Durante el momento de la comida, se establece una
relación especial entre el niño y sus padres la cual será agradable o
displacentera de acuerdo al ambiente que se fomente. Cuando el padre o maestra
no logra alimentar al niño adecuadamente, pueden producirse sentimientos de
fracaso, angustia, ansiedad, lo que generará tensiones en el niño y en la
relación, esto a su vez influirá negativamente en el manejo de la conducta
alimentaria. También existen factores emocionales que influyen en la aceptación
de una determinada comida por parte del niño y que se reflejarán en la forma
como el adulto reaccione ante la respuesta que da el niño en el momento de la
alimentación.
Las experiencias negativas con algún alimento
seguramente generarán rechazo por parte del niño y muy probablemente se
reflejarán en el intercambio entre éste y el cuidador, produciéndose un círculo
vicioso difícil de romper. Para muchos niños y sus familias, el momento de la
comida es de conflicto o carente de significado. Esta situación interfiere con
el aprendizaje de hábitos y actitudes positivas y con el disfrute de los
alimentos.
Es frecuente que los padres reporten falta de horarios
fijos para las comidas, y que recurran a obligar a los niños a comer e incluso
a darles la comida cuando éstos ya poseen una edad para alimentarse de manera
independiente. En algunos casos, los niños no son supervisados por un adulto
durante las comidas y en otras ocasiones se muestran inquietos e intranquilos y
prefieren jugar antes que sentarse a comer. En muchos casos la presencia de
distractores como la televisión o la
radio, conllevan a una conducta alimentaria inadecuada. Así tenemos que algunos
niños sólo comerán en presencia de la persona que les da la comida, o frente al
televisor. La sola presencia de alguno de estos factores o de varios de ellos
se verán reflejados en los hábitos de alimentación y en la conducta alimentaria
y de no ser intervenidos, se mantendrán y se harán más complejos en el tiempo.
Otro factor importante en la instauración de la conducta alimentaria, viene dado por la
identificación entre los niños y los adultos, a quienes tratan de imitar. Esto
destaca la importancia del padre, maestro o cuidador como modelo para la
adquisición de nuevos conocimientos, actitudes y comportamientos.
Los padres o cuidadores y en muchos casos los
maestros, son las personas más importantes o significativas que posee el niño,
es por ello, que rápidamente se convierten en "modelos" para ellos, es decir, en figuras a imitar. Este
aspecto se debe tener presente, porque los niños, no solamente aprenderán o
imitarán aquello que deseemos transmitir, sino que también otro tipo de
conductas.
Los problemas en la conducta alimentaria pueden ser
secundarios a un manejo inadecuado. Un ejemplo frecuente es durante los tres
primeros años del niño, en donde éste debe ir adquiriendo independencia al
comer y no se le brinda la oportunidad de explorar y de aprender a valerse por
sí mismo.
Evaluación
de la conducta alimentaria
Las dificultades en la conducta alimentaria en los
niños pueden ser detectadas a través de entrevistas a los padres o cuidadores y
por observaciones al niño en el momento de la comida. Ambas estrategias
(entrevista y observación) se complementan y ofrecen información suficiente
para conocer cuáles aspectos están alterados para poder orientar la
intervención.
La relación que el especialista establezca con el
cuidador será de gran importancia a fin de obtener una información lo más
cercana a la realidad. De ser necesario, se deberán sostener varias entrevistas
que ofrezcan información suficiente para tener una idea clara, no sólo de la
problemática presente en el niño, sino también de las respuestas del padre y/o
cuidador ante la conducta del niño, las costumbres, creencias y el manejo que
hace de manera usual y ante las situaciones de conflicto.
La entrevista a los padres debe recabar información
sobre: horarios, lugar, actitud y disposición del niño ante el alimento, si se
interesa o evade el momento de la comida, si se levanta o permanece sentado, si
juega con el alimento, llora, vomita, etc.
Problemas en la conducta
alimentaria encontradas con mayor frecuencia por grupos de edad. [Fuente:
Esquivel
D, Pérez R. Registro de hábitos y conductas alimentarias (trabajo inédito)
Caracas: CANIA, 2000]
Menores de 2 años
* Mala práctica de la lactancia materna que dificulta la
introducción de alimentos complementarios.
* Uso prolongado del biberón.
* Dificultad para aceptar alimentos nuevos
* El niño deja de comer sin motivo aparente.
* Se duerme durante las comidas
* Escupe los alimentos.
* Da la espalda al plato de comida
* No presta atención a su comida.
* Juega con la comida sin mostrar interés por llevársela a la
boca.
* Llora o hace berrinches durante la comida.
* No acepta la cucharilla.
* Se niega a abrir la boca.
* Presenta arqueos o vómitos.
* Frecuentemente abandona la mesa.
2 a 6 años
* El apetito suele variar.
* Presenta preferencias y rechazos marcados.
* No posee horario para las comidas.
* No come en el lugar destinado para ello.
* Se muestra apático, triste o indiferente hacia la
alimentación
* Come a ritmo muy lento.
* No usa los cubiertos, se muestra dependiente
* Presenta atención dispersa
* Es inquieto, se levanta constantemente de la mesa o molesta a
sus compañeros.
* Busca excusas para no comer.
* Presenta vómitos antes, durante o después de las comidas.
7 a 9 años
* Se afianzan las preferencias alimentarias. Apetito selectivo.
* Evidencia conductas disruptivas a la hora de comer: lanza la
comida, juega o pelea con otros niños.
* Se incrementa el consumo de chucherías.
* Demanda la presencia de distractores para comer.
* Busca excusas para levantarse de la mesa.
* Rechaza comer a la hora establecida.
También es importante explorar la dinámica familiar en
el momento de la comida, es decir, si los padres comen con el niño, si ese
momento es agradable o si por el contrario es desagradable (ya que acostumbran
discutir o resolver problemas familiares), si comen entre comidas, así como la
conciencia que tienen los padres o cuidadores de la condición nutricional del
niño, de las características de la conducta alimentaria y de su papel en la
problemática presente. Por otra parte, es conveniente observar la interacción
del padre o cuidador con el niño, de manera de precisar y corroborar la
información obtenida.
La observación del niño, debe realizarse en diferentes
comidas (Ej.: desayuno y almuerzo), y de ser en menores de 2 años, se hace
imprescindible incorporar a la madre o cuidador. Al evaluar a un niño con
posibles problemas en la conducta alimentaria, es importante explorar si el
niño no come las cantidades adecuadas con relación a las recomendaciones por
edad y sexo, si es un rechazo selectivo, si está asociado a retraso en el
crecimiento o a signos de desnutrición, si tiene caries o dificultades para
masticar o tragar.
Algunos aspectos a observar son: si está callado,
atento, alerta, tranquilo, vomita, babea, si se le cae la comida fuera de la
boca, el nivel de actividad, colaboración, interés, disposición y actitud
frente a los alimentos, la interacción con el cuidador, la interacción con
otros, la búsqueda de la independencia, las expresiones verbales o gestuales,
etc. También se deben evaluar las posibles causas que originaron el problema,
como los relacionados con el manejo, motivación, estímulos, conocimiento y
experiencias que tanto el niño como la madre han tenido.
Intervención
Partiendo de los problemas encontrados, el objetivo
fundamental de la intervención de la conducta alimentaria consiste en promover
en el niño la adquisición de una conducta acorde con la edad y nivel de
desarrollo y orientar a los padres a manejar adecuadamente dichas conductas.
La intervención de los problemas en la conducta
alimentaria en los niños, puede combinar técnicas conductuales, apoyo emocional
y orientación a los padres. Además, para un manejo adecuado se hace necesario
que los adultos estén informados y capacitados para mantenerse firmes y
establecer normas de comportamiento de manera coherente y efectiva.
El entrenamiento a los padres debe incluir asesorías y
orientaciones que enfaticen en la actitud que deben reflejar los adultos
durante las comidas. Por otra parte, se debe tranquilizar y educar a la madre y
al entorno familiar, recordando que la hora de las comidas es el momento de
enseñar al niño las conductas que se desea que aprenda. Debe atenderse al tono
de voz, las miradas, las palabras utilizadas y el lenguaje corporal en general,
ya que el niño capta los gestos o expresiones del adulto. Deben evitar
mostrarse apurados por el tiempo, tener paciencia, asumir una conducta
positiva, asociando el momento de la alimentación con algo agradable.
En el momento de la comida, los padres o maestros,
deben ser personas lo suficientemente estimulantes para propiciar un ambiente
agradable, en el que se favorezca la adquisición de aprendizajes y la formación
de hábitos y conductas alimentarias adecuadas. Deben ser consistentes evitando
manejos contradictorios. La alimentación se debe ofrecer en un ambiente
relajado, sin otros estímulos, permitiendo que el niño coma la cantidad
deseada. Por esto, los adultos deben llegar a acuerdos y trabajar como un
equipo para tener logros importantes que se mantengan en el tiempo. Si estas
recomendaciones no dan los resultados esperados, se deberá solicitar la
intervención de un psicólogo o especialista en el área.
La intervención del psicólogo, psicopedagogo u
orientador entrenado, debe ofrecer pautas de manejo individualizadas, que
permitan reeducar tanto a la familia como al niño con relación a la conducta
frente a la alimentación. El especialista los deberá orientar en cómo percibir
las señales de su hijo como hambre, saciedad, sueño, incomodidad, etc, y explicarles
cuáles son las conductas esperadas para cada edad, cómo estimular su aparición
en caso de observar algún retraso, así como el manejo del niño cuando presente
conductas inadecuadas ante la comida que afecten su estado nutricional.
El modelaje es otra estrategia importante a
considerar, en especial con padres de niños menores de dos años. Esta actividad
requiere que el especialista o cuidador entrenado, comparta con la madre o
cuidador el momento de la comida del niño y lo alimente según su condición
nutricional y su nivel de desarrollo, permitiendo que la madre o cuidador,
imite y practique las veces que sea necesario. En ese momento el especialista o
cuidador entrenado, hará los señalamientos que considere necesarios. Esta
actividad, facilita el reconocimiento y reforzarmiento de los cambios positivos
en la madre o cuidador y el fortalecimiento de la relación afectiva con el
niño. Establecer una relación afectiva determinará la significación de ellos
como modelos en la conducta alimentaria de sus hijos.
Una relación alimentaria sana apoya el desarrollo del
niño y contribuye a la formación de actitudes positivas con respecto a su
persona y al mundo que lo rodea; lo ayuda a que aprenda a discriminar las
señales alimentarias y a responder de manera apropiada a ellos.
Fuente:
Dilcia Esquivel (2003). Desarrollo de la conducta Alimentaria en los
niños. Problemas e intervención. CANIA.
Año 4. N° 9, mayo 2003, p.5-14.
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