La noción que tengamos de la salud y los valores
asociados a esta noción están fuertemente determinados por la construcción que
ha hecho la sociedad que nos acoge. Como que hoy la salud es un derecho fundamental de las personas, que todas las
sociedades tienen que saber preservar, los gobiernos están obligados a dedicar
los recursos necesarios a la prevención de la salud y a la promoción de hábitos
y estilos de vida saludables, pero las personas tienen que asumir una
concepción más global y completa relacionada con una toma de posición más
comprometida en temas de salud. En otras palabras, la salud deviene un asunto
colectivo, a pesar de que el cuerpo sea una responsabilidad individual.
Las personas construimos nuestra noción de salud a
partir de tres dimensiones inseparables: certezas,
creencias y gustos. De hecho, acabamos prefiriendo u optando por una
determinada conducta en salud según el peso que en cada momento damos a una u
otra dimensión.
Las certezas
en salud se derivan del contraste empírico y validado por el método científico
–los resultados– del cual aspiran a tener validez universal aplicable a todos
los humanos. Las creencias se apoyan
en el saber popular, en el conocimiento vulgar, validadas por la tradición y
la experiencia personal intransferible y a menudo inexplicable (“a mí me
funciona este remedio”); las creencias tienen una adscripción cultural y un
arraigo fuerte en personas que participan activamente del imaginario
compartido por la comunidad.
En tercer lugar, los gustos, en tanto que preferencias personales, son elecciones
basadas en una retahíla variada y difusa de elementos que, a pesar de la
presión del medio social, son responsabilidad única y exclusiva del individuo;
a menudo, el gusto sólo se vincula a la estética, pero es preciso tener
presentes muchas convicciones en salud construidas sobre los binomios
placer-riesgo o deber-interés, que muchas veces confundimos con una tensión más
general entre emoción y razón, pero que no dejan de ser elecciones por
inclinación o propensión; por gustos, en definitiva (“fumo porque me gusta”).
Los tres ámbitos mencionados corresponden, por lo
tanto, a tres niveles concéntricos de construcción del conocimiento que podemos
graduar en una escala que va de lo más universal a lo más personal, pasando por
un estadio intermedio de carácter comunitario o cultural. La idea aquí
defendida, es que en una sociedad uniformizada en un mismo código cultural es
probable que se produzcan grandes coincidencias entre las certezas y las
creencias, y que ahí puede haber un pequeño margen para los gustos
individuales.
Ahora bien, en una sociedad multiformada con
diversos códigos culturales, la distancia entre certezas y creencias se
engrandece, y seguramente el margen para los gustos individuales se amplía de
manera exponencial. Los procesos de asimilación cultural se encargan de
eliminar las creencias culturales de los grupos menos potentes en favor de las
creencias del grupo dominante, que incluso pueden alcanzar la categoría de
certezas. De aquí la importancia del método científico como herramienta (y tal
vez sólo como herramienta) para mantener la separación, tan útil, entre
certezas y creencias. En este debate, el lugar que ocupa la escuela como espacio
para la difusión racional y científica del conocimiento es fundamental.
Tres argumentos para educar en salud
La incorporación de la salud a la educación se
produce bajo tres grandes tipos de argumentos: socioculturales, pedagógicos y
corporativos.
En primer lugar, no hará falta recordar que vivimos
en una sociedad que nos invita constantemente a elegir; la existencia de una
gran diversidad de modelos de corrección o de vida correcta nos obliga a tomar
posición de manera permanente en todas las facetas de la vida cotidiana. Las
sociedades abiertas y democráticas admiten la coexistencia de múltiples y
variadas ofertas de estilos de vida, que generan incertidumbre e inseguridad
porque transmiten la sensación de que todas las opciones son válidas. Esta apertura
y variedad nos obliga, pedagógicamente, a ofertar modelos de referencia, a
presentar de manera abierta y sin tapujos estas opciones, y a admitir sobre
todo la existencia de límites. En definitiva, la educación hoy, también en
salud, tiene que proporcionar más criterios y menos informaciones.
En segundo lugar, desde un punto vista pedagógico,
la salud se puede visualizar como contenido educativo estricto, como tema de
debate ético y como escenario idóneo para el entrenamiento en la toma de
decisiones. Como contenido educativo, la educación
para la salud debe formar parte de los programas y currículos educativos,
en el sentido de formar integralmente a las personas en todos los niveles con
la finalidad de encontrar el encaje de las limitaciones y las posibilidades del
propio cuerpo en el contexto directo donde viven.
En este sentido, los temas de salud son propicios
para desarrollar capacidades de autoconocimiento y de autorregulación; es
preciso tener presente que la iniciación a aficiones y gustos nuevos en los
niños y adolescentes es inherente a su situación vital, y que seguramente la
gestión emocional de esta iniciación puede desembocar en unos hábitos de salud
u otros. Para ello, lo fundamental es que el joven tenga desarrolladas unas
adecuadas capacidades y estrategias de autoconocimiento (saber lo que quiere) y
de autorregulación (saber para qué y cuándo lo quiere).
La salud como tema de debate ético significa que niños
y adultos tienen que saber reconocer sus prejuicios sobre la salud y admitir la
variedad de creencias asociadas a la salud, pero sobre todo que la sociedad actual
plantea retos constantes sobre los cuales es preciso tener una posición, con
toda la flexibilidad que se quiera, pero siempre a partir de unos referentes determinados.
En este ámbito interviene la capacidad de
comprensión crítica de la realidad que permita discernir la incidencia de
factores ambientales y socio sanitarios en la salud de la población.
Finalmente, y como síntesis de los puntos anteriores, es preciso entender que
la educación para la salud tiene que entrenar en la toma de decisiones.
En tercer lugar, bajo el punto de vista corporativo
o institucional, tenemos que entender que la escuela es el espacio social donde
hay que producir un acercamiento entre el conocimiento vulgar y el conocimiento
científico o culto. La escuela es un escenario para desmontar los prejuicios
asociados a creencias populares, falsamente tendidos por intereses variados y
poco ajustados a criterios racionales.
El conocimiento de los avances científicos y
técnicos y el descubrimiento de la poca o nula base racional de muchas
decisiones que tomamos en temas de salud, son aspectos que es preciso saber
integrar en los programas educativos por su gran potencialidad pedagógica.
Precisamente, la escuela debe garantizar, por su condición de espacio de
reconocimiento del saber público, que las personas se forman bajo parámetros
de autonomía y emancipación pero en contextos sociales que requieren
compromisos concretos y responsabilidades claramente delimitadas. En otras
palabras, la escuela es un espacio idóneo para romper inercias sociales
anquilosadas y empezar a inocular una noción integral de salud.
Esta noción integral de la salud se vincula a una
noción también integral de la persona, que podemos concretar en el desarrollo
de dimensiones emocionales, racionales y conductuales. En la dimensión
emocional, se ponen en marcha destrezas relacionadas con el grado de
sensibilidad hacia determinadas opciones, fuertemente vinculadas a experiencias
vitales que refuerzan un conjunto de creencias. En la dimensión racional, la
persona despliega habilidades inteligentes, de comprensión crítica de la
realidad, de análisis y valoración de opciones de vida; esta dimensión está
relacionada con el grado de crecimiento y maduración de la persona pero especialmente
con su desarrollo cognitivo. En la dimensión conductual se activan habilidades
de relación con los otros y de vida en sociedad que explican un determinado
comportamiento en salud.
El papel del educador
Con todo, no se puede dejar pasar la ocasión sin
citar que el educador, y muy especialmente el educador que asume la necesidad
de educar para la salud, se encuentra en una situación paradójica muy peculiar
por el mero hecho de que ninguna sociedad da a la salud un valor prioritario.
En este punto, conviene mencionar la necesidad de
dar coherencia a la actuación de educadores y educadoras y también del entorno
educativo en general: por ejemplo; es casi imposible promover estilos de vida sana
en instituciones educativas que no prestan atención a los ritmos de horarios,
a las condiciones higiénicas y al confort y accesibilidad de las instalaciones
(cocinas, lavamanos, patios) para todos los públicos; es contraproducente,
incluso, fomentar hábitos pretendidamente saludables que entran en competición
directa con las creencias y rutinas familiares.
El educador, en este contexto, adquiere una significación
fundamental porque para muchos niños y niñas puede ser un referente casi único de estilo de vida: lo que haga
o deje de hacer el maestro o la maestra, que fume o no fume, que promueva una
alimentación más o menos sana, que defienda un ritmo de horarios saludable, en
definitiva, que impulse estilos de vida sanos puede ser determinante para muchos
niños y niñas, hasta el punto que su actuación puede ser concluyente.
En conclusión, la salud no es sólo un asunto
individual, sino que implica también la comunidad; es preciso orientar nuestra
tarea educativa precisamente a reforzar la doble responsabilidad, individual y
colectiva, inherente a la salud.
Fuente:
Enric
Prats Gil (1985). Los
valores en la educación de la salud y el papel del educador. Educar. Revista de educación. No. 1. p. 9-16.
es fundamental incentivar los valores de salud en la educación ya que es de beneficio tanto para el niño como para la escuela ya que la salud es individual pero también puede tratarse en comunidad,escuelas y así dar a conocer a cada uno la importancia de la misma.
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