jueves, 25 de enero de 2018

Cuando la desnutrición va a la escuela. ¿Qué debe hacer la escuela?

Detener el efecto negativo de las privaciones en la infancia desde la escuela permite cortar oportunamente potenciales cadenas de pobreza, además de formar para la participación social reivindicadora.
Pero, para saber cómo lograrlo desde la docencia es imprescindible capacitar a los educadores en servicio y en formación, acerca de los distintos tópicos y prácticas que pueden hacerlo posible y que deben empezar por entender, por un lado: como la pobreza, según el método del ingreso, es insuficiente para dar cuenta de aquellas privaciones que en la práctica pueden tener un fuerte efecto en el desarrollo de los niños;  y, por el otro, que las necesidades de los menores en condición de pobreza difieren significativamente de las de los adultos en esta misma situación.
Las causas de afectaciones del desarrollo neuroevolutivo en la infancia que padece de situaciones de pobreza superan en cantidad y severidad a las que se identifican entre la niñez por encima de la línea de pobreza. En ese sentido, debe quedar claro para los docentes que el primer factor relacionado con la pobreza infantil y que más problemas causa sobre el desarrollo y el rendimiento escolar, es la desnutrición:
Los estragos que provoca la desnutrición que se padece en la infancia son los más lamentados por la sociedad, ya que en esta etapa el mayor impacto lo sufre el cerebro del niño, en el que se producirán alteraciones metabólicas y estructurales irreversibles
La mala nutrición, el rezago y el abandono escolar, la falta de expectativas y la discriminación que sufren los niños, por ser pobres, no sólo afectan sus derechos en el presente, sino que los dejarán en los estratos más bajos de la escala social, haciendo que en la adultez reproduzcan la precariedad en su bienestar y, por tanto, afecten a las generaciones siguientes
La pobreza infantil se define como la privación de nutrición, agua, acceso a servicios básicos de salud, abrigo, educación, participación y protección. La pobreza infantil implica que niños, niñas y adolescentes no gocen de sus derechos y, en consecuencia, se vean limitados para alcanzar sus metas y participar activamente en la sociedad.
La pobreza infantil es un fenómeno multidimensional y heterogéneo, que se complica con las desigualdades de género, de pertenencia étnica y de ubicación geosocial (urbana-rural). Cuyas condiciones de falta de autonomía y mayor vulnerabilidad, de cara al efecto a largo plazo de las privaciones, la violencia y el abuso, hacen de la pobreza infantil un objeto de estudio que debe ser abordado con algunas consideraciones distintas a aquellas aplicadas a la pobreza general.
El enfoque de derechos humanos en las políticas de desarrollo, y principalmente en los programas de superación de la pobreza, conlleva al reconocimiento de que la pobreza infantil tiene una doble implicación en la violación de los derechos humanos: impide su ejercicio actual y limita las oportunidades y la construcción de capacidades para su ejercicio futuro. La mayoría de los niños y adolescentes pobres ven sus derechos violentados, ignorados o parcialmente realizados en forma cotidiana, y sus familias, que carecen del goce de sus propios derechos, no pueden, por tanto, protegerlos.
Sin duda, la multidimensionalidad así como el prolongado y dramático impacto de la pobreza en la infancia merecen un trato aparte, lo mismo que el cruce de desigualdades que producen. Si bien la existencia de una sola privación extrema ya reviste gravedad para el desarrollo infantil, la presencia de un síndrome de múltiples privaciones alerta sobre una pérdida segura en las oportunidades de aprovechamiento de las potencialidades de los niños y, en definitiva, perpetúa la reproducción intergeneracional de la pobreza.
Efectos de la pobreza en la infancia
Las condiciones de vida que comparten infantes que viven en hogares pobres se relacionan con: padecer malnutrición (desnutrición), residir de manera expuesta a focos de contagio y tóxicos, pertenecer a comunidades de altos índices de prematuridad, bajo peso al nacer y alta morbilidad y mortalidad infantil, tener limitado acceso a servicios, convivir en hacinamiento y con los más altos índices de abuso y violencia tanto intrafamiliar como contextual, a lo que se suman diversas manifestaciones de descuido, negligencia y formas de vida parental que mantienen a los menores en permanente riesgo.
Además, cuando los niños y niñas no cuentan con sus necesidades básicas satisfechas coexiste una situación de derrota, humillación, vulnerabilidad y debilidad, por lo que también su autoestima se ve seriamente alterada.
La forma en que las condiciones de vida afectan a las distintas dimensiones del desarrollo neuroevolutivo de los pequeños, con consecuencias a largo plazo y con una incidencia y factores de riesgo que superan significativamente a los que pudieran afectar a los menores fuera del rango de pobreza.
Como es posible predecir, cualquier afectación neuroevolutiva puede tener consecuencias relevantes sobre las formas y procesos para aprender, así como sobre el comportamiento en general, pero de los factores que se acusan con mayor incidencia en el desempeño escolar se habla de la desnutrición y el estrés infantil producto de las condiciones permanentes de riesgo.
La desnutrición infantil y su impacto en el aprendizaje
La desnutrición infantil tiene una serie de consecuencias negativas en distintos ámbitos. Entre ellas destacan los impactos en morbimortalidad, educación y productividad, constituyéndose en uno de los principales mecanismos de transmisión intergeneracional de la pobreza y la desigualdad.
De manera tal que los niños con desnutrición cuentan con una probabilidad mayor a enfermarse y esto suele provocar una incorporación tardía al sistema educativo y mayor ausentismo escolar, con lo cual aumentan la probabilidad de repitencia y deserción. Por lo tanto, la desnutrición infantil produciría una desventaja permanente en el proceso educacional, lo que se ve incrementado cuando además existen limitaciones en el acceso alimentario durante el proceso educativo y se relaciona de manera significativa con el déficit de micronutrientes.
La mala nutrición, el rezago y el abandono escolar, la falta de expectativas y la discriminación que sufren [los niños] por ser pobres, no sólo afectan sus derechos en el presente, sino que los dejarán en los estratos más bajos de la escala social, haciendo que en la adultez reproduzcan la precariedad en su bienestar y, por tanto, afecten a las generaciones siguientes.
La transmisión de la pobreza a otras generaciones se da porque sufrir este flagelo en las primeras edades deja marcas indelebles que potencian el círculo vicioso de la pobreza: niños y jóvenes sin educación, desnutridos y pobres se convierten, casi inevitablemente, en adultos sin educación, desnutridos y pobres, que a su vez serán padres sin haber podido superar estas condiciones.
Como desnutrición infantil global se entiende el bajo peso para la edad. La desnutrición crónica se refiere a quienes tienen baja talla para la edad, que se correlaciona con la malnutrición intrauterina y que se prolonga hasta por lo menos los primeros tres años de vida. Cuando se presenta bajo peso para la talla se considera desnutrición aguda y la pérdida severa se da cuando la disminución alcanza 25% o más del peso mínimo esperado para la talla y la edad.
Para comprender la manera en que la desnutrición altera a la constitución del sistema nervioso central, es necesario saber que la sangre aporta micronutrientes (vitaminas y minerales), macronutrientes (glucosa, proteínas, lípidos), macrominerales (sodio, cloruro, potasio), oligoelementos (hierro, zinc, manganeso) y oxígeno al cerebro. De la calidad de su contenido dependen tanto la condición estructural y madurez del cerebro como la capacidad de la transmisión electroquímica (neurotransmisores), los que a su vez determinan el desarrollo y el desempeño cerebral.
Los efectos en educación son igualmente alarmantes. La desnutrición afecta al desempeño escolar a causa del déficit que generan las enfermedades asociadas, y debido a las limitaciones en la capacidad de aprendizaje vinculadas a un menor desarrollo cognitivo. La mayor probabilidad de enfermar hace que los niños y niñas desnutridos presenten una incorporación tardía al sistema educativo y mayor ausentismo escolar, con lo que aumenta su probabilidad de repetición y deserción. El déficit de micronutrientes, en especial hierro, zinc, yodo y vitamina A, se traduce en un deterioro cognitivo que deriva en un menor aprendizaje.
El desarrollo del sistema nervioso central está determinado en los primeros 18 meses de vida del niño. Si durante este tiempo el niño no recibe una adecuada ingesta de nutrientes y estimulación sensorial se produce una atrofia del desarrollo neuronal. Por lo que el golpe de la desnutrición y enfermedades asociadas determina un desarrollo neuroevolutivo limitado y limitante para quienes las padecen durante la primera infancia.
El potencial de la escuela frente a la pobreza infantil
Hasta ahora la educación constituye la fuerza más efectiva para superar la pobreza. Lo cual se explica de la siguiente manera:
-El aumento en los niveles educacionales, en especial entre los grupos más pobres, así como la disminución de las brechas de género, incrementan la movilidad social y elevan los retornos del trabajo y la calidad de los recursos humanos, a la vez que permiten democratizar el acceso pleno a la ciudadanía.
-A partir del 2000, se fortalece el movimiento de educación inclusiva que entre otros objetivos pretende ofrecer oportunidades educativas con equidad y calidad a todas las personas, según sus necesidades y de acuerdo con sus condiciones culturales; lo que sin duda amerita estrategias de atención educativa a la diversidad personal y cultural de todos y cada uno de los beneficiarios y beneficiarias del derecho a educarse.
Asunto que implica y demanda cambios considerables para una escuela preparada para atender más bien a la norma, que no así a las diferencias culturales ni personales de los estudiantes.
- La UNESCO, señala que el poder de la educación sobre la salud infantil y materna es incuestionable. Madres que han recibido educación tienen más probabilidades de lograr que sus hijos reciban los mejores nutrientes para ayudarlos a prevenir o superar las enfermedades, saber más acerca de las prácticas de salud e higiene apropiadas, y disponer de más poder en el hogar para garantizar la satisfacción de las necesidades nutricionales de sus hijos.
A lo que se agrega que la educación es la vía que permite a las personas desarrollar las competencias que necesitan para mejorar sus medios de vida. Por lo tanto, la educación que da cabida a la resolución de los problemas propios de los contextos desprovistos, así como para el desarrollo de capacidades que abren la puerta de la inclusión laboral, parece seguir siendo la herramienta más directa y efectiva no solo contra la pobreza, sino para romper la secuela generacional que conlleva.
Pero, para que sus buenas intenciones se cumplan, la atención educativa pertinente y oportuna para los infantes que sufren la pobreza infantil debe incluir asignaciones universales, sistemas de cuidado diario y desarrollo temprano, educación preescolar, primaria y secundaria de calidad y adecuados mecanismos de protección y justicia.
Los criterios de igualdad de oportunidades deben revalorarse y las políticas educativas deben ajustarse a las diversas realidades nacionales y a los derechos de las personas como seres sociales, en contraste con las posiciones de dependencia y ayuda. Cualquiera que sea el nivel socioeconómico, los centros educativos deben mantener una posición de reconocimiento a la autonomía, libertad e identidad de personas y culturas.
Con base en experiencias exitosas o buenas prácticas de educación inclusiva, las cuales concuerdan con lo que propone la Agenda Educacional, Post 2015, para América Latina y el Caribe (UNESCO), estrategias de gestión, curriculares y didácticas como las que se mencionan enseguida, podrían coadyuvar entre sí para la superación de las barreras que la pobreza impone al neurodesarrollo infantil:
Vigilante del estado nutricional: la escuela, mediante asignaciones universales o cualquier otro tipo de subsidio, debe procurar contar siempre con un servicio de comedor que provea y vigile una dieta adecuada para el estudiantado. También debe coordinar con el personal de salud asignado a su comunidad para registrar de manera constante el desarrollo de los menores de acuerdo con el acceso a una dieta básica, balanceada y nutritiva; así como la provisión de complementos nutricionales que posibiliten un desarrollo humano adecuado para cada edad, lo que debe complementarse con una capacitación a las familias que les permita mejorar sus ingresos e invertirlos en una nutrición planificada y hasta organizarse junto a otras familias para producir sus propios alimentos.
Atención a familias y comunidad: como explica la UNESCO en su documento “La educación transforma la vida”, la educación a las madres y la atención temprana pueden prevenir considerablemente los efectos de la pobreza en el desarrollo infantil. Por tal motivo en las acciones extracurriculares del centro deben estar contempladas con propuestas de alfabetización y capacitación en cuanto a la atención prenatal, el neurodesarrollo y la nutrición infantil, que permitan que los bebés o aquellos que están por nacer lleguen a la escuela en mucho mejores condiciones que sus hermanos (as) escolares.
Centro de seguridad y protección: los menores deben encontrar en la escuela un refugio que les permita sentirse seguros ante las amenazas contextuales y a veces familiares con las que conviven. Por tanto, el centro educativo no puede aparecer como una amenaza adicional por ejemplo al rendimiento escolar, no puede mostrarse negligente ante el abuso que descubre y menos considerar que la información sobre instancias de exigibilidad de protección y justicia no corresponden al currículo escolar.
Sin embargo, la educación no sólo continúa siendo el principal canal de movilidad social sino que, en el caso de las personas en condición de pobreza, se convierte en la ruta para la sobrevivencia propia y de las generaciones venideras.
No obstante, para que esto resulte, las políticas económicas deben coincidir estrechamente con las políticas sociales y educativas, además de que la oferta curricular debe estar claramente diseñada y ejecutada con esa intención; donde la escuela inclusiva tiene la palabra, en tanto permite desarrollar lo que aquí se propone y procura la equidad de acceso, permanencia y logro entre los estudiantes.
Sin embargo, lo anterior demanda que los y las educadoras así como los futuros docentes se encuentren debidamente formados para desempeñarse en su práctica desde este enfoque educativo.
Fuente:

Lady Meléndez Rodríguez  y Vivian Solano Monge (2017). La desnutrición y el estrés van a la escuela: pobreza infantil y neurodesarrollo en América Latina. INNOVACIONES EDUCATIVAS · Año XIX · Número 27 · Diciembre 2017. pp. 55-70.Disponible: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=6222562

1 comentario:

  1. Los lactantes y los niños son los grupos más vulnerables a la carencia de micronutrientes, pues necesitan una gran ingesta de vitaminas y minerales para su rápido crecimiento, Los polvos de micronutrientes que contienen hierro, y minerales de Maternova ayudan a combatir la desnutrición infantil

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