miércoles, 24 de febrero de 2021

¿La actividad física previene la disminución de las habilidades cognitivas?

 

Alguien muere en algún lugar del mundo cada 10 segundos debido a que no realiza actividad física en forma regular y adecuada: 3.2 millones de personas al año según la Organización Mundial de la Salud (OMS).


A partir de la edad de los 50 años, hay una disminución gradual no solo en la actividad física sino también en las capacidades cognitivas, ya que ambas están correlacionadas. Sin embargo,  ¿la actividad física impacta en el cerebro o al revés?


Para responder a esta pregunta, los investigadores de la Universidad de Ginebra (UNIGE), Suiza, y el NCCR (Lives Swiss National Centre of Competence in Research) utilizaron una base de datos de más de 100.000 personas entre 50 y 90 años cuyas capacidades físicas y cognitivas se midieron cada dos años durante 12 años.


Los hallazgos, que se publicaron en la revista Health Psychology, demostraron que, al contrario de lo que se pensaba anteriormente, las capacidades cognitivas evitan la inactividad de una manera más efectiva. Todo lo cual significa que debemos priorizar el ejercicio de nuestros cerebros.


Estudios anteriores basados ​​en la correlación entre la actividad física y la habilidad cognitiva postulaban que el primero prevenía el declive del segundo.


“¿Pero qué pasa si esas investigación solo contaban la mitad de la historia? Eso es lo que sugieren estudios recientes. Ya que, demuestran que nuestro cerebro está involucrado cuando se trata de realizar actividad física “, declara el investigador con sede en Ginebra.

Los investigadores de la UNIGE probaron formalmente las dos opciones posibles utilizando datos de la encuesta “SHARE”, que quiere decir “Encuesta de salud, envejecimiento y jubilación en Europa”. Esta es una base de datos que abarca más de 25 países.


“Aquí se estudiaron las capacidades cognitivas y el nivel de actividad física de 105.206 adultos de 50 a 90 años. Asimismo, se hicieron pruebas cada dos años durante un período de 12 años”, explica Matthieu Boisgontier. Él es investigador del Centro Nacional de Competencia en Investigación de Lives (NCCR Lives).


Las habilidades cognitivas se midieron usando una prueba de fluidez verbal (nombrando tantos animales como sea posible en 60 segundos) y una prueba de memoria (memorizando 10 palabras y recitándolas después). La actividad física se midió en una escala de 1 (“Nunca”) a 4 (“Más de una vez por semana”).

Los investigadores de Ginebra emplearon estos datos en tres modelos estadísticos separados:


·                     En el primero, observaron si la actividad física predijo el cambio en las habilidades cognitivas con el tiempo.

·                     En el segundo, si las habilidades cognitivas predijeron el cambio en la actividad física.

·                     Por último, en el tercero, probaron las dos posibilidades bidireccionalmente.

“Gracias a un índice estadístico, encontramos que el segundo modelo se ajustaba con mayor precisión a los datos de los participantes”.


El estudio demostró, por lo tanto, que las capacidades cognitivas influyen principalmente en la actividad física y no al revés, como los estudios anteriores hasta la fecha habían postulado.

Obviamente, es un ciclo virtuoso. Ya que, la actividad física también influye en nuestras capacidades cognitivas. Pero, a la luz de estos nuevos hallazgos, lo hace en menor medida.

Fuente:

https://www.ngenespanol.com/descubrimientos/la-actividad-fisica-previene-la-disminucion-de-las-habilidades-cognitivas-o-viceversa/

miércoles, 17 de febrero de 2021

¿Nuestra alimentación afecta al cambio climático?

 

Las dietas más sanas podrían contribuir a reducir hasta en un 17% las emisiones de gases de efecto invernadero."Somos lo que comemos", reza un conocido dicho popular según el cual la dieta que seguimos tiene consecuencias directas en nuestra salud. Pero seguir una dieta sana es, además, una forma eficaz de cuidar el ambiente, al reducir la huella hídrica y de carbono causada no solo por la producción de alimentos, sino también por la reducción de los gastos sanitarios derivados de su consumo inadecuado.

Investigadores de la Universidad de California en Santa Bárbara (USA) analizaron los potenciales efectos que una dieta sana tiene no solo para la salud de los estadounidenses, sino también para la del planeta. Según datos del estudio, en Estados Unidos el sector alimentario es responsable de aproximadamente un 30% del total de emisiones de gases de efecto invernadero del país. La causa es la alta proporción de alimentos de origen animal presentes en la dieta media de los estadounidenses, quienes suelen consumir gran cantidad de carne roja y productos procesados en detrimento de frutas y verduras.


Una alimentación poco saludable que se calcula es responsable del repunte de enfermedades cardiovasculares y del alto índice de los casos de obesidad y diabetes, enfermedades que causan al país un gasto anual 3 billones de dólares, o lo que es lo mismo, el 30% de todo el gasto sanitario del país.


Menos carne roja y más frutas y verduras

Los científicos modificaron la dieta media de un grupo de estadounidenses (de unas 2.000 kilocalorías al día), reduciendo la cantidad de carne roja y procesada y duplicando el consumo de frutas y verduras. A través de modelos matemáticos, cuantificaron los beneficios que tenían para la salud y el medio ambiente.


La conclusión: una alimentación sana reducía entre un 20 y un 40% de infartos de miocardio, cáncer colorrectal y diabetes de tipo 2, lo cual se traducía en una reducción de los costes sanitarios de 77.000 a 93.000 millones al año y en una disminución de entre 222 y 826 kilogramos de gases contaminantes por persona y año.


"Cambiando únicamente la mitad de la dieta comprobamos los efectos para la salud y para los costes sanitarios", afirma Cleveland. En términos de políticas medioambientales, según el investigador, las dietas más sanas podrían contribuir a reducir hasta en un 17% las emisiones de gases de efecto invernadero en Estados Unidos.


El investigador concluye que la importancia del estudio estriba en la demostración de la importancia de la alimentación en los programas de mitigación del cambio climático y la necesidad de tener en cuenta los factores medioambientales en la regulación del sector alimentario.

Fuente:

https://www.nationalgeographic.com.es/ciencia/actualidad/asi-afecta-alimentacion-cambio-climatico_11271

miércoles, 10 de febrero de 2021

¿Por qué las mujeres viven más que los hombres?

 

Desde hace casi dos siglos se ha descrito una tendencia enormemente curiosa en la especie humana: las mujeres viven más que los hombres. Estos se refleja en los datos estadísticos y anuarios de mortalidad. La mayor esperanza de vida del sexo femenino respecto al masculino se traduce en la llamada brecha de género en cuanto a esperanza de vida (BGEV).


Esta observación no se da únicamente en países desarrollados con bajos índices de mortalidad, sino que la BGEV también se presenta en países en vías de desarrollo, donde la tasa de mortalidad es más elevada. Tampoco estamos hablando de un hecho aislado o propio del siglo XXI, ya que en la base de datos The Human Mortality Database, que recoge datos fiables sobre la mortalidad de 41 países  remontándose al siglo XIX, la esperanza de vida al nacer es mayor para las mujeres en todos los años registrados para todos los países. Asimismo, el modelo desarrollado por Kontis et al. indica que hay una alta probabilidad de que la esperanza de vida siga creciendo en los países industrializados, fundamentalmente en las mujeres.


Esta consistencia a lo largo del espacio y del tiempo sugiere que la brecha de esperanza de vida no puede atribuirse únicamente al diferente papel que asumen hombres y mujeres en la sociedad, es decir, no es solo una cuestión de género, sino también de sexo; no es meramente sociocultural, sino que la brecha es intrínseca a la biología humana. Si bien es imposible negar que el estilo de vida de los hombres varía respecto al de las mujeres, el que la diferencia de esperanza de vida se observe en épocas diferentes, donde el papel de la mujer ha evolucionado acercándose cada vez más al del hombre, así como en países con grandes disparidades en cuanto a costumbres y nivel socioeconómico, parece indicar que puede haber un mecanismo biológico subyacente. En la longevidad influyen numerosos factores de naturaleza cultural, socioeconómica y ambiental, pero también otros de carácter biológico.


Por otro lado, es bastante notable que la diferencia en mortalidad entre los dos sexos no se debe a una protección frente a algunas enfermedades concretas, que pudiesen afectar más a hombres que a mujeres, aumentando las tasas de mortalidad de los primeros. Así, durante el año 2010 en Estados Unidos, las mujeres murieron en menor medida por 12 de las 15 enfermedades más frecuentes, con la excepción de la enfermedad de Alzheimer, la única donde los índices de mortalidad resultaron mayores en el sexo femenino. En Parkinson y accidente cerebro vascular, las otras dos excepciones, las tasas fueron parecidas para los dos sexos. Asimismo, en España en 2016 la tasa de mortalidad fue mayor en el sexo masculino en 13 de las 15 principales causas de muerte, siendo esta muy similar en los dos sexos para enfermedad hipertensiva y solamente superior en las mujeres en el caso del Alzhéimer.


Sin embargo, la salud de las mujeres es peor a lo largo de su vida, como manifiestan los índices de enfermedad física, de estancia hospitalaria y de consumo de medicamentos. De nuevo, este hecho se repite en todo el mundo, con independencia del nivel de desarrollo. Es muy notable que, a pesar de enfermar más, las mujeres vivan durante más tiempo que los hombres, lo que ha captado el interés de la comunidad científica resultando en diversas investigaciones destinadas a explicar las causas de la brecha.

De forma general, los resultados de estos estudios pueden agruparse en cuatro teorías principales basadas, respectivamente, en las diferencias genéticas, el papel de las hormonas sexuales, el dimorfismo del sistema inmune y la distribución corporal de la grasa.

Diferencias genéticas entre sexos


Por un lado, la presencia de un único cromosoma X en los hombres hace que cualquier fenotipo mutante asociado a este cromosoma se exprese en los hombres, pero no así en mujeres, ya que el segundo cromosoma X podría aportar una copia sana del gen, evitando que el fenotipo enfermo se manifieste. Así, es más probable que un hombre experimente una enfermedad ligada a este cromosoma, lo que puede suponer una desventaja en cuanto a su supervivencia.


Pero la presencia de un único cromosoma X puede afectar a la BGEV en otro aspecto más: puesto que el cromosoma Y solamente puede ser heredado por varones, sus genes han sido optimizados por la selección natural para su funcionamiento en hombres, por lo que suelen estar relacionados con funciones masculinas como la espermatogénesis o los caracteres sexuales masculinos. Sin embargo, algo diferente ocurre para el X, donde la selección natural se ha producido en mayor medida en las mujeres, debido a que ellas poseen dos copias en lugar de una. El que el cromosoma Y esté optimizado para funcionar en los varones no supone ningún hándicap para las mujeres, pero, en cambio, el que el X lo esté para ellas sí lo es para los hombres, al poseer una copia de este cromosoma.


Algo similar sucede en el genoma mitocondrial, ya que estos genes solo se transmiten desde la madre. Por ello, las células de las mujeres soportan mejor el estrés, al reducirse los efectos tóxicos de las especies reactivas de oxígeno, lo que podría ser la base de la mayor resistencia que muestran las mujeres ante los infartos de miocardio en comparación con los hombres. Además, las mutaciones en el genoma mitocondrial normalmente causan más enfermedades en hombres. Así, los hombres sufren un deterioro mayor en la función mitocondrial. Este fenómeno podría contribuir a la BGEV, puesto que la disfunción mitocondrial está relacionada con el estrés oxidativo y el envejecimiento en diversas especies.

El papel de las hormonas sexuales


Muchos estudios han buscado una explicación para la BGEV en la influencia de las hormonas sexuales sobre la esperanza de vida, defendiéndose que los estrógenos tienen un papel protector o que la testosterona tiene uno perjudicial.

Por otro lado, diversas enfermedades aparecen coincidiendo con la menopausia (diabetes, osteoporosis, ateroesclerosis…), lo que podría apoyar la hipótesis de que los estrógenos tienen cierta capacidad protectora. No obstante, la terapia sustitutiva con estrógenos durante la menopausia no siempre se traduce en un aumento de la esperanza de vida de las pacientes, sino que sus efectos sobre la longevidad dependen del patrón de mortalidad de la población estudiada. Por ello, sigue habiendo una gran incertidumbre respecto al papel de los estrógenos sobre la longevidad.


Lo que sí parece claro es que las hormonas sexuales pueden influir de forma diferente en algunos procesos fisiológicos más allá de las funciones reproductivas, y esto puede derivar en una mayor susceptibilidad de desarrollar ciertas enfermedades por parte de los hombres. Un ejemplo de esto es cómo la testosterona estimula la lipasa hepática, que cataboliza las HDL (HDL significa lipoproteínas de alta densidad en inglés. A veces se le llama colesterol "bueno" porque transporta el colesterol de otras partes de su cuerpo a su hígado. Su hígado luego elimina el colesterol de su cuerpo), lo que podría explicar que los niveles plasmáticos de HDL sean menores en hombres.


En cambio, en las mujeres los estrógenos aumentan el número de receptores de LDL celulares (LDL significa lipoproteínas de baja densidad en inglés. En ocasiones se le llama colesterol "malo" porque un nivel alto de LDL lleva a una acumulación de colesterol en las arterias), lo que incrementa la internalización de estas lipoproteínas y reduce su concentración en sangre. Esto es muy interesante porque los niveles bajos de HDL se consideran un marcador de riesgo cardiovascular mientras que una concentración baja de LDL en sangre disminuye la probabilidad de desarrollar un proceso arterioesclerótico.

 

El dimorfismo sexual en el sistema inmune


Las mujeres y los hombres presentan también diferencias a nivel inmunológico; algunas de ellas son una cuestión de género, más que de sexo, como sucede con la exposición a ciertos antígenos asociados a trabajos típicamente masculinos, especialmente aquellos relacionados con la construcción. Estos antígenos incluyen numerosos químicos y metales pesados, que pueden causar patologías y modificar la respuesta inmune. A grandes rasgos, los estrógenos tienen un efecto estimulante mientras que los andrógenos atenúan la respuesta inmune.


Aunque aún no esté completamente clara la base molecular, lo que sí parece evidente es que los hombres sufren más enfermedades de carácter infeccioso (parasitarias, bacterianas…) que las mujeres, quienes, en cambio, tienden a padecer trastornos autoinmunes. Esto podría explicarse por el principio del hándicap en inmuno competencia: el presentar niveles altos de andrógenos tiene efectos positivos en los caracteres sexuales y el éxito reproductivo, pero puede resultar perjudicial, produciendo cierta inmunosupresión. Así, la testosterona impide que el organismo se defienda eficazmente contra las infecciones, mientras que en las mujeres el sistema inmune es más sensible a estímulos y más activo, facilitando esta defensa, pero aumentando las probabilidades de sufrir una patología autoinmune.

Distribución de la grasa corporal


La distribución del tejido adiposo varía en función del sexo; los hombres tienden a acumular más grasa visceral, mientras que las mujeres premenopáusicas suelen presentar un porcentaje mayor de tejido adiposo subcutáneo. Esta distribución se traduce en las dos formas corporales características de varones y mujeres: manzana y pera, respectivamente. En las mujeres la grasa suele situarse predominantemente en las caderas y los muslos; en cambio, en los hombres, el tejido adiposo se encuentra preferentemente en el abdomen.


Esta diferencia es importante desde el punto de vista de la BGEV, puesto que la grasa visceral se ha relacionado con un mayor riesgo cardiovascular mientras que, por el contrario, el tejido subcutáneo actúa como factor protector frente al síndrome metabólico, ya que la grasa visceral es una fuente de citoquinas proinflamatorias que contribuyen a un proceso de resistencia a la insulina. Además, tiene mayor grado lipolítico, de forma que genera una mayor cantidad de ácidos grasos libres que aumentan la producción hepática de glucosa, contribuyendo a que haya una hiperinsulinemia compensatoria que puede desembocar en una diabetes mellitus tipo II.


Asimismo, la ingesta calórica varía a lo largo del ciclo menstrual, de forma que el pico máximo en la concentración de estradiol coincide con la menor ingesta diaria. Estos cambios cíclicos en la alimentación no se producen en las mujeres con ciclos anovulatorios. Además, los estrógenos aumentan el gasto energético, dificultando la ganancia de peso, lo que hace que las mujeres posmenopáusicas tiendan a ganar peso como consecuencia de la pérdida de estrógenos.


En conclusión, la longevidad es un proceso complejo en el que intervienen numerosos factores como el ambiente, la genética o el estilo de vida. Por ello, sería prácticamente imposible hallar una razón única que explicase la BGEV. En este trabajo se ha intentado recoger la información más relevante en cuanto a los mecanismos moleculares detrás de la BGEV, agrupando los diferentes estudios en cuatro teorías distintas: las diferencias genéticas entre los dos sexos, el complejo papel de las hormonas sexuales, el dimorfismo sexual del sistema inmune y la distribución corporal de la grasa.


Lo más probable es que estas cuatro hipótesis se complementen entre sí y, junto con otros mecanismos aún por descubrir, expliquen la base biológica de la BGEV. No obstante, muchos datos siguen siendo contradictorios y se necesitan más investigaciones al respecto, sin olvidar la importancia de otros factores ambientales que son determinantes en la esperanza de vida, como la nutrición y la actividad física regular. Dilucidar los motivos detrás de la BGEV podría resultar clave para orientar los recursos destinados a aumentar la supervivencia y la calidad de la vida de la población.

Fuente:

López Ramos C. (2020). ¿Por qué las mujeres viven más que los hombres? Una revisión desde el punto de vista biológico. Rev. salud ambient. 2020; 20(2):160-166. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=7687897

miércoles, 3 de febrero de 2021

Recomendaciones para garantizar una alimentación saludable en tiempos de COVID-19

En medio de una pandemia como esta, la prioridad de los gobiernos debería ser garantizar la seguridad alimentaria y nutricional, dentro del marco del derecho a una alimentación que sea saludable y accesible. Para lograr esta meta, se recomienda en general:


a) Reactivar el rol de los comités multisectoriales en nutrición. Estos deben abogar por una alimentación saludable y velar porque la nutrición se refleje de manera adecuada en los planes nacionales y subnacionales de emergencia, recuperación y resiliencia frente a los impactos de la COVID-19.


b) Apoyar al sistema de salud en el cumplimiento de los protocolos sanitarios en toda actividad que se vaya a hacer para garantizar el suministro, acceso, promoción, compra y consumo de alimentos saludables.

c) Fomentar la organización comunitaria como una respuesta asociativa y solidaria ante la crisis. Estas organizaciones, a través de donaciones, intentan asegurar la alimentación y nutrición adecuada de la población que no es atendida por el estado (mujeres embarazadas y lactantes, niños y niñas, adultos mayores, comunidades indígenas y pequeños agricultores, entre otros).

d) Adoptar un enfoque de género. Las mujeres son más propensas a experimentar la disminución de sus ingresos económicos y problemas de malnutrición.


e) Los gobiernos nacionales deben proporcionar a los ciudadanos los medios y la información para que estos decidan ejercer su derecho a una alimentación saludable.

Mantener activa la cadena de suministro de alimentos saludables

Es necesario implementar medidas prácticas, innovadoras y seguras que mantengan activa la cadena de suministro de alimentos, estimulen la producción local y garanticen la disponibilidad de alimentos frescos y saludables al consumidor final.

Para ello, es necesario estimular la producción de la agricultura familiar, de los pequeños y medianos productores y productoras agrícolas, promoviendo la demanda constante de alimentos frescos y saludables.


Los productos adquiridos se pueden destinar a los programas de alimentación escolar (donde siguen operando bajo distintas modalidades en muchos de los países), a los programas especiales de alimentación de personas vulnerables (embarazadas y adultos mayores, por ejemplo) o a las canastas de alimentación de respuesta inmediata. Esta medida tiene una doble función, al asegurar también una fuente segura de ingresos en las poblaciones rurales, las que se encuentran en una situación de mayor vulnerabilidad ante esta crisis.


La calidad e inocuidad de los alimentos cobra especial relevancia durante la crisis de la COVID-19. La cadena de suministro de alimentos debe velar por que la calidad de los productos y cultivos que se están adquiriendo, transportando y distribuyendo se haga de forma eficiente, y sobre todo segura.

Crear entornos propicios que fomenten los alimentos saludables


1. Salvaguardar la seguridad alimentaria y nutricional de los escolares

Con los establecimientos educacionales estén cerrados y algunos programas de alimentación escolar interrumpidos, es fundamental implementar medidas que permitan asegurar la continuidad o reactivar los programas de alimentación escolar.


Los desafíos para la pospandemia son de corto, mediano y largo plazo. Inicialmente será necesario fortalecer las redes de asistencia técnica para reabrir las escuelas y crear metodologías que contribuyan a tener una alimentación escolar saludable e inocua. Más adelante habrá que fortalecer la política de alimentación escolar, como estrategia, para garantizar mejor calidad de educación, de seguridad alimentaria y de protección social.

2. Potenciar el rol de los sistemas de protección social


Para que las personas más pobres y vulnerables puedan acceder a alimentos saludables durante la crisis del COVID-19, hay que poner en marcha mecanismos de protección social con un enfoque de nutrición, para así mejorar la diversidad y calidad de la alimentación, y no solo la cantidad.


Para ello, en primer lugar, se debe garantizar que los alimentos que se repartan tengan una composición nutricional acorde con las recomendaciones de las guías alimentarias de cada país. Esto implica que, en la medida de lo posible, se entregue de forma constante una variedad de alimentos saludables que incluya alimentos básicos no perecederos (leguminosas), alimentos enriquecidos (leches y arroz fortificados), así como opciones de alimentos frescos de producción local (frutas, verduras, huevo y pescados).


En segundo lugar, ya sea que se proporcionen transferencias de efectivo, entregas de alimentos, o cupones de alimentos frescos (frutas y verduras), estas ayudas deben complementarse con estrategias de educación nutricional. Es una manera de promover la mejora de las prácticas de alimentación, sobre todo de la lactancia y alimentación complementarias-prácticas que suelen empeorar en situaciones de crisis, y prevenir la aparición de otros riesgos de malnutrición entre los beneficiarios.

3. Proteger la asequibilidad de los alimentos saludables


A raíz de los efectos de la COVID-19 sobre los precios de los alimentos, se debe implementar cuidadosamente una serie de medidas fiscales que garanticen la asequibilidad de los alimentos saludables, promuevan menos fluctuaciones en los precios de los mismos, y a su vez desincentiven la compra de alimentos altamente procesados altos en azúcar, grasas, sodio y aditivos.


Por último, es necesario no perder vista la importancia de establecer mecanismos para regular las fluctuaciones en los precios de los alimentos durante las crisis. Esto se puede lograr mediante la creación de límites máximos de precios o de una lista de bienes de precio fijo, que incluya alimentos esenciales como el arroz, frijoles, aceite para cocinar, carnes y pescado.

4. Campañas publicitarias para la compra de alimentos saludables


En medio de la vulnerabilidad alimentaria y económica dada por los cierres de mercados locales e internacionales, los gobiernos nacionales, en colaboración con el sector privado y la sociedad civil, han innovado y rediseñado no solo nuevas cadenas de suministro y entornos alimentarios que incluyan alimentos saludables, sino también estrategias especializadas de publicidad para influir en la compra y consumo responsable de estos alimentos, como medida de salud, nutrición, solidaridad y revitalización de la economía local. Esto siempre y cuando, exista un entorno alimentario que asegura el acceso y disponibilidad de alimentos saludables.

Estas medidas de promoción cumplen múltiples funciones. Además de promover los beneficios de una alimentación saludable ante una infección como la de la COVID-19, orientar al consumidor en no hacer “compras de pánico”, y destacar los esfuerzos país para apoyar a la agricultura nacional, pueden también contrarrestar el marketing agresivo de industrias de bebidas azucaradas y de productos no saludables.

Empoderar a los consumidores para que tomen control


Esta pandemia ha venido a evidenciar la relación de fuerzas entre el suministro de alimentos, entornos alimentarios y el consumidor, en donde inclusive se habla del “nuevo consumidor pospandemia”. Además, se sabe que la disponibilidad, acceso y promoción de alimentos saludables, si bien, son indispensables, no son suficientes para promover el cambio. Es decir, estamos ante una situación donde los consumidores, además de preocuparse por el abastecimiento de alimentos y su seguridad alimentaria, requieren y demandan herramientas para saber cómo integrar recomendaciones de alimentación fácil, asequible, consciente y saludable, para sobrevivir y recuperarse de la pandemia.


Por ello, es necesario enfatizar la importancia de una educación nutricional que integre una visión innovadora de sistemas alimentarios y que le permita al consumidor entender, asimilar y reflexionar acerca de las múltiples dimensiones de salud, medioambientales, socioculturales y económicas de los alimentos que son relevantes ante esta crisis.

En este contexto, hay algunas competencias alimentarias que vale la pena incluir en programas de educación nutricional: a) inocuidad de alimentos; b) producción casera de alimentos; c) compras responsables; d) compras directas a pequeños agricultores o mercados locales; e) manejo de la ansiedad; f) cocinar durante la cuarentena; g) revitalizar la cocina local; h) disminuir los desperdicios alimenticios; i) reducir la demanda de productos no saludables en las comunidades; j) fortalecer las habilidades de crianza positiva a la hora de comer; k) mantenerse activo; y l) comer sano de acuerdo a las guías alimentarias de cada país.


Hoy se requiere un consumidor que ponga en práctica comportamientos de alimentación saludable y que cuide de su bienestar, a la vez que sus acciones contribuyan a una mayor responsabilidad colectiva y solidaria a lo largo de la cadena de valor agroalimentaria, desde la producción hasta el consumo y el manejo de desperdicios de alimentos.

Fuente:

FAO-CEPAL (2020). Sistemas alimentarios y COVID-19 en América Latina y el Caribe: Hábitos de consumo y malnutrición. Boletín Nº 10. 16-07-2020. Disponible en: https://www.cepal.org/es/publicaciones/45794-sistemas-alimentarios-covid-19-america-latina-caribe-ndeg-10-habitos-consumo