Para
la mayoría de los científicos actuales, las enfermedades derivadas de una mala
o inadecuada alimentación y del aumento del sedentarismo, son consecuencia de
un distanciamiento en la forma en la que vivieron nuestros antepasados. Pero, ¿Cómo
vivían aquellos “hombres” más parecidos a los chimpancés que a nosotros mismos?
La
verdad, es que no gozaron de lo que hoy en día podemos imaginar como una buena
vida. Por lo que, la selección natural favoreció la supervivencia de
aquellos que estaban mejor adaptados y con mejores estrategias para encontrar
alimentos cada vez más dispersos.
Nuestros
genes fueron seleccionados en esas condiciones difíciles durante millones de
años. Por lo contrario, ese escenario de lucha constante nada tiene que ver al
que tenemos actualmente los humanos del Primer Mundo, donde la sobreabundancia
alimentaria está plenamente extendida. Nuestros genes cazadores-recolectores ya no
nos sirven.
Las
adaptaciones relacionadas con la elección de alimentos tienen un gran impacto
en la supervivencia, reproducción de los individuos y al final, en su éxito
evolutivo. Por lo que se cree que una de las principales fuerzas de la
evolución humana fue la mejora en la calidad de la dieta.
Solemos ver la elección de los alimentos como un rasgo cultural pero no
directamente relacionado con nuestro pasado biológico.
Una
de las dos cosas más importantes que hacen los animales es alimentarse (la otra es
reproducirse) y gracias a la paleontología y la arqueología podemos averiguar
qué comían nuestros antepasados. Los acontecimientos clave en nuestra
evolución, como la pérdida de los colmillos, el bipedismo o el desarrollo del cerebro son
consecuencias de adaptaciones a diferentes ambientes, y por lo tanto, a diferentes
entornos alimentarios.
Es
un debate común en nuestra sociedad el de si somos “por naturaleza” vegetarianos
o carnívoros. Pocos grupos de personas somos carnívoros al 100% o vegetarianos
al 100%. Pese a ello, como primates que somos, ¿No nos correspondería
ingerir únicamente vegetales?
Es
cierto que a los primates popularmente se les conoce como animales vegetarianos
pero esto no quiere decir que todos ellos lo sean. Sabemos que los grandes
simios, como por ejemplo los chimpancés, nuestros parientes más cercanos, a
pesar de que sea la fruta el componente más abundante de su dieta, también se
les ha visto alimentándose de insectos o pequeños vertebrados.
Por
lo que nuestra idea inicial puede empezar a tambalearse. Por otro lado,
casi ningún grupo humano hoy en día se alimenta exclusivamente de carne, a
excepción de los “inuit” conocidos popularmente como “los esquimales”
un grupo de cazadores-recolectores que aún existen en la actualidad, que
basan su dieta casi exclusivamente en comer pescado crudo
Recordemos
la conocida frase: “Somos lo que comemos”, pero no tan conocida en
pasado: “Somos lo que comimos”, que es igual de cierta y no hay que
restarle importancia.
En
la historia de la alimentación humana hay dos momentos clave. El primero fue la
incorporación, en cantidad importante, de productos de origen animal a la
dieta. Pero antes de que esto pasase, la comida de nuestros antepasados era
casi exclusivamente de carácter vegetal, y no demasiado diferente a la de los
chimpancés actuales, ya que la vida se desarrollaba principalmente en el
bosque.
En
esta época en que nuestros antepasados vivían plácidamente en el bosque se
produjo un cambio climático que provocó la progresiva pérdida de los bosques y
el aumento de los ecosistemas abiertos, como por ejemplo, las sabanas.
Ante
la escasez de alimentos vegetales, tuvieron que incorporar alimentos de origen
animal, aparte de vegetales, lo que permitió (entre otros factores) aumentar
el tamaño del cerebro. Este hecho tan importante, tuvo lugar en África, hace
2,5 millones de años. Aún éramos bastante parecidos a los chimpancés y no mucho
más inteligentes, algo así como unos chimpancés bípedos.
El
otro gran acontecimiento importante de la historia de la alimentación humana es
muy reciente; se produjo hace unos 10.000 años. Se pasó de extraer el alimento
de la naturaleza a producirlo directamente mediante la agricultura y la
ganadería. Es lo que se conoce como la Revolución Neolítica. La
aparición del Neolítico represento el inicio de la extinción de los
cazadores - recolectores y el nacimiento de las ciudades y la era
industrial en la cual se encuentra ahora la humanidad.
¿Qué cuesta un cerebro tan grande?
Llegar
a un cerebro tan grande ha sido un proceso que ha llevado millones de años, aun
así, se puede considerar un proceso muy rápido.
En
dos millones de años de evolución se dobló el volumen cerebral desde los 450cm3 de Australopithecus
afarensis hace 4 millones de años hasta los 900cm3 de Homo ergaster. ¿Cómo puede ser que nuestro
cerebro evolucionara a tal velocidad? En apenas tres millones de años, su
volumen pasó de 450 a 1300 cm3.
¿Para
qué necesitaron nuestros antecesores un cerebro tan grande? El
aumento del cerebro es una especialización como la de cualquier otro órgano, y
la selección natural favoreció el crecimiento encefálico porque proporcionó
ventajas de supervivencia y reproducción en el nicho ecológico de los Homininos.
El egoísmo del cerebro: un órgano costoso y
caprichoso.
La
evolución del cerebro solo fue posible por la adaptación de numerosas funciones
al egoísmo del cerebro. Es un tragón, consume muchas calorías y posee
una elevada tasa metabólica basal, que es lo mismo que decir en reposo.
Consume
entre un 20-25% de la tasa metabólica basal, en comparación del 8-10% que
consumen otros primates. Para ello el gasto energético del resto de los órganos
se ha tenido que reorganizar y aumentar la calidad de los alimentos.
Además,
el cerebro es muy caprichoso y exquisito en cuanto al combustible del
cual obtiene energía; no le sirve cualquier cosa, solo consume glucosa y
en casos de necesidad extrema, como por ejemplo, si llevamos varios días en
ayuno, consume cuerpos cetónicos que provienen de las grasas. Por ello
cualquier reducción energética por un tiempo más o menos prolongado tiene
implicaciones importantes en el funcionamiento del cerebro y cuando esta
reducción se produce en el periodo neonatal las consecuencias son más
significativas y en muchos casos irreversibles desde el punto de vista
fisiológico-cognitivo.
Por
último, y sin duda alguna, es un órgano complicado. Tiene una gran
complejidad molecular y morfológica, además, del lento desarrollo de nuestras
crías y la energía adicional que tienen que invertir los padres, que es lo que
en Biología se conoce con el nombre de la cuido
parental.
¿Por qué la
carne es importante para el cerebro?
Cuando
nuestra evolución necesitaba un cerebro cada vez más grande, las primeras
dificultades que tuvieron que superar nuestros antepasados fue adaptarse a
explotar nuevos alimentos, entre ellos los de origen animal. Pero, ¿Por qué
la carne es importante para el cerebro? ¿Qué tiene de especial? “el centro
de la cuestión” es que en la carne encontramos la vitamina B12, la cual
tiene un papel fundamental para mantener sano nuestro sistema nervioso. Algunas
de sus funciones son: estabilizar la mielina que recubre el axón de las
neuronas, en otras palabras, permite una buena transmisión de la información
neurona a neurona y mantener la densidad neuronal y la memoria.
Estos
cambios cualitativos y cuantitativos en la alimentación, que vinieron impuestos
por las condiciones de los nichos ecológicos, tuvieron consecuencias
importantes para el desarrollo de nuestro cerebro. La selección natural
favoreció:
1)
La alimentación más omnívora (incorporando la caza, la pesca y
ocasionalmente la carroña) redujo el tamaño del intestino y empezamos a caminar
sobre nuestras dos patas traseras (es conocido que la locomoción bípeda es
menos costosa energéticamente que la bípeda), lo que también permitió tener más
energía disponible para el cerebro.
2)
La reducción del aparato masticador y los huesos mandibulares, lo que
proporcionó más espacio en el cráneo para aumentar la masa cerebral. A pesar de
ello, la fuerza masticatoria de Homo, por contradictorio que parezca, no
se ha reducido. Mantenemos esta fuerza, gracias al grueso esmalte de los
dientes que tenían nuestros antepasados y que conservamos en la actualidad.
3)
El cambio de dieta, aportó una mayor cantidad de ácidos grasos
poliinsaturados, un componente importante de las neuronas.
El
curso de la historia depende de pequeños acontecimientos que se producen
de tanto en tanto y algunas de ellas determinan el futuro. No solo el cambio de
alimentación produjo un gran éxito adaptativo al nuevo ambiente africano, sino
que el bipedismo, el comportamiento social cada vez más complejo, la
fabricación de herramientas, el incremento gradual del tamaño corporal y los
cambios en la alimentación, formaron un complejo adaptativo que potenció
la supervivencia y reproducción.
La
realidad del hombre de hoy es diferente, lo que algunos expertos han denominado
“transición
alimentaria”, sedentarismo, obesidad, abundancia, enfermedades crónicas
no transmisibles; en contraparte tenemos desnutrición, dieta inadecuadas e
insuficientes, carentes de proteínas (carne), de vitaminas, minerales y fibra
(vegetales y frutas), restricción calórica a diferentes niveles e intensidades
a lo largo de la vida, cada vez en mayor número de personas y por tiempos más
prolongados. ¿Qué consecuencias tendrán
estos fenómenos en el desarrollo de la población? En mayor grado, el
impacto de lo que comemos hoy en lo que seremos mañana, del desarrollo de
nuestro cerebro, nuestra capacidad de adaptación de generar estrategias que nos
permitan subsistir como individuos, como población, como especie.
La
evolución de las especies está sometida a la influencia de tal cantidad de
factores que su futuro es impredecible, ya que todo es posible. Ninguna forma
de vida puede considerarse superior a las demás, porque ninguna está a salvo de
la extinción. De esta forma entonces, podemos concluir que la evolución es
fruto del azar, del caos y que no hay leyes…Hablo de esas leyes que nos gustan
tanto a los científicos…
Fuente: Ana
González Durbán (2016) Somos lo que comimos: ¿Comer carne nos convirtió en
seres inteligentes? Biol. on-line: Vol. 5, Núm. 1 (Febrero de 2016) http://revistes.ub.edu/index.php/b_on/index
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