jueves, 14 de marzo de 2019

Estilos educativos y la obesidad infantil


El mundo actual ve con preocupación el crecimiento paulatino pero incontrolado del exceso de peso representado en un, cada vez mayor, número de niños y niñas que presentan sobrepeso y obesidad, sin distingo de nivel socioeconómico, raza y género.  Hacerle frente a este problema de malnutrición implica, de un lado, prevenirlo en menores que no lo padecen, y del otro, buscar los mecanismos y estrategias para tratarlo en los millones de niños y niñas que lo sufren.
Aunque para algunos el problema es genético, para otros es social, convirtiendo el asunto del exceso de peso en una dicotomía entre genes y estilo de vida, resultante de una alimentación desequilibrada con respecto al gasto energético, hablar de sobrepeso y obesidad, como todo estado nutricional, es hablar de multicausalidad, lo que significa reconocer que la obesidad tiene que ver con aspectos que van desde la genética hasta los medioambientales, incluyendo factores de tipo individual, familiar y comunitario, considerando el escolar como uno de sus escenarios.
Se puede definir la obesidad como un trastorno de tipo metabólico, caracterizado por un exceso de grasa corporal que afecta negativamente la salud de la persona y es producto de un balance positivo de energía, es decir, la que se ingiere a través de los alimentos es superior a la que se gasta en promedio cada día. Dicho exceso calórico puede deberse a una reducción en el gasto, o a un aumento en el consumo, o a ambos.
Estas circunstancias se dan por diversos factores: alimentarios, de actividad física, hereditarios, metabólicos, hormonales, psicosociales y ambientales, pero la mayor parte de los casos, en gran medida se relacionan con los estilos de vida respecto a dos fundamentales: la alimentación y la actividad física; incluso son frecuentes ciertos errores dietéticos en las familias como favorecer el aumento de peso en los y las menores al incitar el aumento de ingesta calórica, como la obsesión para que coman mucho, o el estimularles las buenas conductas con gratificaciones de golosinas, chucherías, bollería o bebidas azucaradas.
Por su parte, otros autores conciben la obesidad infantil como un acelerador de las enfermedades de la adultez y plantea que en el futuro los adultos jóvenes y los adultos, sufrirán tantas enfermedades como no se ha visto jamás y que la mayoría de padres y madres sufrirán enfermedades crónicas que afectarán a sus hijos, y el sistema de salud sufrirá las consecuencias en término de finanzas, de tiempo y de personal dedicado a la atención de pacientes, además de que la duración de la hospitalización por patologías asociadas con la obesidad, será más prolongada que las tasas generales.
El estado nutricional del individuo no es una situación aislada sino el resultado de un contexto en el que interactúan múltiples factores como el empleo, la educación, el ingreso, la propaganda, la salud y la calidad de la vida afectiva de las personas, todos ellos, elementos que repercuten sobre el funcionamiento integral desde la infancia hasta la adultez. 
Visto de un modo más preciso, el estado nutricional es la resultante orgánica en el tiempo, del balance entre la ingesta de alimentos y el gasto de energía, en otras palabras, del equilibrio o desequilibrio entre el consumo de alimentos y el respectivo aprovechamiento de sus nutrientes para llenar los requerimientos que el organismo tiene.
Las tendencias actuales en el estado nutricional poblacional en casi todos los grupos de edad apuntan a un aumento acelerado del sobrepeso y la obesidad que refleja una acción multifactorial en la que se destacan el aumento de la ingesta calórica, del sedentarismo, las tecnologías inmersas en la vida cotidiana que implican ausencia o mínima movilidad, así como un aumento de la disponibilidad alimentaria coincidente con una composición enriquecida de los alimentos, aunque en muchos países, como aquellos en vías de desarrollo, persisten los trastornos nutricionales por déficit de nutrientes, que desencadenan una morbimortalidad diferente a la que suscita el exceso de estos.
La condición y características de quien decide la compra y de quien prepara los alimentos. El nivel educativo y el conocimiento que sobre los alimentos y su preparación, tienen las personas encargadas de hacer la compra y la comida, determinan la disponibilidad de alimentos en el domicilio, así como la cantidad o tamaño de la porción y de la ración, el tipo y calidad de la preparación, además de la distribución entre los distintos miembros del grupo familiar.
La decisión de compra, por lo tanto, está relacionada directamente con la actitud que tiene hacia los alimentos la persona encargada de adquirirlos en el hogar, de su conocimiento para elegir y sustituir alimentos de acuerdo con la capacidad adquisitiva, la disponibilidad en el mercado, y los requerimientos nutricionales de la familia.
En esta decisión influyen principalmente el patrón alimentario, los hábitos, las creencias religiosas y tabúes, así mismo influyen sobre esta persona, su actitud respecto a la publicidad sobre alimentos y la presencia y capacidad de respuesta a la presión infantil en el momento de la compra, amén del estado anímico respecto a las condiciones de los sitios de mercadeo de los alimentos.
En suma, el pronóstico no puede ser más desalentador en cuestión de enfermedad y muerte asociada con la obesidad, sin mencionar los problemas de productividad y desarrollo de los países y sus pueblos, siendo de mayor impacto el hecho de la asociación de la obesidad con las ECNT (Enfermedades Crónicas No Transmisibles) y de la potenciación de la obesidad en países en vías de desarrollo, lo que se confabula en contra por ser la pobreza un factor determinante de la malnutrición en sus dos más graves expresiones: la desnutrición y la obesidad.
Razón por la cual, se plantea la perspectiva que los factores individuales no son suficientes para explicar el desbalance energético que provoca el sobrepeso y la obesidad. Mediante esta teoría se concibe el comportamiento alimentario como el producto de la interacción de las características del sujeto –biológicas, psicológicas y culturales- y de las características de su entorno –principalmente las influencias del grupo social        -la familia- y de la publicidad- así como de las propias características de los alimentos. De la interacción de estos elementos surgen factores de riesgo que al incidir sobre un sujeto específico, con unas condiciones particulares, pueden derivar en un inadecuado consumo de alimentos y desencadenar un trastorno alimentario como la obesidad.
El excesivo aumento de peso corporal, predispone a deformidades ortopédicas como deslizamientos epifisiarios de la cabeza del fémur, arcos planos e inflamación de la placa de crecimiento en los talones, además de ser frecuentes los trastornos hepáticos y biliares, anemia por déficit de hierro, riesgo de muerte súbita –tres veces mayor, y el doble para desarrollo de insuficiencia cardíaca congestiva, enfermedad cerebrovascular y cardiopatía isquémica, mientras la posibilidad de desarrollar diabetes mellitus es 93 veces mayor que de los no obesos, cuando el Índice de Masa Corporal (IMC) sobrepasa 35. La esperanza de vida se reduce entre cinco y ocho años por la obesidad, y está asociada a un riesgo multiplicado por dos de sufrir cáncer de riñón.
La OMS en la Conferencia Ministerial contra la Obesidad (2006), la Dieta y la Actividad Física para la Salud, realizada en Estambul, confirmó que la obesidad no sólo afecta a la salud de las personas, sino que también constituye un obstáculo para el desarrollo económico y social de las naciones, pues el sobrepeso y la obesidad del adulto es responsable de más del 6% de los gastos en salud además de los costos indirectos (pérdidas de vida, productividad e impacto sobre el ingreso), que son dos veces más altos.
La educación alimentaria y nutricional se ha centrado en el “qué” enseñar y aprender, dependiendo de qué lado de la relación de enseñanza-aprendizaje se esté, es decir, se ha centrado en los contenidos, en temáticas relacionadas con la alimentación saludable y la nutrición humana, sin embargo poco se ha trascendido en los perfiles de morbimortalidad y por el contrario, se ha dado un aumento en la vulnerabilidad a nuevas patologías relacionadas con hábitos alimentarios inadecuados, denominadas Enfermedades Crónicas No Transmisibles –ECNT- tales como diabetes, hipertensión, enfermedad cardiovascular, entre otros.
Un buen ejemplo en este sentido lo representa Kirsten Schlengel-Matthies, profesora de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad de Paderborn dentro de un plan –Proyecto Revis- para reformar la educación sobre nutrición y consumo que se imparte en las escuelas, pues plantea que “No se trata de enseñarles solo cómo alimentarse de una manera sana, con información sobre la cantidad de comida que necesitan y quizá algún dato económico o ecológico, sino de hacerles reflexionar sobre los hábitos alimentarios". En su opinión, hacen falta profesores "que tengan sensibilidad hacia los problemas que se relacionan con la comida, y muestren a sus alumnos cómo el modo de comer incide en la vida familiar, para que aprendan a organizarse y a adquirir responsabilidades sobre ellos mismos y sobre otros".
Finalmente, hacen falta profesores y profesionales de la salud y de la pedagogía que “tengan sensibilidad hacia los problemas que se relacionan con la comida, y muestren a sus alumnos cómo el modo de comer incide en la vida familiar [y en su propia vida], para que aprendan a organizarse y a adquirir responsabilidades sobre ellos mismos y sobre otros”, que desde la lectura semiótica, proxémica y cinestésica tienen una enorme tarea por hacer en este asunto, frente a las nuevas generaciones.


Fuente:
Teresa Alzate Yepes (2012). Estilos educativos parentales y obesidad infantil
Doctorado en educación. Acciones Pedagógicas y Desarrollo Comunitario.
Universidad de Valencia. España.



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