresión de malestares, mientras que
los hombres suelen expresarse y controlar su cuerpo a través del ejercicio
físico porque también suelen socializar más en la práctica deportiva y en las
actividades de control del medio.
Por otra parte, todas estas normas
no son fruto del arbitrio, sino tributarias de los condicionamientos sociales,
culturales, económicos, políticos e ideológicos de cada sociedad. En este
sentido, toda la cadena alimentaria –desde la producción hasta el consumo de
alimentos– se inserta en una serie de procesos ecológicos, tecnológicos,
económicos, políticos e ideológicos complejos que determinan, en buena medida,
la dinámica y la lógica de los comportamientos alimentarios.
Por lo tanto, cuando hablamos de cultura
alimentaria nos referimos al conjunto de actividades condicionadas por los
factores anteriormente mencionados, establecidas por un grupo humano y cuya finalidad
es obtener los alimentos necesarios para subsistir.
Esto incluye, además, procesos
como el aprovisionamiento, la producción, la distribución, el almacenaje, la
conservación, la preparación y el consumo, así como un conjunto de reglas,
normas, creencias y conocimientos que organizan y orientan las formas de
alimentarse de una determinada sociedad y de las personas y sujetos que la
conforman.
Por otra parte, la cultura
establece una regularidad (normas) en la alimentación de cada sociedad y eso
también confiere especificidad, en la medida que no hay dos culturas iguales
y, por tanto, tampoco hay dos culturas alimentarias (ni cocinas) iguales.
Sin embargo, las culturas
alimentarias no son estáticas, cambian conforme las diversas interacciones
sociales de los sujetos que las conforman. Por este motivo, y bajo el paraguas
del construccionismo social y de la teoría social de la práctica, entendemos
que cada sujeto aprehende y se socializa en y de su respectiva
cultura alimentaria, asumiendo e interiorizando las normas y valores socioalimentarios
de su sociedad.
Por ello, no debemos entender
este proceso de socialización como algo estático ya que, a pesar de que el
género, la edad, la clase social o la etnia –entre otras muchas variables socioculturales–
determinan nuestras elecciones alimentarias, la socialización y el aprendizaje
alimentario debe analizarse, también, desde los mecanismos de negociación y
reinterpretación que cada sujeto hace sobre estas normas sociales,
(re)produciendo y/o transformando, asimismo, el propio sistema social.
Por lo tanto, si como acabamos de
ver cada cultura alimentaria es fruto de un contexto social, político,
ideológico e histórico determinado, también podemos decir que la alimentación
es un sistema de comunicación poderoso que transmite información sobre las
características de cada persona, grupo o comunidad.
A través de lo que comemos
transmitimos lo que somos. Cada plato, cada alimento, cada ingrediente, la
manera como lo combinamos, las categorizaciones de los diferentes alimentos,
los principios de exclusión y de asociación entre uno y otro alimento, las
prescripciones y las prohibiciones tradicionales o religiosas, los rituales de
la mesa y de la cocina (recetas), los diferentes usos de los alimentos, el
orden en que se ingieren, la composición, la hora y el número de ingestas
diarias, etc., están enviando información sobre una sociedad y su población.
Asimismo, las diferentes maneras
de alimentarse pueden constituir un medio para identificarse, darse a conocer
o reafirmarse frente al otro, afirmar el propio estatus, adquirir o no
prestigio, promocionarse socialmente, manifestar emociones, aceptación o
rechazo, etc.
En definitiva, la alimentación constituye una de las
características culturales que más fácilmente perviven en el contacto con otras
culturas y se alza con fuerza como signo que marca y transmite identidad. Por
lo tanto, dada su carga de significados, la alimentación también puede alzarse
como una poderosa herramienta para el diálogo y, consecuentemente, para la
resolución de conflictos.
Fuente:
Eva Zafra Aparici (2017). Educación
alimentaria: salud y cohesión social. Salud Colectiva. 13(2) 295-306. Universidad Nacional de Lanús. doi:
10.18294/sc.2017.1191
Wendy manrique ( 2019) alimentació es un sistema de comunicación que emite significados de la sociedad en la que se inscribe: somos lo que comemos
ResponderBorrarA barriga llena corazon contento jajajajaj. Aryann Bolivar.
ResponderBorrarMuy buena información, gracias esto me va ayudar mucho a hacer mi cómic de comida y como influye en cada lugar.
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